Discursos y otros documentos del Secretario General

LAS AMERICAS PUEDE DAR UN EJEMPLO DE PAZ AL MUNDO

7 de septiembre de 2016 - Ciudad del Vaticano

*Discurso leído en nombre del Secretario General Luis Almagro

Vivimos tiempos de intolerancia y fanatismo donde la retórica y el uso indiscriminado de la violencia amenazan la paz a diario. Las Américas son una zona de paz y la OEA, una organización que promueve el diálogo y la tolerancia, por eso creemos firmemente en esta iniciativa de Diálogo Interreligioso e Intercultural que se ha de plasmar hoy aquí y que muestra que hay otro camino y que ese camino es posible. Un camino de paz, de reconciliación y concordia, en el que todos podamos poner los valores de la humanidad por encima de los propios.

Queridos amigas y amigas, hermanos todos:
Gracias, muchas gracias al Papa Francisco y a todos sus colaboradores por acogernos hoy aquí y por haber apoyado esta iniciativa desde su gestación.

Permítanme agradecer las sabias palabras del Cardenal Tauran, quien con su introducción ha sentado claras bases para un diálogo efectivo entre todos nosotros.

Hace siete décadas, cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial y el mundo constató horrorizado que la conflagración arrojó una cifra de muertos superior a los 50 millones de personas, nuestros países se pusieron de acuerdo para fundar organizaciones multilaterales que promovieran la paz y evitaran guerras que derramaran sangre de un modo irracional e innecesario.

Fue entonces cuando se crearon las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos (OEA), una organizacional regional de la familia de las Naciones Unidas.

El mismo espíritu llevó a la proclamación de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que promovían un ideal común según el cual todos los pueblos y naciones deben hacer suyos, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y asegurar la paz mundial.

Hoy, en pleno siglo XXI, parece que el mundo, a pesar de todos los avances tecnológicos, retrocede en estos valores que son el cimiento de la convivencia pacífica.

Es irónico, parecería que nos hemos olvidado de muchas de las lecciones que nos dejó aquel conflicto que costó tanto dolor y sangre. En lugar de avanzar y hacer que cada vez más gente pueda gozar de los derechos proclamados en convenciones que todos firmamos, estamos viviendo un retroceso a pasos agigantados, y en algunos casos incluso retrotrayéndonos a la parte más oscura de la Edad Media. Observamos además, con preocupación, cómo se ciernen respuestas a la barbarie que sólo contribuyen a exacerbarla.

En la actualidad hay unos 60 millones de refugiados y migrantes en el mundo que se movilizan por los distintos puntos del planeta huyendo de guerras, violencia y miseria, una cifra superior a las oleadas de refugiados y migrantes que produjo la Segunda Guerra Mundial.

Tenemos, entonces, que construir puentes de diálogo y no muros que separen a nuestros pueblos. Necesitamos apostar a la solidaridad y la confraternidad de todos, porque este mundo del Siglo XXI solo puede ser salvado si apostamos a la unión de nuestros pueblos y no a la segregación y la separación.

Algunos se empeñan en proclamar que estamos, una vez más, involucrados en guerras de religiones, con el objetivo de incitar a sus fieles a que se alineen frente a un enemigo común -otra religión- y se pongan bajo su mando. Pero si esto no ha sucedido, si apenas han podido movilizar a minorías relativamente pequeñas de sus comunidades, es porque la inmensa mayoría de las personas de bien de todas las religiones no acompaña ese discurso de odio.

El Islam, el Judaísmo y el Cristianismo, por nombrar sólo las tres mayoritarias, son religiones de paz. La gran mayoría de las personas religiosas, y hablo de todas las religiones, apoyan la convicción con la que el Papa Francisco se refiere incansablemente a la verdadera esencia de la religión, que es el amor por el hombre, la paz y la concordia.

Este es el principio rector de todas las religiones. No podemos tampoco olvidarnos de las personas no creyentes, que también quieren vivir en un mundo en paz, lejos del odio, la intolerancia, y la ignorancia, porque en definitiva, la ignorancia –el temor a quien es diferente- es la madre de todos los prejuicios.

Y en tiempos de violencia irracional -cuando día tras día vemos noticias que multiplican las imágenes de terror que usan a la religión como excusa para cometer asesinatos - es urgente demostrar que otro camino es posible.

