Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA REUNION DE LOS PRESIDENTES DE LAS COMISIONES DE RELACIONES EXTERIORES DE LOS PARLAMENTOS O CONGRESOS NACIONALES DE LOS ESTADOS MIEMBROS DE LA OEA

29 de marzo de 2000 - Washington, DC


Señores Representantes de los Congresos y Parlamentos de las Américas, embajadoras y embajadores, representantes, señoras y señores:

Quiero al comenzar darles la bienvenida a esta Casa de las Américas y agradecerles su presencia que nos llena de satisfacción y de orgullo puesto que ustedes representan la voz de los pueblos americanos. Particular significado tiene para nosotros que en estos pasillos, testigos de algunas de las más relevantes episodios de la vida hemisférica, estén hoy los presidentes de las comisiones de relaciones exteriores de nuestros parlamentos y congresos.

Gracias al Gobierno y al Congreso de Canadá por haber contribuido a esta propuesta de diálogo político. Así logramos que nuestros organismos legislativos contribuyan, de manera más efectiva y decidida, a los grandes propósitos que se han trazado nuestros pueblos y nuestros gobernantes, propósitos que hoy forman parte central de la vigorosa agenda común de integración de las Américas que nos hemos propuesto.

Van ustedes también a discutir la posibilidad de establecer un foro interparlamentario en el marco de nuestra Organización para adelantar estos propósitos. Quiero felicitar a la Unidad para la Promoción de la Democracia por haber habernos apoyado de manera eficaz a cumplir el mandato otorgado por la Asamblea General.

Señores legisladores:

El Milenio que comienza nos enfrenta a grandes desafíos y oportunidades para continuar avanzando en los caminos de la integración y la cooperación. Hemos dejado atrás años de lenguaje confrontacional, de incomprensión, de desconfianza. Hoy, con el fin de la guerra fría, nuestros pueblos se sienten más próximos, más socios de una empresa colectiva, hermanados por un conjunto de valores comunes, abrigando los mismos anhelos de paz, justicia e igualdad, y atados por un conjunto de lazos culturales, históricos y geográficos.

Cuan diferente era el escenario cuando yo fui congresista en Colombia, mi país, y Presidente de la Cámara de Representantes. Sin duda vivíamos otros tiempos. Eran tiempos en los que las expresiones de defensa de la democracia o de protección de los derechos humanos eran parte de una retórica vacía frente a los imperativos de la Confrontación global. Para no hablar de los enormes obstáculos al comercio que se fueron creando de manera paralela con las precarios iniciativas de integración a nivel de las subregiones de nuestro hemisferio.

Ustedes me permitirán ahora hacer un somero recuento de algunas de las tareas que adelantamos en la OEA y que hacen parte de esta vigorosa empresa común en que todos estamos comprometidos. Trabajamos para defender y fortalecer la democracia, para evitar que resurjan formas de militarismo o autoritarismo, para asegurar elecciones limpias, justas y transparentes. Promovemos la tolerancia, la diversidad, el fortalecimiento y protección de los derechos humanos, y trabajamos en la creación de un espacio regional con la idea de proteger nuestro entorno natural y avanzar hacia el desarrollo sostenible. Enfrentamos la corrupción con una convención que fue pionera en el mundo. Nos hemos unido a través de un organismo permanente para hacerle frente al terrorismo. Hemos avanzado en el proceso de crear medidas para afianzar la confianza y la seguridad lo que nos ha permitido no solo resolver algunos de las diferencias centenarias sino reducir nuestros presupuestos militares al nivel mas bajo desde nuestra creación como repúblicas. (Latinoamérica 2%)

Estamos avanzando con determinación para la evaluación de las políticas nacionales de drogas de todos los países y con ello estamos creando un entorno de mayor cooperación y abandonando el unilateralismo y la confrontación que han creado un clima de desconfianza dañino para las relaciones hemisféricas. Estamos apoyando las múltiples reuniones ministeriales de educación, justicia, trabajo, comercio, desarrollo social, telecomunicaciones y ciencia y tecnología, además de numerosos encuentros de otras autoridades nacionales.

