Indice Parte I: -Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 Parte II: - Capítulo 4 - Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 Bibliografía |
Las experiencias del niño en sus primeros meses y años de vida determinan si ingresará a la escuela con deseos de aprender o no. Cuando el niño llega a la edad escolar, su familia y las personas encargadas de su atención ya han preparado al niño para su posterior éxito o fracaso. A esa altura, la comunidad ya ha facilitado o entorpecido la capacidad de la familia de alentar el desarrollo del niño.
Doce de cada trece lactantes sobreviven actualmente al primer año de vida, lo cual indica que el número de niños del mundo en desarrollo (donde viven cuatro quintas partes del total mundial de niños) va en aumento (Myers 1995). Hasta hace poco, debido a las alarmantes tasas de mortalidad infantil, los países pobres se vieron obligados a concentrar sus exiguos recursos en asegurar la supervivencia de sus niños y tuvieron que dejar de lado el problema menos inmediato sobre cómo mejorar sus perspectivas para el futuro. Por lo tanto, en los países en desarrollo se estima que actualmente sólo 1% de las madres obtienen ayuda más allá de lo que reciben de su familia y amistades para la crianza de sus bebés; al sur del Sahara, sólo 1% de los niños están aptos para ser matriculados en programas preescolares; y en otros países en desarrollo ni siquiera alcanzaron una cobertura preescolar de 25 a 30%. En contraste, 80% de los niños de tres años en Bélgica, Dinamarca, Francia e Italia están matriculados en cunas para recién nacidos o centros preescolares (Bennett 1993). Al mismo tiempo, cada vez es mayor el número de mujeres que ingresan a la fuerza laboral y cada vez son más los hogares encabezados por mujeres solas. Este cambio demográfico se está registrando desde Europa oriental a América Latina y desde África a los Estados Unidos. En los casos en que ambos padres trabajan o si hay sólo un soporte para el niño y éste trabaja, el acceso a un programa de atención infantil y de alta calidad se convierte en una necesidad tanto económica como social. A la fecha, existe documentación válida que demuestra que los programas integrados de desarrollo infantil pueden hacer mucho para prevenir la malnutrición, el retraso en el desarrollo cognitivo y la preparación insuficiente para la escolaridad. Treinta años de investigación han revelado que los programas mencionados pueden mejorar el desempeño escolar primario y hasta secundario del niño, aumentar sus perspectivas de productividad y de ingresos futuros y reducir la probabilidad de que se convierta en una carga social y de salud pública y presupuestaria. Las intervenciones durante la primera infancia también pueden mejorar la condición de la madre en el hogar y la comunidad, ayudar a reducir la inequidad por razón de sexo, aumentar la participación de la mujer en la fuerza laboral y mejorar la participación de la comunidad en los esfuerzos de desarrollo. ¿Qué determina la bondad de un programa de desarrollo del niño en su primera infancia? Un requisito básico es mantener a los niños saludables y seguros. En las áreas de estimulación mental y educación, todavía nos queda mucho por aprender. Durante un cuarto de siglo de investigación preescolar en los Estados Unidos se han identificado varias características comunes a los programas en centros preescolares que han tenido éxito. No obstante, algunas de estas características como la razón de requerir dos adultos para un grupo de veinte niños demanda ingentes recursos y no se pueden reproducir en los países en desarrollo. (En Kenya, por ejemplo, esa razón se acerca más a 1:70 que a 1:10.) Pero tanto la investigación como la experiencia nos han enseñado que muchos principios de la educación temprana son universales. La idea de los juegos de exploración como la mejor herramienta didáctica, por ejemplo, tiene la misma utilidad para las madres que cuidan a sus propios niños, la de sus vecinos cuidándolos en sus casas o para los maestros remunerados en centros infantiles. De modo que los estudios occidentales aquí detallados se presentan no tanto como modelos para ser imitados sino como ejemplos de "mejor práctica" que tienen mucho que ofrecer a quienes estén interesados en ayudar a aprender a los niños pequeños. Este folleto está orientado a los profesionales que ya están trabajando en el desarrollo del niño o están empezando esta labor. Muestra un