Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN "LA CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE ESTRATEGIAS DE PREVENCION"

13 de enero de 1998 - Tokio, Japón


Quiero empezar agradeciendo de manera especial al Gobierno de Japón y a los organizadores de esta conferencia internacional, la invitación que me han hecho para que, como Secretario General de la Organización de los Estados Americanos, comparta con ustedes algunas reflexiones sobre el papel que desempeña actualmente esta institución en nuestro continente y, particularmente, las actividades que realiza en la prevención y manejo de conflictos.

Tengo la certeza de que los planteamientos, discusiones y el intercambio de experiencias que se están llevando a cabo en esta reunión, servirán para poner al día y ofrecer nuevas perspectivas sobre un tema de tanta actualidad e importancia como lo es la acción diplomática -nacional y multilateral- que hoy se ejerce en el mundo en beneficio de la paz y la convivencia pacífica entre las naciones, así como de la cooperación para la solución de conflictos internos.

Antes que nada, permítanme recordar brevemente los orígenes de nuestra Organización y los fines para las cuáles fue creada.

La OEA puede considerarse como el organismo regional más antiguo del mundo: sus comienzos se remontan a 1890. Entonces se creo una Oficina Comercial Continental para impulsar y facilitar esta actividad, la cual, a partir de 1910, se convirtió en la Unión Panamericana.

En aquella época, las rivalidades regionales y el temor a una intervención de los Estados Unidos en favor de la Doctrina Monroe, eran los temas políticos que más preocupaban en el ámbito internacional del hemisferio. Por ello, en los años posteriores hubo un importante desarrollo del derecho internacional americano, en el cual los Estados plasmaron principios como el de no intervención, el de igualdad jurídica de los Estados y el de solución pacífica de controversias, entre otros, buscando con ello una relación mas equilibrada con los Estados Unidos. Todos estos principios más tarde fueron incorporados en la Carta de fundación de la OEA.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, ya en el contexto de la guerra fría y con un carácter eminentemente político, veinte naciones latinoamericanas y los Estados Unidos suscribieron en Bogotá, en 1948, la Carta constitutiva de la Organización de los Estados Americanos. Un año antes, y con el objetivo de defender al Continente de una agresión externa, habían acordado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR. Por supuesto, el origen de la OEA y del TIAR, se enmarcan dentro del nuevo escenario político internacional que se vivía en ese momento y, concretamente, dentro de la política de contención del comunismo liderada por los Estados Unidos.

En la medida en que varios Estados insulares del Caribe de habla inglesa adquirieron su independencia, se amplió el número de miembros de la OEA hasta 35, que son los que actualmente la conforman. En ellos viven más de 700 millones de personas desde Canadá en el norte, hasta Chile y Argentina en el sur, y en los que se hablan cuatro idiomas y decenas de dialectos ancestrales. Contamos además con la Unión Europea y 44 naciones como Miembros Observadores de la Organización, entre los cuales está el Japón. En 1962, en el contexto de la guerra fría, se produjo la suspensión de Cuba de la Organización.

¿Cuales fueron los propósitos esenciales de la OEA consignados en su carta de constitución? Además de los anteriores, el de afianzar la paz y la seguridad del Continente; promover y consolidar la democracia representativa; organizar la acción solidaria de los Estados Miembros en caso de agresión externa; procurar la solución de los problemas políticos, jurídicos y económicos que se susciten entre ellos; promover, por medio de la acción cooperativa, su desarrollo económico, social y cultural, y alcanzar la efectiva limitación de armamentos convencionales para dedicar el mayor número de recursos al desarrollo económico y social.

La OEA es el único organismo internacional que se refiere a la democracia en su instrumento constitutivo y que, además, dentro de sus principios están los de promoverla y defenderla. Ello representa la principal razón de ser de la Organización y, como veremos, de este principio derivan los mandatos políticos para que el Secretario General y sus Organos permanentes ejerzan distintas modalidades de lo que se ha denominado diplomacia preventiva.

Veamos este aspecto. A lo largo de este siglo en nuestro hemisferio, y con excepción de la llamada "Guerra del Chaco" entre Bolivia y Paraguay ocurrida entre 1932 y 1935 y la guerra de las Malvinas en 1982, más que de conflictos entre naciones, se puede hablar de tensiones e incidentes entre países y de confrontaciones internas. Ese es el caso de los incidentes entre Colombia y Perú en 1932; El Salvador y Honduras en 1969; de los conflictos internos que se vivieron en la década de los ochenta en El Salvador y Nicaragua; el que se vivió en Guatemala y que apenas finalizó hace poco mas de un año; la guerra civil que se vivió en Suriname a comienzos de los noventa; los conflictos internos que aún se viven en Colombia y en menor medida en Perú; y, más reciente, en 1995, el incidente entre Ecuador y Perú.

