Discursos y otros documentos del Secretario General

COLOQUIO SOBRE DEMOCRACIA Y DERECHOS HUMANOS

19 de septiembre de 2016 - Georgetown University, Washington, D.C.

*Cotejar con discurso pronunciado*

Marco democrático

Nuestro Hemisferio es único.  En las Américas hemos escogido una visión común que es a la vez nuestro fundamento.

La Organización de los Estados Americanos es el foro político del Hemisferio por excelencia.  Es el espacio en el que convergen la diplomacia, la democracia y los derechos humanos.

Nuestros principios están claramente plasmados en los documentos fundacionales de la Organización de Estados Americanos, incluida su Carta, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, diversas convenciones interamericanas y la resolución de su Asamblea General AG/RES. 1080, “Democracia representativa”.  La Carta Democrática Interamericana fue redactada como una verdadera constitución para las Américas.

En estos documentos están delineadas nuestras creencias fundamentales, los valores e ideales en que todos estamos de acuerdo y que compartimos.

En todos estos documentos se destacan nuestros compromisos basados en los principios democráticos y en el reconocimiento de una serie de derechos y obligaciones para garantizar un nivel básico de bienestar para nuestros ciudadanos.

Éstos no son documentos que nos hayan sido impuestos. Como Estados Miembros, cada país escogió negociar y firmar estos principios que definen quiénes somos, en qué creemos y cómo interactuamos unos con otros.

Cada país escogió firmar estas convenciones y cada país tiene la responsabilidad de cumplirlas y aplicarlas.

Son estas convenciones las que nos hacen únicos. No existe otra institución de igual manera comprometida con los derechos humanos y la democracia.  Ninguna otra institución ha creado los mismos instrumentos jurídicos para proteger la democracia y los derechos humanos.  Este compromiso es único en nuestro Hemisferio.

Las instituciones multilaterales como la OEA existen para servir a sus Estados Miembros.  La Carta de la Organización de los Estados Americanos, firmada en 1948, representa ese compromiso entre los Estados Miembros y fue firmada “en representación de sus pueblos”.

Los “pueblos” constituyen el elemento esencial de este documento fundacional de la Organización. Los pueblos son la esencia de estas instituciones.

Nuestro único compromiso es cumplir estos compromisos con los pueblos de las Américas.

En la diplomacia, estos compromisos son nuestras herramientas.  Sin embargo, la diplomacia es algo más que el lenguaje.  Las palabras que usamos para crear políticas, los pueblos las traducen en acciones. No es un juego en el que el primer movimiento es el último. Es más bien un buscar soluciones, hacer presión, crear condiciones y principios y valores que funcionen.
Cuando la diplomacia se hace en serio, es el trabajo más difícil del mundo pues es necesario mezclar la audacia con la prudencia, el tiempo con la sensibilidad.

Cuando aplicamos la Carta Democrática o cuando el Mercosur suspende a Venezuela de su Presidencia pro tempore, estamos utilizando la diplomacia. Ponemos en acción los mecanismos para defender la democracia y los derechos humanos.

Esta no es una tarea fácil pues aunque todos aplaudimos estos compromisos en papel, es inevitable que la gente manifieste cierta incomodidad cuando se trata de entrar en acción, de fortalecer la democracia, los derechos humanos, el desarrollo o la seguridad.

Democracia y derechos humanos en el sistema interamericano
Las libertades fundamentales, los derechos humanos y la democracia no existen solo cuando es conveniente, o solo cuando refuerzan lo que queremos.  Siempre deben existir.  Siempre debemos preocuparnos por expresar nuestras opiniones, pero también por que los opositores tengan derecho a expresar sus propias opiniones.

Los valores éticos y morales que plasmamos en estos extensos textos jurídicos tienen poco sentido si no los ponemos en práctica todos los días para los pueblos de las Américas. Los valores deben anteponerse a los intereses políticos. Cuando perdemos nuestros valores, todos perdemos; la sociedad pierde.

Cuando ocurren violaciones, nuestra obligación es atenderlas. No bastan las palabras: debemos estar preparados para actuar, en particular cuando es difícil hacerlo.

Como dijera Desmond Tutu: “si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.  Ningún país es pequeño cuando se defienden grandes principios.  Todos los países pueden demostrar su compromiso con estos ideales.

Esta Organización, esta comunidad de Estados, es vital para garantizar el mayor grado posible de respeto por los derechos humanos en el Hemisferio, y un elemento esencial para salvaguardar la democracia.

Como Secretario General de la OEA, mi deber es promover y proteger estos valores que son la esencia de esta institución y que están arraigados en el corazón de las Américas.