inventario de las razones que conocemos para invertir en el desarrollo del niño en la primera infancia, los elementos de las intervenciones de calidad durante esta etapa y las opciones de programas complementarios organizados por los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales (ONG), los donantes multilaterales y bilaterales. Ciertas preguntas cuyas respuestas ayudarían a guiar el diseño de los programas permanecen sin resolver, como el mérito y los efectos de los servicios formales y no formales para el desarrollo del niño en diferentes condiciones del país, los costos comparativos de programas que varían de formales a no formales, la educación de los padres y la función adecuada del gobierno, el sector privado y las ONG en la financiación de los programas para la primera infancia. Todavía sabemos poco, por ejemplo, sobre el rol del padre en los programas de educación en la primera infancia. Su participación y la de la familia, es sin duda necesaria, pero aún no se ha estudiado qué tipo de participación es aconsejable. Bases Científicas Los efectos del cuidado de salud, la nutrición y el estímulo mental en el crecimiento intelectual y emocional del niño reflejado en su capacidad de vencer actividades cada vez más complejas y su crecimiento físico son sinérgicos y no pueden dividirse en categorías separadas. Por ende, los programas integrados procuran abordar todas las necesidades básicas del niño. Además de los alimentos, la protección y la atención de salud, los programas de cuidados infantiles también deben proporcionar afecto, estímulo intelectual, interacción humana en un ambiente de apoyo, oportunidades y actividades que promuevan el aprendizaje. Los estudios realizados en Estados Unidos durante los años sesenta hasta mediados de la década de los 70s confirmaron que la intervención en los primeros años de vida tiene efectos positivos duraderos. Habiendo resuelto la pregunta básica de la eficacia a largo plazo, una segunda corriente de estudios quedó en libertad de investigar los efectos producidos por diferentes modelos de programas. La investigación actual en este campo procura aprovechar resultados a fin de identificar con mayor precisión qué es lo que determina la eficacia de los programas en pequeña escala y cómo crear formas para ampliarlos a escala nacional (Mitchell, Weiss y Schultz 1992). Los primeros años son cruciales. Las investigaciones médicas y educacionales han demostrado que el crecimiento mental o sea, el desarrollo de la inteligencia, la personalidad y el comportamiento socialocurre más rápidamente en los seres humanos durante la primera infancia. Se calcula, en realidad, que la mitad del potencial de desarrollo intelectual queda establecido a la edad de cuatro años (Bloom 1964). También se sabe ahora que el cerebro responde en mayor grado a las experiencias muy tempranas y que la investigación del cerebro ha documentado el efecto del ambiente sobre la función cerebral. Debido a la importancia de los primeros años, la intervención, inclusive en el jardín de infancia, puede ser demasiado tarde para ayudar a desarrollar la capacidad del niño pequeño. Por contraste, la eficacia de los programas de calidad para activar el desarrollo del niño en la primera infancia en términos de su desarrollo mental, emocional y físico ha sido documentada por treinta años de investigaciones. Según el Informe del Comité de la Carnegie sobre la satisfacción de las necesidades de los niños pequeños (1994):
Ayudar a los padres a satisfacer las necesidades de cambio del desarrollo de sus niños. Cuanto más joven es el niño, más difícil es identificar con precisión qué factores fisiológicos y psicológicos dominan su salud y sus necesidades; en este sentido, cambian a medida que pasan de ser lactantes a niños pequeños y de preescolares a niños de escuela primaria. A medida que el bebé se convierte en un niño pequeño, por ejemplo, es sumamente importante proporcionarle un ambiente seguro y limpio, además de alimentos adecuados. La alimentación es un proceso interactivo además de físico, y es que, una necesidad tan directa como la nutrición tiene también aspectos psicológicos. Se ha demostrado que la falta de contacto y afecto adecuado retrasa el crecimiento del niño, tanto como la falta de alimentos adecuados. Los padres, especialmente los jóvenes o inexpertos, suelen desconocer las necesidades fundamentales de un niño pequeño y las muchas formas simples de satisfacerlas. En