Cómo actuó la OEA frente a ellos? Que hizo en el pasado y que puede hacer hoy frente a la ocurrencia de eventos similares?

El mundo occidental, por más de cuarenta años, tuvo en el bloque soviético y en el comunismo un enemigo irreconciliable. Existía una amenaza claramente definida con capacidad no solo de afectar la seguridad de un país, sino de poner en riesgo la supervivencia física y política de todo el hemisferio. Esto, que fue una dura realidad, creó una situación riesgosa pero simple a la vez. Todos sabían cual era el enemigo y se estaba en un lado o en el otro. Nadie se atrevía a quedarse solo.

Por esta razón la OEA en el período de la guerra fría estuvo muy limitada para actuar políticamente. Llevó incluso a que otros problemas, como la protección de los derechos humanos, la preservación de la democracia e incluso el respeto a la soberanía nacional y a la vigencia del derecho internacional, se subordinaran a la amenaza suprema. Y también, llevó a que la solución de algunos de esos conflictos, como el centroamericano, se manejaran por fuera de la Organización porque en su interior los desacuerdos eran insalvables. Mientras Estados Unidos consideraba que se trataba de un conflicto este-oeste, en América Latina existía la tendencia a verlo como un conflicto regional.

Este desacuerdo paralizó políticamente a la Organización que ha tenido como tradición adoptar decisiones por consenso. Por ello, al margen de la OEA, surgió el Grupo de Contadora y el mecanismo de Esquipulas, que facilitaron el diálogo y abrieron las puertas para una solución política negociada de esos conflictos. Con todo, la OEA participó activamente en la etapa posterior de estos conflictos, tomando, en el caso de Nicaragua y posteriormente de Guatemala, buena parte de las responsabilidades de verificación y ejecución de esos acuerdos de paz.

Hoy el escenario es distinto. Es mucho más complejo. El panorama es de luces y sombras. El fin del comunismo y del enfrentamiento estratégico entre este y oeste no ha significado la desaparición de la confrontación o de la guerra.

Un panorama de sombras, porque, en primer lugar, en nuestro continente persisten residuos de la guerra fría: grupos o focos revolucionarios y terroristas en Colombia y Perú que representan una amenaza a la democracia.

En segundo lugar, persisten viejas controversias entre países por asuntos limítrofes en Centro y Sur América y en el Caribe, que, aun cuando no representan amenazas de confrontación, en el pasado reciente vimos como uno de estos incidentes, el que se presentó en 1995 entre Perú y Ecuador, derivó en hechos armados.

En tercer lugar, existe un conjunto de nuevos problemas que por su carácter transnacional se han convertido en los nuevos enemigos de la estabilidad democrática de muchas naciones o en propulsores de conflictos internos. Me refiero a fenómenos como el narcotráfico, el terrorismo o el contrabando de armas. Fenómenos todos que poseen una dinámica que se proyecta más allá de las fronteras de cualquier país y que se convierten en amenaza de la seguridad regional.

Pero, como ya lo mencionamos, tenemos también un panorama de luces. El nuevo entorno regional tiene nuevas características: la desaparición del autoritarismo y la dictadura en América Latina, la superación de muchos de los conflictos internos, el derrumbe de las barreras comerciales, la integración económica, el tránsito a la democracia en prácticamente todas las naciones de América, son algunas de las principales manifestaciones de los tiempos que corren.

Ha comenzado una nueva era en nuestra región en la que las naciones están unidas por una comunidad de valores y de ideales. La cooperación es hoy la tendencia. Hemos clausurado décadas de aislacionismo, de confrontación y de desconfianza. Poco a poco, en temas centrales como la lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el control de armas, las naciones de América han suscrito Convenciones o estrategias hemisféricas, que las vinculan jurídica y políticamente en la búsqueda de objetivos y resultados comunes.

No tengo duda de que el actual proceso de integración económica que se vive en las Américas esta contribuyendo grandemente a la disminución de las tensiones entre países en nuestro hemisferio.