Un camino que llame a la concordia, a la reconciliación, a la paz y a la acción en defensa de lo que compartimos, nuestros valores trascendentes de la humanidad y la Casa Común.

Desde América podemos construir y enviar un mensaje distinto: convivir en paz es posible. No en vano albergamos a inmigrantes de todo el mundo, y contamos con una formidable diversidad de culturas, de razas, de etnias y de religiones.

En 2014, los países miembros de la OEA que representan a América Central, América del Sur, del Norte y el Caribe, se autoproclamaron zona de paz. Así reafirmaron lo que ya estaba escrito en varios tratados y convenciones interamericanas.

Por eso nos reunimos aquí, en el Vaticano, para construir una plataforma de diálogo interreligioso e intercultural, basados en nuestra propia historia regional que nos permite ser optimistas en cuanto que hay alternativas al camino del odio y la destrucción.

Las enseñanzas del IDI
No partimos de cero. Tenemos el maravilloso ejemplo de la exitosa experiencia del IDI, el Instituto Interreligioso de la Argentina. Esta institución nació en 2001, tras una declaración en contra de cualquier forma de fundamentalismo y terrorismo firmada por el Cardenal Bergoglio -hoy Sumo Pontífice y anfitrión de este encuentro-, junto a representantes del Centro Islámico de la República Argentina, la Asociación Mutual Israelita Argentina y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas.

Las lecciones del IDI nos iluminan. Hoy es posible expandirlas al resto del continente y del mundo. Por ello, en este cónclave, de la mano del Papa Francisco y su equipo, hemos reunido a religiosos de las Américas, de todos los credos, junto a representantes de los Países Miembros de la OEA, académicos e intelectuales para forjar una plataforma de diálogo hemisférico que coloque primero siempre a la gente y a todas las cosas que nos unen, que son más que aquellas que nos separan.

La OEA, que es una organización laica, une sus esfuerzos a la iniciativa papal de impulsar un diálogo interreligioso junto a las comunidades judías y musulmanas para promover la paz y la reconciliación entre los pueblos de las Américas, y proteger nuestra Casa Común, el planeta.

Tenemos la obligación, la responsabilidad y el deber de asegurar que las futuras generaciones puedan tener la capacidad de optar por un modelo de desarrollo diferente al actual. Por lo tanto, no podemos entregarles un planeta herido de muerte, un tejido social roto, un modelo económico con el mercado como único referente y un sistema político con valores de corto plazo.

Por el contrario, debemos involucrar decididamente a la juventud para que ellos, los jóvenes, puedan ser los artífices de su propio destino, para que se generen las condiciones viables para una transformación y una transición hacia sociedades orientadas por el bien común, una mejor calidad de vida, donde los derechos se expandan a todos los ciudadanos.

Quienes lideran este esfuerzo de diálogo desde sus propias religiones se ven también expuestos a ataques de diferente tipo, hasta quienes los han calificado de traidores por generar coincidencias entre las tres comunidades religiosas, en una acción que obviamente trasciende una visión parroquial y apunta a una cosmovisión colectiva donde se pone a la humanidad primero.

La celebración del Diálogo Interreligioso de las Américas se transforma en una iniciativa que busca unir a tres religiones -el Catolicismo, el Judaísmo y el Islam- en temas que son comunes a todas las religiones, más allá de las visiones absolutistas de minorías.

El espíritu del diálogo
Esta iniciativa tiene como piedra angular el Diálogo. Pero cuando hablamos de diálogo, no nos referimos a conversar, sentarnos alrededor de una mesa y tomar un café para sacarnos la foto y que luego cada uno se vaya para su casa.

Dialogar, como nos enseña el IDI, es ponerse en los zapatos del otro, en los intereses del otro y buscar entendimientos que nos proyecten juntos hacia un futuro común.

Dialogar es abrirse al otro, a intentar ver el mundo con sus ojos y entender que solo con la tolerancia podemos coexistir y convivir en este maravilloso planeta en que nos tocó nacer.

La OEA es el organismo regional más antiguo del mundo y es el principal foro político en el hemisferio. Su evolución ha estado estrechamente vinculada a la situación política y económica de sus 35 estados miembros.

