Discursos y otros documentos del Secretario General

SESIÓN INAUGURAL DEL AÑO NUEVO MASÓN DE LAS 3 GRANDES LOGIAS UNIDAS DE SANTA CATARINA (BRASIL): PRINCIPIOS Y VALORES COMUNES

3 de marzo de 2018 - Santa Catarina, Brasil

Señoras y señores,

Cada uno de nosotros tiene sus propios principios y valores. Quizás estos pueden cambiar en el tiempo o en las circunstancias que cada uno vive.

La democracia nos abre entonces la puerta para que podamos convivir con tanta diversidad; nos da la posibilidad de definir de alguna manera principios comunes a todos, que nos garanticen ciertos grados de predictibilidad a las acciones de los demás para poder coexistir y convivir con las diferencias.

Una forma de resolver este dilema de continente ha sido la construcción de instrumentos jurídicos interamericanos, instrumentos que fueron acordados por los gobiernos en su momento y luego ratificados por cada uno de los parlamentos aprobados y transformados. Me gustaría hacer referencia a la Carta de la OEA y a la Carta Democrática Interamericana. En ambas cartas se explicita con claridad cuáles son los principios que deberían guiar nuestras acciones.

En la Carta de la OEA se establece que la solidaridad de los Estados Americanos, y los altos fines que con ella se persiguen, requieren la organización política de los mismos sobre la base del ejercicio efectivo de la democracia representativa.

Llegar a un consenso sobre la definición de la democracia desde el punto de vista normativo es una tarea difícil. Abundan los principios filosóficos, que intentan clarificar este debate y priorizar ciertos valores y elementos de la democracia sobre otros. La variedad de caracterizaciones y enfoques, que van desde los minimalistas hasta los maximalistas, confunden no sólo a la ciudadanía, sino también a los líderes, que tienen la responsabilidad de promover y tomar acciones en pro del fortalecimiento democrático en la región.

La democracia significa muchas cosas. Democracia es realizar elecciones libres y justas; la democracia es garantizar oportunidades de empleo dignos para todos; la democracia significa asegurar educación universal y de calidad; la democracia es igual al Estado de Derecho donde existe separación e independencia de poderes; la democracia significa libertad de expresión, crecimiento económico; la democracia equivale a una clase política que no se corrompe, y que actúa honrando el origen de su poder, el pueblo; la democracia es tener la libertad de salir a las calles, o en Twitter a protestar contra el establishment sin miedo y sin represalias.

Los enunciados anteriores se refieren a cuestiones recurrentes en la retórica y la práctica política de nuestros países. No es nuestra intención entrar en debate sobre visiones de lo que se entiende o no por democracia, porque ya tenemos una definición, y es la que establece la Carta Democrática Interamericana.

Para los Países Miembros de la OEA, la democracia es un derecho de los pueblos, y una obligación de sus gobiernos, como establece el artículo 1 de la Carta Democrática Interamericana. Al mismo tiempo, en ese mismo artículo 1 y en el artículo 7 de la misma Carta se determina el para qué de la democracia. Allí se establece que es esencial para el desarrollo social, político y económico de los pueblos de Latinoamérica y, es indispensable para el ejercicio efectivo de las libertades fundamentales y los derechos humanos, con su carácter universal, indivisible e interdependiente, consagrado a las respectivas constituciones de los Estados y a los instrumentos interamericanos e internacionales de derechos humanos.

El artículo 2 declara que el ejercicio efectivo a la democracia representativa es la base del Estado de Derecho. En el artículo 3 se establecen los elementos esenciales de la democracia representativa, definiendo así las condiciones esenciales del Estado de Derecho: El respeto a los Derechos Humanos y las libertades fundamentales, el acceso al poder, y su ejercicio o constitución al Estado de Derecho, la celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto, régimen rural de partidos y organizaciones políticas, la separación e independencia de los poderes políticos.