Estamos viviendo una transición del viejo orden a uno distinto que apenas estamos construyendo. Muchas de las ataduras que en el pasado inmovilizaron a la OEA han desaparecido. Hay más espacio para la acción diplomática, para la prevención de conflictos, para avanzar, como efectivamente lo estamos haciendo, en la redefinición del concepto de seguridad hemisférica de las Américas y en la elaboración de una nueva agenda en esta materia que incorpore las preocupaciones de todos los países y sub-regiones.

Sabemos que los desafíos son mayores, pero igualmente lo son las oportunidades. Me encuentro entre quienes piensan que ese nuevo orden no va a surgir de manera espontanea. Y que si ello ocurre, que si dejamos que las cosas sucedan improvisadamente, sin duda ese nuevo orden surgirá pero sin los consensos necesarios, sin los controles y balances requeridos, sin unos parámetros que den confianza a todos.

En manejo de conflictos en el sistema interamericano, básicamente estamos actuando en tres etapas distintas y no necesariamente encadenadas: diplomacia preventiva, manejo de crisis y gestión posterior al conflicto.

En todos los casos el objetivo es el mismo: defender el sistema democrático; afianzar las conquistas democráticas que se realizan en los países; fortalecer sus instituciones representativas. Hemos creado una doctrina americana de solidaridad con la democracia que actúa contra cualquier amenaza, de derecha, de izquierda, del crimen organizado, no importa cual sea su denominación o ideología, cualquiera que pretenda perturbar o interrumpir el proceso democrático e institucional de un país. Y esta doctrina se pone en marcha desencadenando una serie de acciones diplomáticas y coercitivas, respaldadas todas en acuerdos e instrumentos de carácter internacional.

La diplomacia preventiva se desarrolla tanto para eliminar tensiones entre países, como para ayudar a los gobiernos a hacerle frente a los conflictos internos.

Para disminuir tensiones, a lo largo de toda la década de los noventa y particularmente desde 1995, los países miembros de la OEA convinieron una serie de medidas de confianza que tienen como objetivo intercambiar información sobre asuntos militares y de seguridad de forma regular, lo mismo que realizar consultas sobre ciertos temas. En nuestra Comisión de Seguridad Hemisférica se recoge y se distribuye esta información, que hace referencia a los presupuestos militares de las naciones, a la notificación previa de los ejercicios militares, al intercambio de documentos sobre sus doctrinas de seguridad, a la entrega de datos sobre inventarios de algunas armas, a la realización de reuniones para incrementar la seguridad en las fronteras, en fin, a un conjunto de temas de seguridad y defensa, que al ser de conocimiento de todos y al generar mecanismos de consulta, crean un ambiente de mayor tranquilidad.

En nuestra última Asamblea General, los Estados Miembros de la Organización también adoptaron una resolución de transparencia en la compra de armas. En la OEA le hemos dado la mayor trascendencia a este tema y para el próximo mes de febrero hemos previsto la realización de la segunda conferencia regional de medidas de confianza que evaluará el camino hasta ahora recorrido y, seguramente, hará nuevas recomendaciones para fortalecer este proceso.

En mi sentir, en nuestro continente se están creando las condiciones para abocar el tema del control de armas convencionales. Dado el avance y el ritmo francamente alentador con el que se ha avanzado en la adopción de medidas de confianza, más allá incluso de lo que se ha logrado en el seno de la Organización de Naciones Unidas, es el paso lógico que se puede dar. Cabe recordar que América Latina desde hace 25 años se convirtió en la primera región libre de armas nucleares al suscribir el Tratado de Tlatelolco.

De igual forma, en la Asamblea General de nuestra Organización de 1990, se creó la Unidad para la Promoción de la Democracia adscrita a la Secretaría General, que cumple distintas tareas de promoción y defensa de la democracia, entre las que se destaca la realización de múltiples misiones de observación electoral para garantizar la celebración de elecciones libres y transparentes. Así mismo, esta Unidad coordina, en asocio con la Junta Interamericana de Defensa, los proyectos de desminado en Nicaragua, Honduras, Costa Rica y Guatemala, actividad que representa uno de los aspectos más importantes llevado a cabo en estos países, luego de la finalización del cruento conflicto que sufrieron. Sobre este aspecto hay que resaltar que en el marco de la reciente Cumbre mundial contra el uso de minas antipersonales que se llevó a cabo en Ottawa, Canadá, los países centroamericanos reiteraron su compromiso de finalizar las tareas de desminado en el año 2.000.

