Discursos

DANTE CAPUTO, SUBSECRETARIO DE ASUNTOS POLÍTICOS DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS
INTERVENCIÓN DEL SEÑOR DANTE CAPUTO, SUBSECRETARIO DE ASUNTOS POLÍTICOS DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS EN OCASIÓN DE LA CONFERENCIA CONJUNTA CON LA UNIÓN AFRICANA ¨PUENTE DEMOCRÁTICO: INICIATIVAS REGIONALES MULTILATERALES PARA LA PROMOCIÓN Y DEFENSA DE LA DEMOCRACIA”

12 de julio de 2007 - Washington, DC


Señor ex Presidente de la República de Cabo Verde, Mascarenhas Monteiro,
Señor Vicepresidente de la República de Guatemala, Eduardo Stein,
Señor Comisionado Said Djinnit,
Excelencias,
Señoras y Señores,

No es fácil discutir las semejanzas de dos continentes que son heterogéneos y distintos el uno del otro, y que su vez contienen dentro de sus territorios una inmensa diversidad. Este es el caso de África y América Latina. Nuestros países presentan problemáticas distintas, nuestros continentes presentan desafíos muy diversos.

Sin embargo, hay un tema que nos reúne y hay un contexto en el cual ese tema se presenta que también nos une. Y ese tema es la democracia. Esto nos da una inmensa plataforma común, a pesar de la heterogeneidad entre los continentes y dentro de cada uno de ellos.
Quiero hablar de dos cuestiones que hacen a la singularidad del desafío democrático tanto en África como en América Latina. Primero me referiré al marco en que este desafío se desarrolla y luego a la naturaleza del mismo.
África y América Latina tienen un contexto único para el desafío democrático que constituye una realidad sin antecedentes. Nunca antes la democracia tuvo que construirse en condiciones de alta pobreza y alta desigualdad. Este triángulo democracia-pobreza-desigualdad es un triángulo nuevo en la historia del mundo. Desarrollo, riqueza, crecimiento, libertades y práctica democrática era la secuencia histórica normal. La naturaleza de los desafíos prácticos, de la conquista de la legitimidad democrática, de los desafíos institucionales es totalmente diferente en el caso de África y América Latina. Una cosa es ser ricos y democráticos y otra cosa es ser pobres, desiguales y democráticos. Por lo tanto, africanos y latinoamericanos, africanos y caribeños, africanos y americanos, enfrentamos un desafío común: una novedad histórica que hasta ahora no se había producido en el proceso de construcción democrático.
Además de tener que enfrentar esta singularidad, creo que en ambos continentes entendemos lo que ya comienza a ser repetido cada vez más: la democracia tiene como condición necesaria a las elecciones, elecciones libres y trasparentes sin las cuales no hay ejercicio democrático. Pero la democracia se extiende más allá de la existencia de elecciones libres y transparentes. Y es allí que nace el título de este panel, de esta reunión: democracia de ciudadanos.
Entonces, permítanme usar estos minutos para indagar con alguna precisión mayor qué contiene esta idea de democracia, de ciudadanía, o democracia de ciudadanos, y luego describir rápidamente algunos desafíos que se derivan de la idea de democracia de ciudadanos.
Reitero, para que no haya ninguna duda acerca de mis afirmaciones, no hay democracia sin elecciones libres, sin elecciones trasparentes. Sin embargo, las elecciones libres y transparentes no garantizan por sí solas la legitimidad democrática. Más aún, eso no garantiza la sustentabilidad democrática, es decir, la prolongación en el tiempo de la democracia y su capacidad para auto regenerarse.