El campo de acción de nuestra Organización, derivado de un proceso realizado por los propios Estados Miembros, se concentra en cuatro pilares fundamentales: Democracia, Derechos Humanos, Desarrollo Integral y Seguridad Multidimensional.

El artículo 1 de la Carta de la OEA –aprobada en 1948- indica que la Organización fue creada para lograr un orden de paz y de justicia, fomentar la solidaridad, robustecer la colaboración y defender la soberanía, la integridad territorial y la independencia del continente americano.

Los conflictos tienen múltiples causas y no hay soluciones mágicas para resolverlos. Educar para la paz es construir sobre valores que suponen la justicia, la libertad, el respeto, la solidaridad, la actitud crítica, el compromiso y el diálogo.

La OEA lucha desde su seno a favor de la paz y en contra de la discriminación, la violencia contra mujeres, pueblos indígenas, migrantes, y pobres.

En los últimos años la OEA ha dado pasos significativos por conseguir más derechos para más personas. Por ejemplo:

• En el año 2013 aprobó la Convención Interamericana contra el Racismo y la Discriminación Racial y Formas Conexas de Intolerancia; y la Convención Interamericana contra Toda Forma de Discriminación e Intolerancia.
• En este año 2016 aprobó –tras 17 años de debate- la Declaración Americana sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, que reconoce el derecho a la autodeterminación de nuestros pueblos originarios.
• También este año, la Asamblea General de Santo Domingo adoptó el

Plan de Acción del decenio de las y los Afrodescendientes en las Américas, que reivindica los derechos de igualdad de los pueblos afros, que constituyen el 30 por ciento de la población americana.

La OEA, en su calidad de foro político hemisférico, tiene la capacidad para articular esfuerzos. Somos facilitadores de soluciones a la medida de los países miembros. La Organización pertenece y se debe a las ciudadanas y a los ciudadanos de las Américas. Es una organización de todas y todos los americanos. Los pueblos, después de todo, son los beneficiarios finales de los derechos, la democracia, el desarrollo y la seguridad.

Hallamos enormes coincidencias entre los mandatos de la OEA y el espíritu que rige a esta iniciativa, que centrada en la defensa de la Casa Común, es una plataforma de diálogo y participación incluyente, interreligiosa e intercultural en las Américas, cuyo objetivo es promover espacios para la defensa de nuestro planeta y sus valores, a través de la reconciliación, la concordia y la construcción de la paz.

Solo a través del diálogo podemos promover esos valores de entendimiento y reconciliación entre distintas culturas y religiones, la tolerancia, la concordia, la justicia, el respeto mutuo y la responsabilidad compartida en la protección de la Casa Común.

Hablo de un diálogo sobre los valores que todos los americanos tenemos que defender día a día: la paz, la solución de conflictos a través de los consensos, el respeto de los derechos humanos, de la libertad de expresión, de la libertad de credos, de la soberanía popular, del derecho a informarse y ser informado, del derecho de tener un trabajo y una vivienda digna.

La paz y la concordia deben basarse en la expansión de derechos y oportunidades.

No podemos aceptar que en pleno siglo XXI, las posibilidades de progreso sigan sesgadas a partir de circunstancias tales como el género, la raza, el lugar donde uno nació, la cuna social o la orientación sexual.
Los pueblos de las Américas ya están cansados de exclusión y así lo proclaman. Las oportunidades de progreso deben ser equitativas y ello debe ser así desde la niñez, para poder asegurar una movilidad social que beneficie a todos.

Cuando recorro las Américas, mi sentir está con el migrante y sus incertidumbres, con quienes están presos por luchar y opinar diferente a la autoridad de turno, con aquellos que pasan hambre en un continente que tiene una riqueza incomparable. Mi sentir esta con los que perdieron la esperanza pero quieren recuperarla.

La enseñanza del Laudato Si’
Esta iniciativa que inauguramos hoy, le debe mucho a la encíclica papal “Laudato Si'”, que fue promulgada a mediados de 2015 y se centra en el planeta tierra como lugar en el que viven los hombres en armonía con la naturaleza. Como dijo el Papa Francisco: “el desafío urgente de proteger nuestra Casa Común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar”.