En cuanto al manejo de las crisis, en 1991 los países miembros de la OEA dieron un paso muy significativo al aprobar la resolución 1080, que faculta al Secretario General de la Organización para convocar al Consejo Permanente o la Asamblea General de forma inmediata, cuando se produzcan interrupciones abruptas o irregulares de cualquier gobierno de la región elegido democráticamente, y tomar acciones dentro del marco de la Carta de la Organización. El procedimiento ha sido invocado en cuatro oportunidades, para responder a los acontecimientos que tuvieron lugar en Haití en 1991, Perú en 1992, Guatemala en 1993 y Paraguay en 1996.

En el caso de Haití se aplicó esta resolución como consecuencia del golpe de Estado ocurrido el 30 de septiembre de 1991. Tres días más tardes se reunieron en Washington los cancilleres de los países miembros y decidieron reconocer como único gobierno legítimo el del Presidente Aristide, exigiendo su inmediata restitución y la plena vigencia del Estado de Derecho. A partir de ese momento y por tres años, se escalaron las presiones diplomáticas, políticas, económicas y militares, impulsadas en coordinación con el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que culminaron con el retorno del gobierno de Aristide.

Este es un caso muy significativo por tres aspectos. En primero lugar, porque es la primera vez en toda su historia que la OEA reacciona en defensa de la democracia respondiendo a criterios objetivos acordados por todos sus países miembros y sin la distorsión de la confrontación ideológica. En efecto, el sistema interamericano restituyó en el poder a un Presidente sin importar su origen político, sus ideas o la relevancia de su país, por la única razón de haber sido derrocado por vías de facto.

En segundo lugar, porque quedó claro que los países miembros de la OEA reconocen el monopolio del uso de la fuerza en manos de la Organización de las Naciones Unidas. Ni entonces ni ahora, hay discusión en América en este punto, ya que en la propia carta de la OEA se habla exclusivamente del uso de medios pacíficos y diplomáticos. Concretamente habla de la negociación directa, los buenos oficios, la mediación, la conciliación, el procedimiento judicial, el arbitraje o cualquier otro que acuerden las partes.

Y en tercer lugar, porque demostró que se pueden alcanzar niveles adecuados de cooperación entre organismos internacionales, en este caso entre la ONU y la OEA. Hasta el momento en que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó la creación de una fuerza multilateral, ese organismo actuó en respaldo a las acciones diplomáticas y políticas emprendidas por la OEA.

En otros casos también ha sido invocada la resolución 1080: Perú en abril de 1992, por la suspensión del Parlamento y el Poder Judicial que hizo el Poder Ejecutivo; Guatemala, en mayo de 1993, por hechos similares de suspensión del Congreso y de remoción de funcionarios judiciales; y Paraguay en 1996, por el alzamiento militar que pretendía usurpar el poder presidencial, las situaciones fueron prontamente superadas con una activa participación de la OEA que utilizó medios pacíficos y diplomáticos.

En este último evento en Paraguay, en pocas horas, solamente con el anuncio de que serían citados los cancilleres del hemisferio y por la presencia inmediata del Secretario General de la OEA en ese país, se logró desactivar un golpe de estado que se había empezado a gestar. En ese momento fueron decisivos el apoyo y los buenos oficios de los países miembros de MERCOSUR -Argentina, Chile, Uruguay y Brasil- lo mismo que los del gobierno de los Estados Unidos. Lo novedoso de ese evento fue la acción inmediata y conjunta de la OEA y varios cancilleres de la región en el mismo momento en que empezó a gestarse el golpe y que mostró la contundencia y efectividad de la diplomacia regional. Se evitó una situación de hecho y se defendió el mandato constitucional de un Presidente elegido democráticamente.

En 1992, la Organización adoptó otro mecanismo conocido como el Protocolo de Washington, en el cual se estableció que "un Estado miembro de la Organización, cuyo gobierno democráticamente constituido haya sido derrocado por la fuerza, puede ser suspendido del derecho de participar en los consejos de la Organización". Este instrumento entró en vigencia hace pocos meses y debe cumplir similares objetivos a los de la que la resolución 1080: constituirse en una medida disuasiva para impedir rupturas democráticas en los países o, una vez producidas, generar una situación insostenible de aislamiento político y diplomático que presione lo suficiente para normalizar la situación.