Tenemos también nuevos mandatos en la protección de los derechos de poblaciones vulnerables: derechos de los niños, de las poblaciones indígenas, de los pueblos migrantes y sus familias; la igualdad de género; el fortalecimiento del derecho a la libre expresión y de los derechos básicos de los trabajadores; y la creación de nuevos vínculos con la sociedad civil, para sólo citar algunos. Aspiramos que una nueva generación de americanos pueda ejercer esos derechos con el respaldo de las instituciones del Sistema Interamericano de derechos humanos, la Corte, la Comisión, el Instituto.

Y desde luego estamos apoyando a los grupos de negociación que trabajan en la más vasta empresa que las naciones de las Américas se han propuesto desde que surgimos como naciones independientes: la creación de la Zona de Libre Comercio de las Américas.

Y al comenzar a describir la que constituye nuestra tarea fundamental tenemos que manifestar que en estos años hemos sido testigos de un proceso sin precedentes de difusión, consolidación, defensa y profundización de la democracia en los países americanos. Sin embargo, este proceso está lejos de ser definitivo y concluyente, y aun tenemos tropiezos y retrocesos. Persisten en las Américas países con instituciones demasiado vulnerables y sistemas políticos con rasgos autoritarios, sin suficiente equilibrio de los poderes y sin suficiente participación ciudadana. Y soy un convencido que a tales desafíos no les haremos frente con eficacia sino tenemos el concurso decidido de los congresos y de nuestros partidos políticos que son esenciales al articular todos los intereses de nuestras sociedades.

Y más allá de eso tendríamos que decir que después de una década vigorosa de reformas económicas nos encontramos en una situación que podríamos decir es paradójica. A pesar de todo lo que hemos aprendido sobre el funcionamiento de los mercados y sobre lo que se debe hacer para mitigar y evitar problemas y abusos; a pesar de que las reformas fueron profundas y consiguieron muchos de los objetivos de estabilidad y crecimiento; a pesar de todo nos hemos encontrado con varios problemas.

El primero es la creencia de buena parte de nuestros ciudadanos de que las reformas estructurales, que todos los países impulsaron en la década que recién termino, son las causantes del hecho de que tengamos la peor distribución del ingreso del planeta y de que la pobreza persista de una manera que desafía las bondades de todo lo que hemos logrado. Sin duda el nuevo modelo económico, con un uso mucho más intenso de mecanismos de mercado, tuvo que cargar con nuestras falencias y debilidades centenarias generadas por el anterior modelo económico.

El segundo factor consiste en que los desafíos políticos parecieran estar en aumento y resolverlos adecuadamente es cada más importante en la búsqueda del bienestar de los pueblos de las Américas. Tendríamos que decir que a lo largo de la ultima década, en la mayoría de nuestros países, se desestimó la importancia de las variables políticas o de la necesidad de los cambios o mejorías de las instituciones políticas. Y eso fue en gran medida la consecuencia de que en los espacios multilaterales y académicos se dio cierta tendencia a creer que el desarrollo estaba determinado sólo por variables económicas.

A lo largo de la década fueron surgiendo no solo nuevas variables económicas sino significativos escollos políticos tanto para profundizar las reformas que se llamaron de primera generación como para implantar las de segunda. Esto, señores parlamentarios, constituye uno de los principales desafíos a los que hoy debemos hacer frente con su concurso.

El tercero consiste en las enormes sorpresas que tuvimos en la década pasada y que han terminado por alterar muchas de las ideas de que la aplicación de algunas prescripciones económicas nos llevarían al desarrollo. Solo tengo que mencionar la volatilidad de los capitales y la propia globalización para tener una idea de los fenómenos que alteraron casi por completo nuestro discurrir en los noventas. Las crisis que estas produjeron tuvieron para nosotros un enorme costo en términos de crecimiento y bienestar y pusieron a prueba la voluntad política de nuestros gobiernos, congresos y opiniones públicas para perseverar en el camino reformista. Afortunadamente de todas ellas salimos fortalecidos y con instituciones más sólidas.

La década que terminó y los primeros meses de este año nos dejan otra importante lección: desconocer las realidades políticas o no actuar sobre ellas con pericia y oportunidad puede no solamente poner en riesgo las reformas, sino también los cimientos mismos de las democracias

No hay duda, entonces, que con las reformas ha habido cierto desencanto en la década que recién terminó y ellas han perdido ese optimismo desbordante con que se pusieron en práctica. Pese a ese desencanto ningún país ha dado marcha atrás a las reformas económicas, a la mayor competencia, al creciente papel del mercado y siguen siendo por doquier cambios apreciados pero sin brillo político, sin la novedad y la fuerza incontrastable que tenían en la primera mitad de la década. Esa especie de fe ciega en el mercado hizo pensar que este podría remplazar al Estado. Hoy sabemos que tal apreciación es totalmente equivocada. Como también sabemos que solo con más cambios y reformas y también con más democracia le haremos frente a nuestros desafíos y problemas.