Más adelante, se hace referencia al ejercicio de la democracia, se definen como componentes fundamentales de la misma la transparencia, las actividades gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión pública, el respeto a los derechos sociales y la libertad de expresión y de prensa, la subordinación constitucional de todas las Instituciones del Estado a la actualidad civil, legalmente constituidas y el respeto al Estado de derecho de todas las entidades y sectores de la sociedad.

Se declara la participación de la ciudadanía como condición necesaria “para el pleno y efectivo ejercicio de la democracia”.

Las múltiples dimensiones que definen el ejercicio efectivo de la Democracia han generado siempre discusiones y disputas ideológicas sobre cuál de esas dimensiones es la más importante. Mi respuesta es que todas lo son. Existe interdependencia e indivisibilidad entre ellas. Sin transparencia en las actividades gubernamentales habrá grupos de poder, interés, o de creencias que intentarán imponer su agenda, y de esa forma seguramente habrá diferencias de acceso a los derechos humanos, por ejemplo.

Piensen en todas y cada una de las dimensiones del ejercicio efectivo de la Democracia y verán que se relacionan entre ellas, son indivisibles, como indivisibles son los derechos humanos.

Desde el comienzo de nuestra gestión hemos tomado como bandera “más derechos para más gente”, porque debe ser el medio y el fin de la acción humana.

Y en nuestra acción y en nuestro pregón nos encontramos en una situación histórica del continente, en la cual la Democracia está permanentemente amenazada en nuestras poblaciones.

Todos los días en todos los países se producen desencantos en la forma en que la democracia brinda resultados concretos y palpables a la población.

La democracia hoy debe ser cada vez más eficiente. Ello implica instituciones más eficientes, partidos políticos más eficientes, gobernantes más eficientes. Hoy somos juzgados en el mismo minuto que nos pronunciamos; solamente podemos atender la interacción más activa con la sociedad si damos respuesta a cada uno de sus problemas, si damos respuesta a sus denuncias, sean temas de corrupción, de medio ambiente o de derechos humanos.

Debemos siempre estar atentos para desterrar malas prácticas y para desterrar malos hábitos, dar respuesta a los problemas. Cuando en un país gana un candidato populista, haciendo campaña entre “nosotros el pueblo” y “ellos la elite”, hay que estar alerta a que sus acciones no se vuelvan antidemocráticas y, de vez en cuando hay que decir algo, pero nunca se puede callar, y así lo hemos hecho.

Cuando en un país las instituciones democráticas son débiles o se debilitan en un punto en el que se incumplen algunas de las dimensiones que hacen al ejercicio efectivo de la democracia, o cuando se desmantelan las instituciones una por una, o cuando se desmantelan los compromisos democráticos uno a uno, tenemos que tomar acción y ofrecer cooperación, tenemos que fortalecer las instituciones y así lo hemos hecho.

Cuando en un país hay una violación reiterada y sistemática de las dimensiones que hacen al ejercicio efectivo de la Democracia, con presos políticos y muertes en las calles frente a manifestaciones de oposición, hay que denunciarlo internacionalmente, y promover la investigación de los crímenes de lesa humanidad que se hayan podido cometer. Y así lo hemos hecho.

Nuestras acciones deben estar en línea con nuestro pensar, y nuestro pensar tiene que estar en línea con nuestros principios.

Permítanme hacer referencia a otro de los principios comunes, definidos en la Carta de la OEA: “La educación de los pueblos debe orientarse hacia la justicia, la libertad y la paz.”
Soy consciente que me encuentro en una comunidad que pregona este principio.

Por eso, quizás, no tenga por qué explayarme para fundamentar que si no llevamos adelante acciones en línea con este principio, las relaciones sociales de poder harán que sean los más débiles los que sufran la falta de educación, la injusticia, la falta de libertad y la falta de paz. Siempre son los más débiles los que sufren cuando este principio no se cumple.

Somos, como construcción social, un conjunto de individualidades cual eslabones de una cadena. Y la fortaleza de una cadena se mide por el eslabón más débil.

“Más derechos para más gente” y -ante la injusticia, las faltas de libertades y la falta de paz- prioridad a los débiles.