Soy gobierno pero también debo representar a la oposición. Debo ser la voz de aquellos que no la tienen, de los más discriminados. Debo ser la voz de quienes sufren la desigualdad y la falta de protección de sus derechos, y debo ser el más aguerrido defensor de esos derechos.

José Antonio Marina afirma que la razón por la que fracasan nuestras sociedades es porque creamos sociedades injustas. La democracia carece de sentido si no nos comprometemos a trabajar todos los días por la democratización.

Si no damos igual acceso a derechos, si mantenemos a las sociedades de las Américas entre las más desiguales del mundo, nunca podremos lograr que funcione adecuadamente la democracia.

Esa es la razón por la que asumí este puesto: para asumir ese compromiso de asegurar que en las Américas podemos lograr más derechos para más gente.

Repito, “más derechos para más gente”. Esta es mi razón de ser al frente de la OEA.

Incluso hoy día, nuestro Hemisferio sigue siendo uno de los que más desigualdades presenta en el mundo. La desigualdad en la distribución del ingreso, el acceso a bienes o servicios básicos y la justicia constituyen un factor constante que afecta directamente el pleno goce de los derechos políticos, económicos, sociales y culturales por parte de los ciudadanos. Los derechos humanos son primordiales cuando se habla de igualdad.

Reafirmando que la promoción y protección de los derechos humanos es condición fundamental para la existencia de una sociedad democrática, y reconociendo la importancia que tiene el continuo desarrollo y fortalecimiento del sistema interamericano de derechos humanos para la consolidación de la democracia.

Es nuestro deber como políticos, líderes, diplomáticos, sociedad civil y ciudadanos de las Américas lograr una mayor igualdad para nuestros pueblos.

Una mayor igualdad traerá mejores ciudadanos. La eliminación de la discriminación traerá mejores ciudadanos.

Democracia y ciudadanía

La Carta Democrática Interamericana, en su artículo 1, establece que “[l]os pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla”.  Esta Carta establece que la democracia es derecho del pueblo y qué es la democracia, sino el gobierno del pueblo.  Nuestros gobernantes tienen que defender nuestros derechos y libertades, y si no lo hacen no deberían ser nuestros líderes.

La Carta fue aprobada por unanimidad.

Este Hemisferio ha sido bastante excluido; está cansado de la desigualdad, del racismo, de la persecución, de los prejuicios y de los conflictos estériles.  Es nuestra responsabilidad volver a concentrar nuestra atención en aquello en lo que hemos escogido creer.

Como lo dije en mi discurso al tomar posesión del cargo, la OEA debe ser una voz sin compromisos, o debe callarse ante las violaciones de los derechos humanos.  Debe representar la fuerza y el poder de todos los ciudadanos del Hemisferio.

Es la voz que garantiza el derecho de los individuos a participar en los procesos decisorios que les afectan, sin discriminación y sin represión.  Esta es la razón por la cual la protección y la promoción de la democracia son de vital importancia para nuestras vidas.

Necesitamos mejores ciudadanos. Necesitamos formarlos y darles una fuerte personalidad política. El “ciudadano” ocupa el puesto más importante en una democracia y ese puesto debe ser el más respetado en un sistema político.

Los gobiernos democráticos tienen la responsabilidad de brindar seguridad, acceso a servicios básicos y proteger los derechos humanos de sus ciudadanos.

En su artículo 16, la Carta Democrática Interamericana establece que: “[l]a educación es clave para fortalecer las instituciones democráticas, promover el desarrollo del potencial humano y el alivio de la pobreza y fomentar un mayor entendimiento entre los pueblos. Para lograr estas metas, es esencial que una educación de calidad esté al alcance de todos, incluyendo a las niñas y las mujeres, los habitantes de las zonas rurales y las personas que pertenecen a las minorías”.

Sin embargo, la ciudadanía conlleva sus responsabilidades. Todos y cada uno de los ciudadanos son responsables de defender la democracia. Cada uno debe asumir el principio sartriano de que “l’homme est condamné à être libre”. Todo ciudadano debe defenderla por sí mismo y por todos.

Como ciudadanos, tenemos el importantísimo papel de denunciar la corrupción, las violaciones a los derechos humanos y los problemas que afecten el medio ambiente.  La tecnología nos ha dado a todos y cada uno de nosotros las herramientas para comunicarnos con el mundo entero: todos en nuestras comunidades locales y en la comunidad internacional. Este nuevo poder nos da mayor libertad pero también nos da mayor responsabilidad.

Robert F. Kennedy decía que “[c]ada vez que un hombre defiende un ideal o actúa para mejorar la suerte de otros o se manifiesta en contra de una injusticia, emite una pequeña onda de esperanza, y atreviendo a cruzarse éstas en un millón de centros de energía, crean una corriente que puede derrumbar los muros más imponentes de opresión y resistencia”.