Hoy sabemos que es necesario dejar atrás los procedimientos cerrados o autoritarios que se dieron para impulsar las primeras reformas en los noventas. Las tareas a acometer son más complejas, demandan más apoyo político y una base social más amplia, sus objetivos son más dispersos o difusos y sus resultados solo se ven en el mediano plazo y son más difíciles de cualificar o cuantificar en su evolución.

Y lo que todos reconocen es que tales cambios tendrán que ser presentados, discutidos y aprobados por los congresos. De seguro no habrá más reformas de espaldas a la opinión publica o sin control congresional. Y sabemos también que las debemos adelantar sin que se presente un crecimiento del tamaño del Estado que ahogue la iniciativa privada, pues esta es una lección que hoy compartimos la inmensa mayoría de los americanos de todos los contornos.

¿Cómo encarar esos desafíos políticos? ¿Qué es lo que entendemos por la preocupación política mas allá de las consideraciones económicas?

Lo primero que tendríamos que decir es que aun con el esfuerzo casi colosal que hemos hecho para reformar nuestras instituciones económicas, el camino por recorrer es mucho más difícil en los cambios institucionales o políticos. Para comenzar, señores parlamentarios, estos desafíos políticos y estas necesidades de cambio institucional son ante todo de su responsabilidad política. El fortalecimiento de nuestras democracias no sólo está en sus manos, sino también el crear un entorno para acelerar el crecimiento y resolver los problemas sociales.

Ahora bien, y sin exagerar demasiado, podemos asegurar que de la gran crisis de la deuda de los ochentas en Latinoamérica heredamos malas políticas, malas instituciones, pocos recursos y un Estado en retroceso, debilitado ideológicamente por la crisis de la deuda y por el implantamiento de las reformas de mercado.

Nuestras necesidades en el terreno institucional y político van hoy, no obstante, en el sentido totalmente opuesto y demandan ante todo un significativo fortalecimiento del Estado en el cumplimiento de sus responsabilidades sociales. Es necesario asegurar que enfrentemos con éxito la desigualdad y la pobreza; es imperioso que eliminemos la miseria. Tenemos la misión de fortalecer al Estado en sus funciones de supervisión, regulación y control; en sus funciones educativas y de salud; en la protección de poblaciones vulnerables; y en sus funciones de justicia, policía y seguridad.

Tenemos que reconocer que difícilmente estamos avanzamos en cómo hacer que las instituciones del sector público funcionen bien. Sabemos que las escuelas, los hospitales o los departamentos de policía están desbordados por las demandas ciudadanas o simplemente no funcionan atrapados en problemas sindicales o en sistemas de administración clientelistas o paternalistas.

Nuestros jueces disponen de precarios instrumentos para defender a los ciudadanos de la arbitrariedad ancestral de la que son víctimas, del dramático crecimiento de la delincuencia urbana o de la necesidad de proteger las inversiones.

Muchos países, tal vez la mayoría, no saben aun como crear un sistema de salud que de veras llegue a los pobres y que no solamente mejore el uso de los recursos para los estratos medios, sino que preserve algún derecho a la escogencia y que establezca algunos principios de competencia.

Y aun más, todos nuestros países han identificado la educación como una prioridad para mejorar el crecimiento, atenuar la desigualdad y preparar los países para competir internacionalmente. ¿Pero sabemos lo suficiente de cómo mejorar la calidad de nuestras políticas e instituciones? ¿Tenemos idea de lo que ha ocurrido con las experiencias de descentralización educativa? ¿Sabremos cómo distribuir los recursos en los tres niveles educativos y que estos no se asignen por costos históricos o presiones locales o institucionales? ¿Estamos claros en cómo vamos a superar los escollos políticos o laborales para reformar la educación pública? ¿Sabremos hasta donde compensar los problemas originados en la malnutrición, en el nivel educativo de las familias o en el caso de las etnias indígenas?

