Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA CELEBRACION DEL CINCUENTENARIO DE LA ORGANIZACION

30 de abril de 1998 - Santa Fé de Bogotá, Colombia


Señor Presidente Samper

Para los colombianos constituye un singular honor el que los cancilleres de todas las Américas hayan llegado a Santafé de Bogotá para celebrar el cincuentenario de la Organización de los Estados Americanos. Por fuerza de los dramáticos sucesos que sacudieron la vida colombiana con el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán, en este augusto escenario del Gimnasio Moderno que guarda la memoria del insigne educador don Agustín Nieto Caballero, se forjó en su nueva dimensión la Unión de las Repúblicas Americanas.

Quiero en nombre de nuestra Organización y en el de todos los gobiernos de las Américas agradecerle a usted, Señor Presidente, por su personal empeño para que esta ceremonia tenga el brillo y la dimensión que todos percibimos hoy. Colombia muestra una vez más su profunda vocación americanista y su liderazgo en este concierto de naciones hermanas. También nuestro personal agradecimiento a la excanciller María Emma Mejía, al Ministro Camilo Reyes y al Embajador Fernando Cepeda, quienes con celo y diligencia coordinaron todos los aspectos de ésta efemérides continental. Y sobre todo, gracias al pueblo de Colombia por la extraordinaria acogida con que ha rodeado a todas las delegaciones.

La Unión de las Repúblicas Americanas se ha forjado en un largo y accidentado proceso que se inicia cuando Bolívar convocó el Congreso Anfictiónico de Panamá. Su idea, visionaria y realista, la misma que orientó su gesta libertadora, era que en la alianza de los jóvenes Estados residía su posibilidad de supervivencia. En el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, se encuentran el origen primario del panamericanismo y de la OEA.

Desde entonces se esbozaron los grandes propósitos políticos del siglo XIX y parte del XX, y los principios que luego se consagraron en la Carta de Bogotá de 1948: la igualdad jurídica de los Estados; la creación de una asamblea general para regir los destinos de la Confederación y para interpretar los tratados entre las partes; la defensa colectiva; el arbitraje en controversias; el mantenimiento de la paz; la preservación de la independencia; la abolición de la esclavitud; la lucha contra el colonialismo. Todos estos temas formaron parte de la agenda de las discusiones o del tratado de 1826.

Y a lo largo del siglo XIX las líneas del debate entre los americanos del norte y los del sur se fueron agrupando en dos grandes tendencias: de una parte, el principal interés de los Estados Unidos era colocarse del lado de las nuevas repúblicas para defender su independencia y, también, para establecer una base institucional confiable y homogénea para facilitar y proteger las inversiones. El otro núcleo de intereses, enarbolados por los países latinoamericanos, era el del respeto a su soberanía y a la no intervención en asuntos internos por parte de poderes externos, tanto de su vecino del norte como de las potencias europeas cuyas acciones a veces obedecían a la búsqueda de una hegemonía política, a afanes de expansión territorial o al cobro mediante la intimidación o la fuerza de deudas no pagadas.

Por ello, en las dos primeras décadas del siglo XX hubo un importante desarrollo del derecho internacional americano, en el cual los Estados plasmaron principios como el del respeto a su soberanía y la no intervención en sus asuntos internos, o el de igualdad jurídica de los Estados y el de solución pacífica de controversias. Los años siguientes, a partir de la década de los treinta, se caracterizaron por las buenas relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica. La política del Buen Vecino sustituyó la Doctrina Monroe, y las relaciones entre el norte y el sur se hicieron menos tensas.

Pero más que nada a este nuevo clima contribuyó el hecho de que en la Conferencia de Consolidación de la Paz, reunida en Buenos Aires en 1936, se firmó el protocolo de No Intervención, principio que fue considerado como el postulado básico y la mayor conquista del panamericanismo de entonces.