Los principios que se conjugan con la esencia de la democracia como proceso de construcción permanente y como fin en sí mismo, como objetivo de nuestro trabajo político, son la esencia, los valores fundamentales para garantizar la dignidad humana y con ello la convivencia de nuestra sociedad: libertad, justicia, igualdad, tolerancia, fraternidad. Uno de los elementos principales que nos une es la necesidad de no perder el sentido de humanidad, como esencia de los valores democráticos.

Quienes defendemos la democracia estamos convencidos que solamente en un Estado de Derecho donde exista un verdadero esquema de división de poderes que se controlan y equilibran mutuamente, resultados de elecciones viables, justas y transparentes que reflejan fielmente la voluntad popular, sólo en ese contexto es que realmente el ser humano es verdaderamente libre y digno.

Por otra parte, la democracia y los Derechos Humanos son valores indivisibles e interdependientes. No es concebible una democracia sin verdadero respeto y verdaderas garantías a los Derechos Humanos.

La democracia implica no discriminación, también todos los aquí presentes somos plenamente conscientes de los defectos de nacimiento que tiene la democracia en nuestro continente, que la desigualdad y la corrupción han sido prácticamente congénitas a nuestras Repúblicas, y que la tentación totalitaria en un continente rico en recursos y pobre en voluntad política es un virus respecto al cual no estamos completamente vacunados.

No sólo la tentación es totalitaria. La seducción de no perder cargos o privilegios, muchas veces lleva a sacrificar la democracia por un concepto que muchas veces es muy perjudicial que quede vacío de contenido, “la gobernabilidad”. La gobernabilidad entendida como principio de preservación del estatus quo por encima a cualquier reforma, que sea realmente democrática, que garantice la igualdad de derechos para todos y todas; la gobernabilidad como una agenda de pacificación pero no de paz, porque no hay paz si los derechos son avasallados.

Cuando esas lógicas se afianzan, la democracia es adulterada hasta el punto en el que pierde su razón de ser, la justicia se erosiona, la libertad se limita, los derechos son más lejanos a nuestras vidas. Se va degenerando el sistema, hay variables que son sinónimo de impunidad y, cuando éstas suceden y se consolidan, es muy difícil revertirlas.

Cuando se celebran elecciones sin garantías básicas, para asegurar la legitimidad de un gobernante no democrático, sin garantías para asegurar al pueblo que se respetará el resultado de las urnas, cuando se agrega la imposibilidad del ejercicio de derechos civiles y políticos básicos, como la libertad de expresión, libertad de asociación y libertad de reunión, con candidatos proscriptos y presos políticos en las cárceles, no estamos creando democracia, y eso es lo que pasa hoy en Venezuela. La estamos vaciando de contenido, y lo que es peor, estamos vulnerando los derechos del pueblo soberano si no decimos nada, porque la indiferencia es una forma de sostener esa falta de derechos.

Cuando se está dispuesto a asegurarse el acceso al poder y su ejercicio, sacrificando los derechos de la gente por encima de la voluntad popular, se está agrediendo la democracia. Se está privando a ese pueblo de los valores que hicieron nuestra bandera, se está siendo cómplice del totalitarismo y violación de los derechos humanos. Jamás debemos perder ese sentido de humanidad, jamás debemos ignorar el sufrimiento humano y mucho menos cuando éste es responsabilidad del Estado, como ocurre hoy en Venezuela.

El negar justicia a una sociedad donde se cometieron crímenes de lesa humanidad es someterla una y otra vez al terrorismo de Estado.

Nunca es demasiado tarde para recordar estos principios y valores, para fortalecer la democracia desde la probidad y la buena fe.

Todos tenemos un rol fundamental que desempeñar en devolver humanidad y dignidad a los sistemas políticos, en construir verdaderas democracias no basadas en las mentiras sino en la verdad, enterrando las miserias políticas, dando certeza de justicia desde la lucha contra toda forma de impunidad política y, especialmente, en el verdadero respeto a los Derechos Humanos, fundamento mismo de una sociedad mejor.