En realidad no sabemos lo suficiente y los recursos que se pueden dedicar a estas empresas por los organismos multilaterales son muy limitados. Se necesita mucha más investigación y un vigoroso intercambio de experiencias, y tenemos que vincular a este esfuerzo a un grupo de americanos mucho más vasto, a nivel de cada nación, para tener alguna posibilidad de ser eficaces en el fortalecimiento de las instituciones políticas y sociales. Estos son problemas que trascienden a nuestros gobiernos

Porque todos los que estamos aquí somos conscientes de que estas tareas de índole política como la propia integración van más allá de la voluntad de nuestros gobiernos. A ella tenemos que sumar la voz de nuestros parlamentos, la de nuestros empresarios, la de los trabajadores y los voceros de la sociedad civil. Solo de esa manera podremos recoger las nuevas aspiraciones, los anhelos, las esperanzas de nuestros pueblos y solo de esa manera las acciones colectivas que acometamos tendrán la eficacia necesaria para sobreponernos a nuestros problemas centenarios sumados ahora a los que nos ha traído la globalización.

En la OEA hemos venido desarrollando un Programa de Apoyo a las Instituciones y Procesos Legislativos con los congresos de El Salvador, Honduras, Guatemala, Chile y Bolivia. También hemos trabajado con el Parlamento Andino, con la Comisión Parlamentaria Conjunta del Mercosur, con el Parlamento Centroamericano y con el FOPREL, entre otros. Con el apoyo de Estados Unidos, en breve, los parlamentos de la región Andina, Centroamérica y el Mercosur estarán conectados por redes electrónicas de información parlamentaria

La legislación modelo o la armonización legislativa necesaria para dar respuestas adecuadas a las amenazas y desafíos comunes impuestos por la globalización como el lavado de activos, la cooperación judicial, la lucha contra la corrupción, contra el terrorismo, contra el tráfico ilegal de armas, la trasparencia en la compra de armas, la igualdad de género y la violencia contra la mujer, es una muestra del enorme trabajo legislativo que será necesario realizar para lograr nuestros propósitos colectivos. Muchos otros de los temas que he enunciado tienen también una dimensión legislativa. Y les permitirán participar e influir en lo que hoy constituye un componente importante de la política exterior.

Su vinculación, señores congresistas y parlamentarios, de manera más decidida en esta agenda puede representar un paso gigantesco en la creación de la noción de unas Américas unidas en la lucha por la defensa de los derechos ciudadanos y no exclusivamente por objetivos de comercio o inversión.

Señores Parlamentarios:

La existencia de parlamentos deliberantes, legítimos y fuertes en todas las naciones del Hemisferio es una condición necesaria para mantener el ritmo acelerado con el que marcha la integración interamericana.

No existe una democracia verdadera sin un parlamento fuerte: fuerte en sus facultades fiscalizadoras; fuerte en legitimidad frente a los ciudadanos y la opinión pública; fuerte en la tarea de representar a todos los sectores de la vida nacional; y fuerte en la tarea de velar por el cumplimiento de la función social del estado.

Es falsa la dicotomía que en muchos foros del mundo se nos plantea cuando se sugiere que el fortalecimiento de los valores democráticos en las Américas se debe dar por la vía de la sociedad civil en desmedro de la vía que representan los partidos políticos y los congresos. Es cierto que en América requerimos de una sociedad civil organizada y robustecida pero también lo es que solo con un notable fortalecimiento de los poderes legislativos podremos consolidar la democracia y hacerle frente a los problemas colectivos para lograr los objetivos de igualdad, integración y desarrollo.

Señores Legisladores:

Para finalizar, quiero reiterar una vez más mi fe y mi vocación para trabajar por la causa de las Américas, sumándome a los esfuerzos para construir un continente más justo, más próspero y más pacífico. Como dije con ocasión de la última Asamblea General, los invito a ser testigos de nuestra fe, de nuestra determinación de conducir esta nave con vientos a favor y desplegando cada una de sus velas, las cuales representan a cada una de nuestras naciones, a cada uno de nuestros pueblos, a cada ciudadano fortalecido en su capacidad de ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones en un Hemisferio donde reinen la paz, la justicia, la libertad y donde todos conservemos la esperanza en las posibilidades de la prosperidad, la igualdad y la hermandad.

Muchas gracias.