El objetivo central de la democracia es transformar los derechos nominales, los que están escritos en nuestras leyes, en derecho positivo. El propósito es transformar los derechos en vida cotidiana: hacer que mi derecho a la seguridad personal, a la integridad física, sea la realidad de mi seguridad. ¿De qué me sirve que la ley diga que tengo derecho a pensar libremente y a no ser puesto en prisión por ello, si después en la práctica soy perseguido por mis ideas? Ese paso entre el derecho nominal y la realidad vivida es la construcción de ciudadanía. La ciudadanía es el derecho vivido por los hombres y por las mujeres de nuestros pueblos.
Un gran político y economista francés, Pierre Mendès-France, tiene una frase brevísima y maravillosa donde se centra este desafío que trato de describir. Dice Pierre Mendès-France: “Todo individuo contiene un ciudadano.” No dice “todo individuo es un ciudadano”. Todo individuo, nos dice, contiene la capacidad de devenir, de convertirse en un ciudadano. Esto será así, siempre y cuando se sucedan una serie de hechos que permitan que efectivamente su vida cotidiana sea la expresión de los derechos los cuales este individuo es portador.
Por lo tanto, la democracia no es sólo un sistema para elegir a quien gobierna, sino un sistema para organizar la sociedad de manera tal que los derechos se conviertan en realidades. Que mi derecho a un trabajo decente, como dice la OIT, se convierta en la realidad en un trabajo decente; que mi derecho a la integridad física se traduzca en respeto por mi integridad física, y que mi derecho a la vida sea en la realidad mi derecho a la vida.
La construcción de ciudadanía es el objetivo de la democracia. Y no hay mejor sistema para organizar la sociedad, con el propósito de construir ciudadanía, que la misma democracia. Hasta ahora no se inventó ninguno mejor. Esta no es una afirmación axiomática, es una realidad.
¿Por qué la democracia es el mejor sistema? Porque la democracia, segundo capítulo de esta historia, tiene como objeto básico organizar el poder en la sociedad. Si no hubiera quien organizara el poder en la sociedad, yo pregunto: ¿Por qué los más débiles gozarían de sus derechos? ¿Por qué las minorías serían tratadas con los mismos derechos por las mayorías? ¿Por qué quienes tienen muchos recursos tendrían las mismas posibilidades que los que tienen pocos recursos? ¿Por qué la ley de la selva no imperaría en nuestras sociedades?
Hace falta un sistema que regule el poder en las sociedades. Ese sistema es la democracia. Pero es necesario un sistema que regule el poder de manera tal que, al mismo tiempo que permite que los derechos se conviertan en realidades, evite que la concentración de poder se transforme en un nuevo peligro para la creación de ciudadanía. Esa extraña y compleja interacción entre crear un sistema que regule el poder, y al mismo tiempo evitar que el poder agobie a los individuos, sólo se logra en el marco de esta construcción sofisticada, tan delicada, tan difícil de realizar que es la democracia.
Antes de pasar a las conclusiones, quisiera recuperar dos ideas básicas. El desafío democrático de África y de América Latina es un desafío nuevo en la historia. Tenemos que construir la ciudadanía en situaciones de pobreza, de pobreza extrema, y de alta desigualdad. Tanto africanos como latinoamericanos vivimos en las regiones que padecen mayor desigualdad y pobreza del mundo. América Latina es la región más desigual. El Coeficiente de Gini para Latinoamérica es: 0.5.
Los niveles de pobreza en nuestra región, ustedes los conocen. El 40% de las poblaciones, en la mayoría de los casos, está por debajo de la línea de pobreza. Y más del 20% de los habitantes está por debajo de la línea de indigencia, o de extrema pobreza. Esto significa que más del 20% de los individuos de nuestras regiones no tiene las calorías necesarias para alimentarse. En ese contexto, hay que cimentar un sistema político e institucional que nos permita construir la ciudadanía a la cual yo hacía referencia.
Si la democracia es un sistema destinado a construir y a organizar el poder, para que en el contexto del triángulo democracia-desigualdad-pobreza podamos construir ciudadanía, hay un desafío central que debemos resolver y que debe ser, a mi juicio, el punto central de la agenda de nuestras discusiones.