En resumen, lo que nos convoca como demócratas, lo que nos une, es poner al ser humano y a sus derechos en el centro de todos nuestros esfuerzos hacia la consolidación de sistemas democráticos que verdaderamente garanticen su libertad y su dignidad. Pero con mayor virtud estará el ser justos. Ese es el trabajo de la OEA, ese es el trabajo que anima a la Organización.

“La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales", dijo John Rawls, pero él no fue el primero en decirlo - Platón estaba allí mucho antes que él.

La OEA tiene que saber si su Carta Democrática es un instrumento más de inacción diplomática o si, incluso peor, es para los archivos de la Organización. Si es un instrumento de defensa los gobiernos -como quieren algunos- o es un instrumento de defensa de los pueblos. Si los titulares de los derechos que establecimos en la Carta Democrática Interamericana son aquellos que gobiernan -bien o mal-, o la gente que busca escapar de las situaciones límites que les provocan la violación de los derechos humanos. Si también protege a las instituciones que se ven afectadas cuando el sistema político ve alterado su orden constitucional.
Estamos obligados a ser justos, porque de ello dependen las reglas básicas de nuestra convivencia.

Si le damos la oportunidad al pueblo de elegir su destino o se lo negamos, si permitimos que los obstáculos administrativos improvistos prevalezcan sobre la voluntad de la gente, el sentido de justicia que asumamos será nuestra responsabilidad para siempre.

“Los individuos suelen vivir como miembros de las comunidades políticas, por lo que la dimensión social de la justicia es una virtud”, es la mejor forma de construir convivencia de coexistencia. Coexistencia entre nosotros, porque compartimos valores y principios de la democracia, derechos humanos, desarrollo, seguridad. También los podemos vaciar de contenido y lograr que no tengan ningún significado. La indiferencia es una buena forma para lograrlo.

Persuadir que lo único que cuenta es nuestro propio interés también sirve para escaparnos de las responsabilidades que tenemos como miembros de la comunidad internacional.
La democracia es el instrumento principal del desarrollo de nuestros pueblos en las Américas. Es la mejor forma de darnos instituciones fuertes y respetadas que tengan la confianza de la gente,

Es a través de esas instituciones que logramos hacer respetar nuestros derechos y nuestros intereses, las que nos dan condiciones para producir y para invertir, las que nos dan reglas de juego claras.
Es en cuanto a que estas instituciones nos representan que podemos trabajar con ellas y alcanzar los mecanismos de garantías que nuestra convivencia social necesita para ser equilibrada.

Es la mejor forma que tenemos de darnos seguridad, porque no hay seguridad con el atropello de nuestros derechos, no hay seguridad si nuestros intereses no están representados en el sistema político, no hay seguridad si la fuerza pública no tiene el aval de las instituciones democráticas. Y si no hay seguridad no hay inversiones, no hay trabajo, la economía se distorsiona, no funciona, no es posible el ejercicio de nuestros derechos económicos y sociales, porque la justicia es imposible.

La democracia es la mejor forma que tenemos para asegurarnos el acceso a derechos y equidad. Nuestro bienestar, las mejores condiciones productivas, dependen esencialmente de la calidad de democracia que hemos construido.

Para finalizar, quisiera destacar que nuestras organizaciones comparten valores comunes: la historia de la independencia, la fundación de nuestras Repúblicas Americanas, no se podría entender sin el papel que desempeñó la masonería en el hemisferio, en el centro, en el norte y en el sur de nuestras tierras.

En estos momentos en que los principios de libertad, igualdad y fraternidad están en riesgo en algunas zonas de nuestro continente, debemos aunar fuerzas para salvaguardar el bienestar de nuestros hermanos y hermanas americanas allí donde lo necesiten.

Por eso me siento especialmente honrado de estar en esta sesión de inauguración del año masónico, de ser recibido en Santa Catalina, de tener la oportunidad de dirigirme a ustedes, como he tenido la oportunidad de escucharlos en este día.

Muchísimas gracias.