Para lo más crudo de la segunda guerra mundial se establecieron mecanismos formales de coordinación y consulta entre los gobiernos del hemisferio. En 1939, como respuesta a la devastación de Polonia, los Cancilleres americanos se reunieron en Panamá. Meses más tarde lo hicieron en La Habana tras la capitulación de Francia. Y luego, en Río de Janeiro, en 1941, pocas semanas después del atentado a Pearl Harbor. En esta última reunión se puso en práctica un postulado sobre el cual años mas tarde se edificaría el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR: aquél según el cual la agresión contra uno de los Estados Americanos sería considerada como una agresión a todos ellos.

Simultáneamente con la creación de la Organización de Naciones Unidas en 1947 que sustituyó a la Liga de Naciones, la Unión Panamericana se transformó en la OEA y asumió el carácter de Organización Regional dentro de la arquitectura multilateral de la posguerra.

Toda la vitalidad creadora del panamericanismo confluyó en la cita de Bogotá. Se recogieron los principios construidos en más de un siglo de accidentadas relaciones y con ello renació la fe de la diplomacia regional en los temas interamericanos. Se bautizó, con orgullo y sentido histórico, la nueva etapa que se iniciaba como la del panamericanismo constitucional, bajo la premisa de que las relaciones interamericanas debían tener como base el respeto al derecho internacional y a la Carta Constitutiva de la OEA. Este fue en realidad el primer intento de hacer una unión hemisférica basada en principios y no en intereses económicos o estratégicos.

Pero los acontecimientos que siguieron a la creación de la OEA mostraron una realidad diferente. Desde esa segunda posguerra, hasta hace menos de diez años, la contención externa e interna del comunismo se convirtió en el principal objetivo estratégico de las instituciones hemisféricas. La aparente magnitud de esa amenaza llevó a que otros valores y objetivos, como la protección de los derechos humanos, la preservación de la democracia e incluso el respeto a la soberanía de las naciones y la vigencia del derecho internacional, se subordinaran a la jerarquía del miedo supremo.

El ascenso de esta lucha bipolar dio un giro a las prioridades compartidas entre los americanos del sur y los del norte. El enfoque bilateral ocupó en forma casi exclusiva el tratamiento de las relaciones interamericanas. La OEA cumplió, ocasionalmente, el papel de validar o acompañar acciones en la lucha anticomunista muchas veces en desmedro de los principios de la Carta y en respaldo de gobiernos militares y dictatoriales. Fueron años difíciles para la Organización. Su papel en las relaciones interamericanas se debilitó en lo político ya que la solución de los principales conflictos de la época, como el Centroamericano, se manejaron por fuera de la Organización.

Sin embargo, la OEA, que había sido hasta entonces un foro entre Estados Unidos y Latinoamérica, cambió de carácter con el ingreso de los países del Caribe que obtuvieron su independencia e ingresaron a la Organización. Los nuevos miembros, a diferencia de la América Latina turbulenta y autoritaria de los ochenta, eran democráticos y pacíficos. Buscaban cooperación e inserción regional en todos los niveles. Y en 1990, con el ingreso de Canadá a la Organización, esta adquirió definitivamente el carácter hemisférico que hoy ostenta.

El escenario político regional también cambió drásticamente en este período. Desapareció el autoritarismo y la dictadura en América Latina y se abrió paso la democracia en prácticamente todas las naciones del continente; se superaron muchos de los conflictos internos; se derrumbaron las barreras comerciales; se aceleró la integración económica. Y en el ámbito internacional, con el fin de la Guerra Fría se rompieron las ataduras que inmovilizaban a la OEA. La política del miedo tocó a su fin.

Y entonces hoy, como sucedió hace cincuenta años en este mismo lugar, en este mismo recinto, resurge con fuerza el sueño de crear una verdadera comunidad americana de naciones basada en principios, ideales y valores comunes y en la que la cooperación y la acción colectiva sean la norma.

Finalizada la Guerra Fría y en plena etapa de globalización, a la OEA y a todo el Sistema Interamericano de Instituciones las estamos rehaciendo para que respondan a los objetivos que nuestros pueblos nos han dibujado: un horizonte de integración, paz y democracia; pero también de igualdad, justicia y libertad; de solidaridad, preservación de la naturaleza, crecimiento y prosperidad. Y al mismo tiempo, uno que pueda hacerle frente a los problemas que le restan legitimidad a nuestras democracias como son el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, la impunidad y la pobreza extrema.