muchos casos reciben sus primeras lecciones para la atención constructiva del niño por medio de los programas de desarrollo para la primera infancia. Por lo mismo, sólo con la participación dedicada de los padres pueden tener éxito dichos programas. Tanto los estudios como la experiencia de campo han revelado que la participación de los padres en los programas preescolares, por ejemplo, produce mejores niveles de matrícula escolar y mejores tasas de asistencia en general. No es sorprendente, por lo tanto, en muchos casos que el grupo objetivo de los programas sean tanto padres, como los lactantes como sucede en Colombia en el Programa de Mejoramiento de la Educación, la Salud, y el Ambiente (Promesa) y en Haryana, India donde las tasas de deserción han descendido extraordinariamente. La participación de los padres parece ser esencial, además, de sostener las conquistas de las intervenciones preescolares. Rendimiento Socioeconómico Al aumentar la capacidad en la primera infancia, los programas preescolares aumentan tanto en los potenciales ingresos anticipados de un nivel de escolaridad, como en los beneficios netos previstos de la escolaridad adicional. Varios estudios en Estados Unidos han confirmado la eficacia de los programas preescolares como un medio para: aumentar el rendimiento de las inversiones en las escuelas primarias y secundarias, contribuir a la formación de capital humano, aumentar la productividad y los niveles de ingreso de los participantes y al reducir los costos de salud, asistencia pública y educación reducir el gasto público. Incluso unos pocos años de escolaridad durante la primera infancia parecen aumentar sustancialmente el valor económico de las aptitudes de un individuo (Selowsky 1981; Psacharopoulos 1986). Las evidencias. Un análisis de setentiun informes sobre los programas preescolares Head Start de los Estados Unidos halló pruebas de los efectos positivos en el cociente de inteligencia, capacidades mejor desarrolladas en el punto de ingreso a la escuela (preparación para la escuela) y mayores logros al terminar los primeros grados (Schweinhart 1992). Otros siete estudios a largo plazo en los Estados Unidos confirmaron que los programas de educación en centros infantiles, para los pequeños que viven en pobreza, tienen el potencial de otorgar beneficios importantes a largo plazo. También se demostró que la participación de los padres en la educación de sus hijos era decisiva para el éxito perdurable de Head Start (Zigler y Muenchow 1992).
El Estudio Abecederian en Estados Unidos repetido en el Proyecto CARE y en el Programa de Salud y Desarrollo del Niño determinó en forma sistemática que los niños pequeños más vulnerables fueron también los más afectados positivamente por la intervención temprana de alta calidad. El Programa de Salud y Desarrollo del Niño fue un ensayo aleatorio y controlado de ocho locales sobre la eficacia de las técnicas de educación elaboradas en los segmentos preescolares de los experimentos de Abecedarian y CARE. La mayoría de los 985 lactantes de bajo peso al nacer que participaron eran hijos de madres desfavorecidas social y económicamente. Con el programa, la intervención intensiva en la primera infancia demostró prevenir el retraso en el desarrollo. Cuando se comparaba con los controles aleatorios, la incidencia del retraso mental (o sea, de los cocientes de inteligencia que medían menos de 70) fue reducida por un factor promedio de 2,7 (Ramey y otros 1990). El programa de estimulación se inició a la edad de tres meses, mientras que en otros programas comenzó alrededor de los tres años (Campbell y Ramey 1994). Estudios similares en Asia, Medio Oriente y América Latina confirmaron que la intervención temprana puede aumentar la disposición para ir a la escuela, promover niveles de matrícula oportunos, reducir las tasas de repetición y deserción y mejorar las aptitudes académicas. El examen de R. G. Myers (1995) de diecinueve evaluaciones longitudinales del efecto de la intervención temprana en América Latina determinó que los niños participantes tenían mucho menos probabilidad de repetir los grados en la escuela primaria. Los siguientes beneficios han estado vinculados sólidamente a las intervenciones integradas en la primera infancia: Mayor nivel de
matrícula. El programa Promesa de Colombia obtuvo tasas de matrícula
significativamente mayores entre los niños del programa que entre los que no
participaron. Menos repetición.