Amigas y Amigos,
Los diálogos fallan, por lo general, cuando no están orientados a resultados y cuando quienes los conducen no tienen la confianza de todas las partes. En este caso, los líderes religiosos que se han congregado aquí, en el Vaticano, junto al Papa Francisco, han demostrado que están dispuestos a trabajar en busca de una identidad común de la humanidad más allá de sus propias religiones y creencias.

Mirar hacia el pasado de forma obstinada es algo que empuja las identidades fundamentalistas, es algo que debemos dejar atrás para concentrarnos en nuestro futuro común y el de las próximas generaciones.
La plataforma que estamos lanzando desde el Vaticano no busca desarrollar una interminable discusión teológica, que puede tener indudablemente un interés filosófico superior, pero escasamente práctico. Se trata de trabajar con lo que tenemos en común, con los valores que son parte indisoluble de las Américas, como la paz, la defensa de las libertades para todos, los derechos humanos, la inclusión social.

Es imperioso apostar al diálogo entre todas las religiones y culturas, porque abre las puertas del entendimiento mutuo en dinámicas de conflicto, y supera la indecencia de la discriminación, y de las retóricas vacías y retrógradas de los fundamentalismos, que sólo sirven para sembrar odio, dolor y destrucción.

El papel de la OEA
En esta empresa la OEA puede contribuir su granito de arena. El artículo 2 de la Carta de la OEA establece como propósitos esenciales de la Organización el afianzamiento de la paz y seguridad del continente; la promoción y consolidación de la democracia representativa, la prevención de las posibles causas de dificultades y asegurar la solución pacífica de controversias que surjan entre los Estados miembros, y promover la justicia y la seguridad social como bases de una paz duradera.

Nuestra región, además, puede ser un ejemplo de conciliación para el mundo. Sin ir más lejos, Colombia está abriendo un camino de esperanza hacia la paz y de este modo acabar con un conflicto desgarrador que lleva más de medio siglo. El triunfo de la paz y la reconciliación en Colombia tendrá un efecto benefactor en todo el continente. Confiamos que en el plebiscito de octubre el hermano pueblo colombiano ratifique en las urnas este camino hacia la construcción de una paz estable y sólida en el país.

El Gobierno de Colombia nos ha solicitado apoyar la etapa de posconflicto a través de una serie de acciones de monitoreo y acompañamiento en los territorios. Y desde la OEA estamos comprometidos para asumir éste y otros retos que nos permitan aportar a la consolidación de la paz en Colombia.

Hay en nuestro Hemisferio, por supuesto, otras situaciones, donde la salida a veces se ve más gris, más nebulosa. Todos sabemos, por ejemplo, que Venezuela deberá necesariamente pasar por un camino de reconciliación para dejar atrás este período de crispación, de polarización, de falta de respeto a los derechos básicos de su gente. Es imprescindible evitar la violencia en Venezuela, descomprimir la situación, darle al pueblo su voz y que soberanamente decida su futuro.

Por eso es fundamental que los actores políticos y sociales de nuestro continente trabajen en soluciones de diálogo para resolver los problemas y conflictos que nos afectan. Tiene un valor regional pero también global, como ejemplo a seguir.

Cuando hace un año y medio asumimos la conducción de la OEA, dijimos que nuestro objetivo era colocar a la Organización a la altura de los desafíos del Siglo XXI, colocarla al servicio de las Américas, para que continúe siendo una fuerza para la democratización continental, eliminando desigualdades; promoviendo el pluralismo; la convivencia pacífica; la diversidad de opiniones, el diálogo, la negociación y los acuerdos, y; extendiendo cada vez más derechos para más gente.
Amigos y Amigas, hermanos todos,

Es hora de ponerle freno a la intolerancia. Frente a la violencia, hay que crear un muro de disuasión, una alianza que ponga primero nuestros valores trascendentes que unen a los seres humanos, y a quienes son religiosos independientemente del credo que profesen.

Al sumarnos a esta iniciativa, estamos recorriendo el camino a que nos comprometimos. Con este diálogo interreligioso e intercultural, y la red regional que instalaremos, esperamos colaborar en generar un ambiente favorable en esa dirección tan necesaria. Caminar juntos por el camino de la reconciliación es difícil, hacerlo en las Américas es posible.

MUCHAS GRACIAS