Y este, Señor Presidente y cancilleres, es el desafío que tenemos por delante.

A lo largo de estos últimos años hemos preparado el camino. Hemos clausurado décadas de aislacionismo, de confrontación y de desconfianza. Hay una realidad política indiscutible de mayor equilibrio en las relaciones hemisféricas.

Las transformaciones que hemos hecho hasta hoy han estado signadas por el afán de adecuar nuestra agenda a las nuevas realidades: a los propósitos que nos han trazado nuestros jefes de Estado y de Gobierno. Quién pude dudar hoy que hay más espacio para la acción diplomática, para la cooperación económica, para la prevención de conflictos, para avanzar, como efectivamente lo estamos haciendo, en la redefinición del nuevo concepto y la nueva agenda de seguridad hemisférica.

Y en esta nueva etapa, la defensa y fortalecimiento de la democracia se ha convertido en el principal objetivo de la OEA. Hemos creado una doctrina americana de solidaridad con la democracia que actúa contra cualquier amenaza, sin importar su denominación o ideología, que pretenda interrumpir el proceso democrático e institucional de un país. Y esta doctrina se pone en marcha desencadenando una serie de acciones diplomáticas y coercitivas, respaldadas todas en acuerdos e instrumentos de carácter internacional, plenamente aceptados por los países.

Pero también, la OEA ha desarrollado en estos años una experiencia y una capacidad propia en protección de derechos humanos y preservación de las libertades publicas; en acciones post conflicto en países que han sufrido confrontaciones internas; en llevar a cabo el desminado en esos mismos países, en asegurar, mediante la observación, elecciones limpias, justas y transparentes. Y esa capacidad la hemos puesto al servicio de la reconstrucción de las instituciones democráticas. En suma hoy tenemos una Organización más equilibrada y más universal en objetivos políticos.

Señoras y señores, amigos todos:

La relevancia e importancia de la Organización de los Estados Americanos en nuestro continente no proviene ni de su antigüedad ni continuidad en el tiempo, como tampoco depende de su accidentado tránsito por la vida colectiva de las Américas. Proviene de su capacidad de adaptación a un hemisferio y a un mundo en cambio permanente y a su vocación de respuesta a los desafíos de cada época.

Y hoy la realidad política de nuestro hemisferio ha puesto de nuevo a prueba esa capacidad de transformación de la institución interamericana. Por ello, en mi sentir, lo que hoy resulta verdaderamente relevante es tratar de pensar y fijar nuestra atención no tanto en la OEA del presente, sino en el papel que tiene que jugar nuestra institución en el futuro. La pregunta es ¿cómo vamos a responder, con cuales instituciones y mecanismos, y bajo cuales reglas de juego, a ese nuevos desafío? O dicho de otra manera, tal como lo propone el nombre de esta reunión de cancilleres: ¿Cuál será la proyección de la OEA hacia el siglo XXI?

Es un hecho que a partir de las Cumbres de las Américas la agenda interamericana se amplió dramáticamente. Pero si en Miami la OEA recibió una docena de mandatos, ese número casi que se triplicó en Santiago de Chile. Prácticamente no hay temas vedados a la acción multilateral. Por eso estamos pensando en la Organización del mañana. Estamos iniciando un nuevo proceso de reforma de la OEA y de creación de una nueva arquitectura interamericana, para poder cumplir las orientaciones de la declaración de principios y los mandatos del plan de acción de la Cumbre de Santiago.

Tenemos que hacer de nuestra Organización un instrumento útil y eficaz para desarrollar cabalmente esta misión. La OEA debe cumplir su papel de foro para la adopción de las normas de derecho interamericano; de escenario por excelencia para él dialogo político; de centro para el intercambio de experiencias y el diseño de políticas carácter común o colectivo; de responsable de preservar sistemas de información hemisféricos; de instrumento de la solidaridad continental con sus acciones de cooperación. Y ello, a mi juicio, requiere no solamente repensar, modernizar y fortalecer la OEA, sino todo el sistema interamericano de instituciones. Y desde luego, debe atender su responsabilidad de llevar la memoria institucional del proceso de Cumbres y darle apoyo técnico a las reuniones de ministros o de expertos que se reunirán para hacer seguimiento de la Cumbre de Santiago.

