Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA XIV REUNIÓN DE LA ASAMBLEA GENERAL DE GOBERNADORES DEL BID

14 de marzo de 1999 - París, Francia


En primer lugar quisiera expresar las felicitaciones de la OEA al BID, su hijo más aventajado, por cumplir 40 años de servicios a las naciones de América, de progreso económico y social, y de avance político y democrático.

La invitación que el BID nos hace cada año a este escenario, sirve para hacer un ejercicio de reflexión libre que siempre encuentra receptividad en ese espacio ecuménico que caracteriza la labor de Enrique Iglesias. Y en el esfuerzo deliberatorio de este día quisiera cambiar de enfoque y, más que simplemente enunciar el conjunto de políticas y la dosis adecuada para las circunstancias de hoy, tratar de pensar en voz alta para repetir preguntas que uno encuentra cada vez con mayor frecuencia esparcidas por doquier y que pareciera que nadie está obligado a responder, o que simplemente no se responden con la contundencia de siempre, porque hemos perdido muchas de nuestras certezas.

Y algunas de las preguntas con las que nos encontramos son: ¿Integración pobreza o apertura, qué ha originado tanta volatilidad en los flujos de capitales que hasta ahora parece ser la característica más indeseable de la globalizacion? ¿Es el efecto contagio un fenómeno incontenible que arrolla los mercados sin freno ni compasión? ¿Qué pensamos de las sugerencias del Profesor Krugman sobre el regreso al control de cambios? ¿Será posible regresar a un sistema que permita a las economías emergentes tener al otro lado de la mesa a alguien con quien discutir la reprogramación de una deuda? ¿Seremos capaces de avanzar hacia un sistema internacional financiero más seguro? ¿No se frustraron todas las propuestas de reforma cuando se derrumbó el sistema de tasas de cambio fijas? ¿Cuándo se produjo la denominada crisis de la deuda? ¿Será que somos capaces de mantener simultáneamente la soberanía nacional, un sistema internacional mejor regulado y supervisado, y conservar un sistema de capitales global? ¿Se puede llegar a una corte internacional de quiebras o a un banco global o a un regulador global? ¿Será que el FMI puede asumir estas funciones?.

A la acumulación de dudas, preocupaciones, inquietudes y propuestas se suma un proceso de recriminaciones mutuas. Los mercados señalando como algo inaceptable la falta de información y de transparencia, y la lentitud y el gradualismo en los ajustes. Es como si súbitamente se produjera una suma de impaciencias acumuladas. Al mismo tiempo, todos los protagonistas acusan a los gobiernos de sacrificar innecesariamente el crecimiento, de subir de manera desproporcionada las tasas de interés, de destruir en los ajustes la red social que protege a los pobres, a la población más vulnerable, y de proteger a los banqueros en desmedro de los más débiles en la sociedad.

Y del lado de los mercados uno se encuentra con reacciones desmedidas y sistemáticas, con el hecho de que no se diferencian, a la hora del pánico de turno, las malas de las buenas políticas, los desajustes transitorios de aquellos que son estructurales, las buenas compañías de las malas.

Ha surgido además una intensa corriente de opinión en los medios y entre un grupo de importantes figuras públicas que le pide cuentas al FMI, al Banco Mundial y a todas las instituciones económicas multilaterales, y que pide discutir pública y abiertamente sus políticas. Y en esta oportunidad las opiniones más severas no provienen de algunos desadaptados intelectuales de la izquierda o de algunos dirigentes tercermundistas, sino de muy distinguidos economistas, lo que produce en todos nosotros la idea de que súbitamente ha desaparecido toda la ortodoxia económica y financiera.

Es claro que los profesores Sachs y Krugman, o el propio Wall Street Journal, son la flor y nata de la del establecimiento académico. Y por eso sus discrepancias ya no se pueden silenciar con simples argumentos de autoridad. Yo personalmente no comparto sus juicios, pero no podemos discutir que nos han hecho pensar dos veces, que nos han hecho dudar, que sus afirmaciones demandan respuestas muy juiciosas y que tales afirmaciones habrá que confrontarlas con los desenvolvimientos de los próximos años, para ver qué tanto puede haber de cierto en ellas y en cuáles circunstancias sus conclusiones podrían tener alguna validez.

No deja de producir desconcierto, igualmente, que las principales críticas a las políticas económicas de algunas potencias no provengan de los rezagos de la izquierda marxista, sino de las autoridades económicas, de su principal socio comercial, como ocurre con Japón. Pero las dudas surgen mas allá de las simples preocupaciones económicas:

¿Hay de veras características en el nuevo modelo, que algunos prefieren llamar neoliberal, algo que es intrínsecamente injusto, que no elimina la pobreza o que está contra los pobres?.

¿Será inevitable que todo el tiempo se afirme que el modelo empeora la distribución del ingreso?

¿Será que a los tecnócratas si les importa la política social, la educación o la salud?

¿Será que el proceso de fusiones en boga nos va a llevar, además, al resurgimiento del problema de los monopolios que había languidecido frente al significativo incremento de la competencia interna e internacional?

¿O examinando otras materias qué pasa con la criminalidad en América Latina y el Caribe, donde los homicidios se duplicaron en promedio en la ultima década, lo que pareciera anular los esfuerzos que se han hecho de reformas a la justicia o de inversiones en la seguridad interna?.

Igualmente, pareciera que cada día estamos más lejos de un sistema educativo que nos ayude a enfrentar los problemas de las poblaciones más vulnerables y que al mismo tiempo nos prepare a enfrentar los desafíos que nos trae la globalizacion.