Finalmente, en actividades post-conflicto la OEA en los últimos años ha jugado un papel importante en actividades como vigilancia del cese al fuego, desarme y desmovilización de grupos armados en Nicaragua y Suriname entre 1989 y 1992; ayuda a refugiados en Nicaragua, Haití y Honduras entre 1990 y 1995; asistencia humanitaria en Haití en 1995; solución de conflictos a nivel de comunidad en Guatemala entre 1995 y 1996; y observación de los derechos humanos en Haití y Centroamérica.

Sobre estas actividades post-conflicto, hay tres experiencia que son muy significativas.

En primer lugar, la Misión Internacional Civil que desde hace mas de cinco años trabaja en Haití e involucra los esfuerzos conjuntos de la OEA y la ONU. Su trabajo se ha concentrado principalmente en la protección de los derechos humanos y en menor medida en mediación de conflictos. Es un caso muy relevante ya que esa Misión llegó al país a los pocos meses de haberse producido el golpe de estado y desde entonces se constituyó en un factor decisivo para la normalización de la vida democrática del país. En sus comienzos, en 1993, estuvo conformada por 230 observadores, mientras que el pasado año, en la medida en que se ha normalizado la situación en el país, se redujo a 53, de los cuales 28 hacen parte de nuestra Organización.

El segundo lugar, la Comisión Internacional de Apoyo y Verificación de Nicaragua cuyo mandato concluyó en junio del año pasado arrojando muy exitosos resultados. Esta Comisión contribuyó de manera decisiva a la protección de los derechos humanos en ese país, a la reconciliación nacional y, en general, al proceso de ejecución de los acuerdos de paz. La principal tarea de la Misión consistió en el reintegro de 22.000 combatientes que aun estaban armados y que solo de una manera gradual se fueron reincorporando a la vida civil.

Y en tercer lugar, la Misión Especial a Suriname que se inició en 1992 y hoy continúa vigente. Fue constituida al término de la guerra civil que sacudió a en ese país y ha cumplido una muy importante labor en campos como apoyo técnico a las instituciones electorales; asesoría a las organizaciones comunitarias indígenas; elaboración de estudios especializados sobre población, recursos naturales y medio ambiente y en general, una muy variada gama de actividades de fortalecimiento institucional.

Señores delegados a esta Conferencia, señoras y señores:

La relevancia e importancia de la Organización de los Estados Americanos en nuestro continente no proviene ni de su antigüedad ni continuidad en el tiempo, sino de su capacidad de adaptación a un hemisferio y a un mundo en cambio permanente y acelerado, y a su vocación de respuesta a los desafíos de cada época. Ahí radica su fuerza.

Primero fue el comercio; luego la búsqueda de un equilibrio político de Latinoamérica y el Caribe frente a Estados Unidos; mas tarde la contención del comunismo; hoy la búsqueda de la paz y la integración a todos los niveles; pero siempre, ayer hoy y mañana, la defensa y promoción de la democracia. Una historia de pequeños o grandes logros según el ángulo que se mire, una historia de rivalidades y superación de desconfianzas, de tropiezos, de desencuentros o de aciertos. Pero una historia de cambio, de permanente transformación, respondiendo a los imperativos de la época.

Hoy tenemos una organización más equilibrada, más universal en objetivos políticos. Todo el andamiaje de nuestra diplomacia preventiva, del uso de procedimientos pacíficos para el manejo de crisis y la acción post-conflicto, está fundada en el principio de la defensa de la democracia. Ese es nuestro paradigma de la solidaridad. Hemos desarrollado una experiencia y una capacidad propia en protección de derechos humanos, en observación electoral, en atención a países que han sufrido confrontaciones internas, y esa capacidad la hemos puesto la servicio de la reconstrucción de las instituciones democráticas.

Hace cincuenta años, un ilustre expresidente colombiano, Alberto Lleras Camargo, quién fuera el primer Secretario General de la OEA dijo de esta Organización que ella no era buena ni mala: que era lo que los países querían que fuera. Y hoy lo que quieren las naciones de América es que siga transformándose, que lidere los proceso de integración en curso, que ayude a clausurar definitivamente el período de la guerra fría. Que el nuevo pensamiento estratégico de las Américas esté inclinado a la cooperación, en donde el acuerdo sea la base para la acción multilateral, donde se unan esfuerzos para combatir enemigos comunes y en el que los intereses nacionales y los valores democráticos convergen de manera efectiva. Y este es nuestro compromiso.

Muchas gracias.