Lo que se va a poner a prueba en el inmediato futuro es la capacidad de los gobiernos de América, de sus cancillerías y de las instituciones multilaterales, para poner en marcha unos mecanismos y unas reglas de juego que sean capaces de llevar a la práctica los propósitos políticos de integración emanados de los Jefes de Estado. Y de hacer que todas las instancias del sistema interamericano trabajen con las mismas prioridades, con la misma agenda hemisférica. Ese es el reto que tenemos por delante. Un desafío que requiere de parte nuestra no solamente claridad de propósitos y creatividad para la acción, sino voluntad política.

Ya en Santiago nos preguntábamos ¿cómo hacer de la integración no sólo un proceso comercial, sino uno de vastas consecuencias sociales y políticas? ¿Cómo vamos a hacer para preservar la voluntad política de los gobiernos, los congresos y la opinión pública a todo lo largo y ancho del hemisferio? ¿Cómo vamos a hacer para que se beneficien las economías pequeñas y las de más bajo ingreso por habitante? ¿Qué es lo que la OEA y el resto del Sistema van a hacer para apoyar a los países que necesitan atender las inmensas demandas que la globalización y la revolución informática imponen sobre sus economías y sociedades? ¿Cómo vamos a responder a la enorme presión que ya existe sobre nuestros sistemas de seguridad social? ¿O a los riesgos que se ciernen sobre nuestras culturas?

Tenemos que lograr, de manera colectiva, que nuestros sistemas educativos preparen ciudadanos autónomos, informados, responsables, tolerantes y críticos frente a la información; que valoren la practica democrática, la solución pacifica de los conflictos; que adquieran la capacidad de razonar y aprender por su propia cuenta; que tengan los conocimientos, los valores, las habilidades para crecer personal y profesionalmente, para ingresar al mundo laboral, para competir internacionalmente, para avanzar hacia una mayor igualdad.

Y, también, tenemos que fortalecer nuestras instituciones de derechos humanos: profundizar su autonomía financiera, presupuestal, operacional, para cubrir más casos, para hacer más promoción, para fortalecer los mecanismos de investigación, para apoyar más y apoyarse más en los sistemas nacionales, para ampliar el ámbito de protección de los derechos, para hacer universal la ratificación de la Convención Americana y la aceptación de la jurisdicción de la Corte. Y es necesario, igualmente, fortalecer a nivel hemisférico dentro de la OEA el derecho a la libre expresión, proteger los derechos de las mujeres y las minorías étnicas, de los pueblos migrantes, avanzar en el respeto a los derechos básicos de los trabajadores y de sus familias y avanzar en eliminar todas las formas de discriminación.

En el inmediato futuro debemos decidir cómo vamos a poner en práctica las iniciativas de Santa Cruz de la Sierra que colocaron al hemisferio occidental como la primera región en tener un plan sobre el desarrollo sostenible dentro de los Acuerdos de la Cumbre de la Tierra.

Y, por sobre todo, ¿cómo vamos a hacer para que América deje de ser la región mas inequitativa del mundo? ¿Que papel juegan en ello las políticas económicas o las sociales? ¿Cuál la educación? ¿Cuales la política fiscal? ¿Que reformas necesita el Estado para acometer una empresa de tales proporciones? Para todos resulta paradójico que un hemisferio rico en recursos y posibilidades, haya dejado a millones de sus hijos desamparados, atrapados en las garras de la miseria.