Como lo dije antes, el mandato del pueblo, expresado en una sociedad pluralista —la misma esencia del sistema democrático— no es un mero requisito moral, sino que es una necesidad política y cívica para la paz y para el desarrollo de nuestras sociedades. Como dijera Seregni: “[e]l objetivo es transformar ese principio ético en una elección o conducta de vida.”

Gobierno y democracia

El gobierno es un servicio para el pueblo, una vocación para atender el bien común. El gobierno no es un lugar para buscar ganancias o el poder. El gobierno requiere coherencia entre palabras y acciones. El gobierno requiere la capacidad de liderar con honor, sin abusar del poder.

Aquellos que han elegido representar al pueblo, lo hacen para encauzar la voz de los ciudadanos en los procesos decisorios del Estado. La legitimidad de un gobierno dimana de sus ciudadanos.

Una verdadera democracia es más que papeles en una urna electoral. Democracia es lo que viene después de las elecciones: es libertad de expresión, de asociación, de reunión.

Es un ciudadano empoderado, una sociedad civil fuerte, unos medios de comunicación dinámicos, un sistema judicial independiente y un aparato de seguridad; los que han recibido un voto de confianza del pueblo y que son responsables ante él. Pero lo más importante es que la democracia es tolerante ante la disensión.

La democracia requiere diálogo y para que este diálogo sea eficaz, debe ir acompañado de acciones.  El diálogo se rompe cuando no se escuchan las voces o cuando algunas de ellas son acalladas. En la ecuación política, 50% más 1 es igual a 100, y 50% menos 1 es igual a 0.

La falta de diálogo es la primera señal del fracaso de un sistema político. La coexistencia y el diálogo son la esencia de la democracia.

Esta es la única ruta posible hacia la democracia: una ruta en la que están protegidos los derechos de los ciudadanos. La infortunada situación en la que se encuentra Venezuela, en la que peligran los derechos, ha sido denunciada por la OEA.  De no haberlo hecho hubieran sido traicionados los principios y obligaciones consagrados en los instrumentos interamericanos.

Se hubiera traicionado la misma idea de las instituciones centradas en los ciudadanos.  Venezuela ha rechazado esta idea, y al hacerlo solo se ha erosionado más aún la democracia y los derechos humanos en ese Estado Miembro.

Un gobierno efectivo e incluyente requiere una ciudadanía informada y activa que entienda cómo expresar sus intereses, cómo actuar colectivamente y cómo hacer que los funcionarios públicos sean responsables de sus actos.

El poder público podría llegar a alejar a los líderes de su pueblo. Y cuanto más tiempo está uno en el poder, alejado del pueblo, más se pierde el contacto de aquellos ante quienes uno es responsable. Al perder la confianza en sus representantes electos, los ciudadanos encontrarán la manera de hacer escuchar sus voces.

Un gobierno no puede juzgarse a sí mismo, debe ser juzgado por su propio pueblo. Es este el papel vital que deben desempeñar los ciudadanos y la sociedad civil. La obligación de rendir cuentas viene de fuera.

La decisión del pueblo de elegir o de revocar su voto debe ser indestructible si el sistema político ha de ser considerado democrático. Estos derechos no pueden ser socavados y retirados. Esa es precisamente la razón por la que estos derechos son considerados como fundamentales.

Los países más estables y desarrollados del mundo son aquellos en los que todos los segmentos de la sociedad son libres de participar e incidir en la política sin sesgos ni represalias.

Cuando el pueblo participa en el sistema, no anda en busca de formas alternativas ni destructivas para forzar el cambio.  Canalizando la voz del pueblo hacia los procesos decisorios se evita o se previene la violencia.

Lastimosamente, no alcanzamos a lograr esto en nuestro Hemisferio. Las protestas pacíficas son más bien reprimidas con mano dura.  Pareciera que las constituciones están escritas a lápiz, sujetas a la corrección y el olvido, según convenga para la búsqueda del poder.

Una elección no es legítima cuando se elimina la oposición.  La autoridad no es legítima cuando las ambiciones políticas están por encima de la Constitución. El Estado de derecho deja de existir cuando los tribunales y las acciones penales se convierten en armas de persecución política y el manto de la impunidad cubre a quienes detentan el poder.

Como comunidad internacional estamos obligados a ser responsables unos ante otros. En su artículo 20, la Carta Democrática Interamericana dice que “[e]n caso de que en un Estado Miembro se produzca una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático, cualquier Estado Miembro o el Secretario General podrá solicitar la convocatoria inmediata del Consejo Permanente para realizar una apreciación colectiva de la situación y adoptar las decisiones que estime conveniente”.

Todos y cada uno de los Estados son responsables por la democracia en el continente.