Los niños que asistieron a un programa durante su primera infancia repitieron menos
grados y avanzaron más en la escuela que los que no participaron en circunstancias
similares. Los niños del estudio de Promesa, en Colombia, el estudio de Alagoas y
Fortaleza en el noreste de Brasil y el estudio de Argentina registraron en total, en
promedio, tasas bajas de repetición. Menos deserciones. Las tasas de deserción fueron bajas para los niños del programa en tres de cuatro estudios. En el programa Dalmau de India el único estudio en que se midió la asistencia la asistencia aumentó 16% para los niños del programa entre seis y ocho años. En el proyecto Promesa de Colombia, las tasas de matrícula de tercer grado subieron en 100%, reflejando menores tasas de deserción y repetición. Además, 60% de los niños del programa llegaron a cuarto grado, comparado con sólo 30% del grupo de control. Ayuda para los desfavorecidos. Son cada vez más las pruebas que indican que las intervenciones en la primera infancia benefician en particular a los pobres y los desfavorecidos. En el proyecto Haryana de India, por ejemplo, las tasas de deserción no experimentaron cambios significativos para los niños de la clase más alta, pero se redujeron notablemente en 46% para la clase baja y un asombroso 80% para la clase media (Chaturvedi y de otros 1987). El estudio de Jamaica demuestra inequívocamente que la administración de suplementos nutricionales para los niños desnutridos quienes tienen mayor probabilidad de pertenecer a familias desfavorecidas mejora el desarrollo mental (Grantham-McGregor y otros 1991). Un programa en Argentina fue especialmente exitoso en reducir las edades en que se matriculan los grupos rurales y de bajos ingresos, mientras que en los programas de la India y Guatemala la edad de matrícula sólo descendió significativamente para otro grupo tradicionalmente desfavorecido: las niñas (Myers 1995).
Las niñas obtienen considerable beneficio de las intervenciones durante la primera infancia, ya que la barrera de la desigualdad por razón de género les afecta con frecuencia, incluso antes de ingresar a la escuela. En muchos países africanos, un número de niñas menor a la mitad de los varones se matrícula en la escuela primaria. Los estudios de diversas culturas revelan que las niñas que participan en programas durante la primera infancia están mejor preparadas y tienen más probabilidad de asistir la escuela. Existen casos en que el éxito de las niñas en la escuela cambia las expectativas de los padres hacia ellas y les permite continuar su educación. Lograr equidad educativa entre los sexos se considera actualmente aconsejable tanto económica como éticamente. Las mujeres educadas tienen menos niños y los cuidan mejor. El nivel de escolaridad de la madre es el mejor factor pronóstico del crecimiento cognitivo del niño, su salud y los resultados reproductivos en el ingreso de la familia, la ocupación del jefe de la familia u otras variables domésticas. Las intervenciones durante la primera infancia orientadas a las niñas reducen la fecundidad materna y las tasas de mortalidad de lactantes y niños pequeños. Aumentar el nivel de matrícula escolar de las niñas, ofrece por ende a los países en desarrollo una manera eficaz, en función de los costos, de mejorar la esperanza de vida, la salud y el control de fecundidad (LeVine y otros 1994). La inversión en la educación asociada con la estimulación en la primera infancia y la aptitud motora y sensorial produce una tasa de rendimiento mucho mayor que equivale a la inversión en la educación secundaria o superior (Psacharopoulos 1986). En el programa preescolar Perry de High/Scope iniciado en 1962, por ejemplo, se calculó que una inversión de US$1.00 producía US$7.16 en ahorros en educación primaria y en gastos de asistencia pública, combinados con ganancias