Tenemos también el enorme desafío de establecer los mecanismos y procedimientos para evaluar en el seno de CICAD las políticas de los países contra las drogas, apoyándonos para ello en los principios de la Carta y los lineamientos consignados en la Estrategia Hemisférica, sobre todo en el compromiso de la responsabilidad compartida. Estoy cierto en que si logramos poner en marcha un mecanismo eficaz y basado en sólidos elementos técnicos, el proceso va a tener una enorme legitimidad y una gran credibilidad.

También tenemos la responsabilidad, en el marco de los acuerdos sobre medidas de fomento de la confianza y la seguridad, de examinar las posibilidades para avanzar hacia el desarme y control de armamentos. Y en el contexto de la reunión de ministros de justicia, debemos fortalecer el poder judicial, su independencia, los mecanismos de cooperación en esta área y buscar cómo darle acceso a todos los americanos a este servicio público. Y en el marco de la reunión de ministros de trabajo, encontrar fórmulas para asegurar la vigencia y aplicación de las normas laborales fundamentales y cómo mejorar las relaciones empleadores trabajadores.

Todas estas acciones demandan que la OEA fortalezca los mecanismos de participación y permita una mayor presencia de la sociedad civil en el diálogo hemisférico y en las tareas para enfrentar los problemas colectivos.

En pocas semanas, en nuestra Asamblea General de Caracas, iniciaremos esta trascendental discusión. Pero sin duda para este empeño de reforma, la Organización de los Estados Americanos cuenta con una inmensa fortaleza representada en la plena vigencia de cada uno de sus principios constitutivos. Lo que se requiere es adecuar y fortalecer la estructura, pero no modificar los fundamentos de nuestra alianza hemisférica.

Señor Presidente Samper, Señores Cancilleres, amigos todos:

Estamos dejando atrás una historia llena de altibajos, una historia de rivalidades y de desconfianzas, de empresas comunes y no pocos desencuentros, de grandes utopías pero también, de frustraciones.

Su presencia hoy en esta celebración americana, y la discusión que hoy se iniciará, nos debe llevar más allá de las realidades del presente para ubicarnos en el mañana. En un horizonte en el que podamos pensar en nuestros ideales, en nuestros valores, en la convicción de que tenemos un destino común. En un horizonte en el que podamos hablar de lo que no hemos hecho bien, de lo que nos falta por hacer y de que tan largo es el camino por recorrer. Porque esa nueva era de las Américas, ese nuevo orden hemisférico es el que debemos construir. Es, en realidad, un largo camino de creación y acción colectiva que tenemos por delante.

Todos los ciudadanos de las Américas deben beneficiarse de este esfuerzo colectivo de concertación hemisférica. Ni por un minuto podemos olvidar que el objetivo esencial del sistema multilateral son las personas. Son ellos los que inspiran nuestro trabajo. Los millones de americanos que comparten esta tierra fecunda que como nosotros siguen soñando con el ideal de unión e integración que pregonaron Bolívar, Santander, San Martín, Morazán, Hidalgo, Juárez, Martí, Garvey y Washington.

No podría terminar mi intervención en la conmemoración de los cincuenta años de la OEA sin hacer una mención del ilustre ex presidente colombiano, Alberto Lleras Camargo, quien fuera su primer Secretario General. Heredero orgulloso de la tradición del panamericanismo, fue uno de los artífices de la nueva institucionalidad interamericana. A lo largo de su paso por la OEA, con su pluma de periodista experimentado y escritor certero y su agudeza y sentido práctico de hombre público que lo caracterizaba, se entregó por completo a la doble labor de delinear y darle forma a esas nacientes instituciones y difundir por todo el hemisferio, con verdadera pasión de pedagogo, los principios consignados en la Carta y el ideario de la nueva Organización internacional.

Y ese legado, es el que nos llega con fuerza y vigor de la Cumbre de Santiago de Chile y el mismo, que nos congregará esperanzados y llenos de fe en el futuro en nuestra próxima Asamblea de Caracas. Vamos a aprovechar al máximo las fortalezas que hemos adquirido en estos 50 años y cortar de raíz lo que nos pesa, para cosechar de esta tierra de las Américas bienestar, paz, justicia, libertades, prosperidad y la unión de nuestros pueblos.

Muchas gracias.