El Estado es necesario para las nuevas democracias latinoamericanas y para las nuevas democracias africanas. Sin embargo, este tema no está suficientemente discutido, por lo menos en América Latina.
En el pasado, tuvimos un Estado que absorvió las capacidades individuales, que las bloqueó. Un Estado omnipresente en el que un señor detrás de un escritorio determinaba el precio de la cebolla a 3.000 kilómetros de distancia. ¡Una locura! Un señor que decidía dónde se debía invertir. Es más, un Estado que eliminaba la creatividad que conlleva la libertad económica. Ese Estado se agotó y nos agobió. Y vinieron las grandes reformas de los setentas, de los ochentas y, sobre todo, las de los noventa. Pero, tiramos el agua de la bañera con el niño que se estaba bañando adentro. Y nos quedamos sin Estado. Esto es, nos quedamos sin poder para democratizar, para construir ciudadanía.
¿Cómo se hace para organizar el poder si las mayorías se eligen dentro de un poder que no tiene poder?, el Estado. ¿Qué sucede cuando el gobierno que ocupa un Estado que no tiene poder no puede organizar el poder en una sociedad? Este debate no está suficientemente elaborado. Y no es un debate teórico. ¿Ustedes creen que el narcotráfico en América Latina prolifera porque hay demasiado Estado o porque hay poco Estado? ; ¿O acaso podemos afirmar que dolorosamente, como citaba el Secretario General de nuestra Organización ayer, Latinoamérica tiene la tasa de homicidios dolosos más alta del mundo porque sobra Estado o porque falta Estado?; Los problemas migratorios existen… ¿porque sobra o porque falta Estado?; Las inseguridades cotidianas... ¿porque sobra o porque falta Estado? Y sé que esta propuesta es un tanto desafiante, provocadora: nuestras imperfecciones de mercado, gravísimas imperfecciones de mercado, la construcción de economías de mercado que realmente funcionen y que no se han desarrollado en todos nuestros países… esto sucede ¿porque sobra o porque falta Estado?
Recuerden la frase de George Soros: “Si no hubiera Estado, la competencia destruiría a la competencia”. Cada individuo que compite en el mercado tiene por objetivo destruir a quien produce lo mismo, desplazarlo y anularlo. Por lo tanto, la competencia sin un Estado que la regule anula el mercado libre, anula la economía de mercado. No estamos discutiendo en América Latina, no sé si se está discutiendo en África pero temo que no, esta enorme pregunta: ¿Qué Estado precisamos para las nuevas democracias?
Una síntesis final de todo esto con un pensamiento provocador, que como viene de un sacerdote dominico no es pecaminoso. Decía Jean-Baptiste Henri Lacordaire, dominico del siglo XIX que restauró la Orden Dominicana en Francia, una frase impactante: “La libertad oprime, la ley libera”. ¿Para qué sirve la libertad si no hay ley? Menos mal que lo decía un sacerdote, porque si no, ustedes estarían pensando que yo estoy exagerando. No, no. Si no tenemos ley, la libertad de la cual somos portadores no se expresa en la realidad. Y en América Latina, y creo que también en África, no sólo somos pobres económicamente, somos pobres legalmente. Tenemos una legalidad trunca porque tenemos Estados truncos.
Creo que tenemos un inmenso desafío común, a pesar de la enorme heterogeneidad entre África y América Latina y adentro de nuestros continentes: organizar las condiciones para que la democracia sea creadora de ciudadanía. Este es nuestro desafío principal.
El voto es un instrumento que tiene que ser lo más perfecto posible para alcanzar el poder, y desde el poder transformar nuestras sociedades, y a su vez hacer que los derechos se conviertan en realidad. Pero para alcanzar el poder, tiene que haber poder público, tiene que haber Estado. No el Estado del pasado que nos agobió, sino el Estado que precisamos para esta democracia de ciudadanía. Una democracia que constituye, a mi juicio, el desafío principal que debería ser objeto de un debate creciente y en desarrollo. Espero que estas reuniones sean el inicio de un trabajo conjunto entre África y América Latina.

Muchas gracias.