También tenemos de por medio crecientes acusaciones de corrupción. ¿Se dan ellas porque tenemos hay un ambiente que permite airearlas, ventilarlas con una gran libertad? ¿ O es que la globalizacion también nos ha traído mas corrupción? ¿Será que estos fenómenos se están dando por cuenta de la mayor democracia y las mayores libertades públicas?

Y que decir sobre los peligros que se ciernen sobre nuestra cultura que parece esfumarse con el impulso arrollador de la globalización, preocupaciones que sin duda han registrado muchos de los que han venido a hablar de Cultura y Desarrollo.

¿Y cómo haríamos para resumir estos interrogantes en una pregunta sumaria? ¿Cómo buscar una manera para que un tal panorama no produzca solo perplejidad, temor al cambio, deseos de involución y cierta tendencia nostálgica de volver al pasado? El principal problema que estos episodios producen no sólo reside en que desconciertan a los ciudadanos, las centrales obreras o a los representantes de gremios económicos, sino que ellos desconciertan, también, a los propios dirigentes políticos y económicos que a diario tienen que tomar las decisiones en nuestros países. Y las dudas que surgen no parecen estar encontrando tampoco una respuesta en los medios académicos. Es difícil allí buscar respuestas. En estos tiempos no encontraremos sino más preguntas.

Es por eso que ha llegado la hora en la que sin temor, y en este mismo escenario, empecemos a darnos respuestas más ordenadas, más colectivas, con un sentido más asertivo, que ayuden a orientar, a recuperar la fe en el camino de modernización y de reformas que hemos adoptado, y que es el único que puede ayudarnos a aprovechar las ventajas que nos ofrece la globalizacion o a evitar sus secuelas negativas.

Y ese esfuerzo tiene que reemplazar al elitista, cerrado y demasiado económico Consenso de Washington. Ese modelo era demasiado autoritario, celosamente guardado, y sus enseñanzas eran dogma de fe que difícilmente se podían discutir en público. Además, sus contenidos están por completo desbordados por los episodios de estos años y de él solo se pueden conservar algunos fragmentos.

Tenemos que reemplazar esa sabiduría, esa receta, por algo más amplio, más político, con una base social más grande, que cuente con la participación de muchos más estamentos y sectores; que sea más comprensivo de los fenómenos modernos de medios, de tecnologías, de fuerza de la sociedad civil; y que tenga una mayor interdependencia, pero no solo económica sino política y social.

Necesitamos más medios regulatorios de carácter Internacional. Posiblemente requiramos no menos FMI, sino más FMI. Uno con un mandato más fuerte, más staff calificado, más abierto, con muchos más recursos y cuyas políticas se discutan más abiertamente. Algunas de las viejas recetas del Fondo, como cariñosamente las llaman los economistas, conservan toda su validez. Hay cierta mala fe cuando se difama de los programas del Fondo sin decir explícitamente que mejores programas muy probablemente demandarían más y no menos recursos. Y nos ha quedado claro que la movilidad de capitales es incompatible con sistemas financieros débiles.

Es indudable que en sus etapas de involución, o de actitudes más conservadoras y de menos liquidez, los mercados están siendo mucho más exigentes que la propia ortodoxia del Fondo y del Banco, y ello para nada facilita ni las juiciosas decisiones políticas que tienen que tomar nuestros gobernantes, ni la tarea del Fondo y el Banco que no pueden explicar o justificar la reacción desproporcionada de los mercados.

Cada vez creamos nuevas demandas para un estado más eficiente, con mayor poder regulatorio, mejores sistemas de justicia, mejores sistemas educativos, una mejor red social. En los 80s la nueva agenda fue la mayor confianza en los mecanismos de mercado. La próxima tiene mucho más que ver con las nuevas responsabilidades del Estado.

Pero más allá de estas deshilvanadas disgresiones, y volviendo sobre el Consenso de Washington, las nuevas respuestas y la nueva agenda tienen que trascender este ambiente de banqueros y proyectarse a estamentos mucho más amplios del que hacen parte principalísima los partidos políticos y la dirigencia política, que con sus limitaciones y defectos, son los que reciben primero las sorpresas que nos dan los mercados o los gobiernos, y tal vez los únicos con cierta capacidad de llegar a la población con mensajes menos complejos.

Y de lo otro que podemos estar seguros es que en estos tiempos, con tal complejidad de interrogantes, nadie nos va a hacer la tarea, nadie nos va a contestar las preguntas, nadie va a poseer esa sabiduría de que estaban imbuidas en el pasado ciertas instituciones y ciertas personas. El esfuerzo de ahora es mucho más colectivo, tiene que ser mucho más comprehensivo y no estará libre de errores y de un costoso aprendizaje, como de manera inequívoca lo hemos aprendido en estos años de turbulencias financieras. Para sorpresa de todos, y aun de nosotros mismos, nos ha sido más difícil encontrar un buen conjunto de políticas, que el vigoroso respaldo político que ellas han encontrado en muchas otras oportunidades.

Gracias de nuevo a Don Enrique Iglesias y al BID por encontrar un espacio para estas glosas, y ojalá que desde la OEA encontremos una manera de contribuir a la discusión de la nueva agenda y a la búsqueda de un nuevo consenso, pues ella está particularmente dotada para tal propósito en estos tiempos de integración y acción colectiva.

Muchas gracias