En los artículos 17, 18 y 19 de la mencionada Carta se menciona que dicha responsabilidad recae en manos del Consejo Permanente. Nuestras cartas y convenciones no fueron escritas para ser archivadas y empolvarse, sino que fueron escritas para defender nuestros derechos, los derechos de los pueblos.

Esta es la razón por la que la defensa de la democracia es uno de los principales mandatos de la OEA y la base fundamental de las relaciones internacionales en las Américas.

El hecho de que se haya invocado en junio pasado la Carta Democrática Interamericana para atender la situación prevaleciente en Venezuela tenía como solo objetivo aprovechar todos y cada uno de los medios políticos y diplomáticos disponibles para restaurar el orden democrático institucional.

La Carta indica que “en la Declaración de Managua para la Promoción de la Democracia y el Desarrollo, los Estados Miembros expresaron su convicción de que la misión de la Organización no se limita a la defensa de la democracia en los casos de quebrantamiento de sus valores y principios fundamentales, sino que requiere además una labor permanente y creativa dirigida a consolidarla, así como un esfuerzo permanente para prevenir y anticipar las causas mismas de los problemas que afectan el sistema democrático de gobierno”.

La democracia impone tolerancia, respeto, capacidad para trabajar juntos, diálogo, reconocimiento de los derechos de cada individuo y una comunidad de espíritu.  El pueblo elige líderes comprometidos con las ideas y con el bien común. Y ese es el trabajo que nos corresponde hacer a cambio.

La honestidad, la ética y el decoro republicano no son mera ideología, sino que son valores democráticos esenciales cuya implementación alimenta las esperanzas de las nuevas generaciones. Cuando no logramos evitar que se coludan la política y el dinero, las nuevas generaciones se alejan de la actividad política y dejan de participar en los procesos decisorios que inciden en su futuro.

Cuando la democracia funciona, funciona también el resto del sistema.  Cuando esto no ocurre, todos nos vemos afectados.

He aquí la razón por la que instituciones como la OEA no pueden permanecer neutrales. Debe ser un reflejo del compromiso con el mayor respeto posible para cada uno de los instrumentos y herramientas fundamentales a su disposición.

La Organización no toma partido con un gobierno en particular, con un partido o una fuerza opositora. Toma partido por los principios que representa: libertad, democracia y, sobre todo, el respeto de los derechos humanos de los ciudadanos de los 34 Estados Miembros.

Necesitamos crear un ambiente en el que los pueblos tengan voz en su gobierno y, a su vez, los gobiernos cumplan sus responsabilidades ante sus pueblos.

Esto nos debe llevar a la acción.

Nos vemos conminados por estos valores compartidos.  La democracia y los derechos humanos son parte de lo que somos y en lo que creemos. No podemos esperar a que todos se pongan a la par pues sería demasiado tarde.  Debemos actuar ante lo que esté a nuestra vista.

Para lograr tener un mejor Hemisferio, necesitamos países que defiendan esto principios, que sean más activos y que se comprometan con la promoción y defensa de esos derechos. Muchas veces hemos sido testigos de lo que ocurre cuando las cosas no funcionan bien.

Podemos aplicar aquello que dijo Emiliano Zapata a nuestras democracias: “quiero morir siendo esclavo de los principios, no de los hombres”. Para que la democracia tenga éxito, los principios deben ser nuestros guías, no nuestros dictadores.

La democracia debe ser vista como algo necesario, esencial, como un elemento fundamental en las relaciones internacionales en el Hemisferio. He aquí la razón por la que la democracia es esencial para la OEA.

Al defender la democracia debemos aprovechar todos los mecanismos a nuestra disposición, incluida la Carta Democrática Interamericana, en todos los casos en los que se estén deteriorando los elementos esenciales de la democracia representativa y los componentes fundamentales para el ejercicio de esta democracia.

No podemos tolerar una doble moral.  La acción es lo que hace eficaz la protección de la democracia en el ámbito internacional.

La Carta Democrática Interamericana define claramente los elementos esenciales de la democracia representativa:

“el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales;
el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho;
la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo;
el régimen plural de partidos y organizaciones políticas;
y la separación e independencia de los poderes públicos.”

Todo mundo sabe cuáles son estos principios y cómo deben ser aplicados siempre. Tan claro como el agua. Si permitimos que se enturbie, estaremos propiciando la erosión, el deterioro y la destrucción de nuestras democracias.

Efectivamente, será muy difícil iniciar un diálogo si evaluamos la calidad de la democracia en otros países cuestionando su sistema para la protección de los derechos humanos.

Sin embargo, esta es la razón por la cual fue creada la OEA. Cuando hayamos cumplido nuestra tarea, todos seremos mejores como países, como comunidades y como ciudadanos.