en la productividad (Schweinhart, Barnes y Weikart 1993). Esa proporción de costo/beneficio puede sobrestimarse si se aplica a los países en desarrollo, porque incluye resultados medidos por los beneficios (tales como menores gastos de asistencia pública) que no existen en los países en desarrollo. Repercusiones en Materia de Políticas Los programas integrados de desarrollo infantil pueden ser la intervención más eficaz para ayudar a los niños pobres, sus familias, las comunidades y las naciones para romper el ciclo intergeneracional de la pobreza. Pero para tener éxito y ser sostenibles, dichos programas deben ser parte integrante de la estrategia general de los países para desarrollar el capital humano. Los gobiernos nacionales si bien no participan necesariamente en forma directa de la prestación de servicios se encargan generalmente del dictamen y mantenimiento de las normas de educación del niño. El Ministerio de Educación de Kenya, por ejemplo, registra, inspecciona y supervisa los establecimientos preescolares; crea programas de estudios; asesora a los administradores del programa; formula directrices de las políticas; y capacita a los profesores y supervisores. Kenya también ha establecido un Centro Nacional para la Educación en la Primera Infancia a fin de coordinar la elaboración de los programas de capacitación, proporcionar un sistema nacional de apoyo y evaluar los programas locales. Perú e India se encuentran entre los pocos países en desarrollo que han establecido una política nacional sobre la educación del niño. La reforma de la educación del Perú de 1972 amplió la responsabilidad del Ministerio de Educación a los niños de menos de cinco años. El ministerio estableció centros preescolares y empezó a experimentar con programas de educación de los padres, brindando apoyo a iniciativas locales ocasionales que incluían atención infantil en centros comunitarios con voluntarios de la misma población. Dentro de las políticas nacionales para niños de la India (dada desde 1975) fue establecida la Junta Nacional de Niños para coordinar la prestación de servicios a los niños. Aunque la expectativa y el contenido de una política de desarrollo infantil puede variar de acuerdo a las necesidades y recursos de cada país, existen objetivos de programas reconocidos como universales: dándoles a los niños económicamente desfavorecidos la misma oportunidad de desarrollar que otros niños más afortunados, enfrentando las necesidades en su totalidad, ofreciéndoles - lo que es posible financiar - un paquete de atención integral con servicios de salud, nutrición y estimulación psicosocial. Hasta una consideración superficial de estos objetivos demuestra que el compromiso con una política centrada en el niño como una totalidad podría exigir que los países reordenen sus prioridades nacionales. Pero si hay suficiente decisión política para hacerlo las ganancias potenciales son inmensas. Más de treinta años de experimentación con programas de desarrollo infantil han evidenciado que no hay una forma rápida para optimizar el crecimiento y desarrollo del niño. Un apoyo sostenido e integral de los padres en el cuidado de la salud (incluyendo acciones de saneamiento y agua potable) desarrollaría una enseñanza apropiada para el buen cuidado infantil y la práctica persistente a través de la infancia. Las necesidades del programa deben ser adecuadas a los requerimientos y presupuesto de la comunidad. Lo que queda claro es que necesitamos reordenar el presupuesto de los programas de desarrollo de la primera infancia, revisar los roles de las ONGs, gobierno y sectores privados e identificar recursos alternativos de financiamiento para sostener los programas.
|
Indice Parte I: -Capítulo 1 - Capítulo 2 - Capítulo 3 Parte II: - Capítulo 4 - Capítulo 5 - Capítulo 6 - Capítulo 7 - Capítulo 8 Bibliografía |