Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA SESIÓN DE APERTURA DE LA XXVI ASAMBLEA GENERAL

3 de junio de 1996 - Ciudad de Panamá


En nombre de todos los que nos acompañan hoy, Señor Presidente, le expreso nuestra más profunda gratitud por su cálido recibimiento y el del pueblo panameño. Panamá es el corazón de las Américas, es el punto de encuentro entre dos océanos, intermediario geográfico entre el norte y el sur, canal de comunicación de los pueblos americanos.

Señor Presidente: Panamá, con usted a la cabeza, está asumiendo trascendentales responsabilidades históricas y ha avanzado en la preparación de las condiciones políticas, institucionales y técnicas que van a asegurar una exitosa transición del Canal a su plena soberanía y a la utilización eficiente, profesional y productiva de su principal recurso geográfico y natural. Esto se garantizará a plenitud, con el concurso de todos, en el Congreso Universal de 1997.

En los albores del próximo milenio las esclusas del Canal seguirán abriéndose como de costumbre, generosas, pero ya no sólo dejarán pasar el agua dulce que acarrea navíos de todas las banderas, sino que también fluirá incontenible el orgullo de un pueblo que ha recuperado para siempre el símbolo de su dignidad.

Presidente Pérez Balladares: usted ha consolidado la democracia de su país con reformas constitucionales, con una estrategia económica coherente, con su compromiso con el bienestar social, con la desmilitarización del territorio nacional y con la lucha contra el crimen organizado. Todas estas acciones de su Gobierno, anuncian el surgimiento de un nuevo Panamá plenamente insertado en la comunidad hemisférica y en el sistema internacional.

Hoy, cuando la tempestad de otros días ha quedado atrás, Panamá se levanta en el mapa americano como una tierra de esperanza y de inmensas posibilidades. Esta nación se asoma al siglo XXI convertida en el eje del comercio, las finanzas y la integración en las Américas.

No se equivocaba Simón Bolívar al afirmar hace ya muchos años que "los Estados del Istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esa magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo, sus canales acortarán las distancias del mundo, estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz reunión las tribus de las cuatro partes del globo".

Señor Presidente,

Señores Ministros de Relaciones Exteriores,

Señores Jefes de Delegación:

Estamos aquí hoy con el fin de hacer un alto en el camino, con el objetivo de hacer un inventario de nuestros logros y con la intención de buscar nuevos mecanismos e instrumentos para fortalecer la voluntad común de nuestros pueblos. Cuando se mira hacia atrás y se aprecia el trecho recorrido en estos meses desde la Cumbre de Miami y la pasada Asamblea General de Haití, hay razones suficientes para renovar nuestra fe en la acción colectiva de las Américas. Hoy es mayor la eficacia de la OEA y la fortaleza institucional del conjunto del Sistema Interamericano, tal como lo comprueba un año pródigo en resultados y realizaciones.

Sin duda se han presentado tropiezos y desafíos, pero las respuestas que a ellos se han dado ilustran la firmeza de nuestros compromisos. El Hemisferio ha respondido con solidaridad y con acciones de cooperación en aquellas circunstancias donde han resurgido amenazas y amagos de crisis.

Los tiempos en que las Américas no eran sino un referente geográfico han quedado atrás. Permítanme mencionar algunas de las coyunturas que pusieron a prueba la voluntad colectiva, pero que al mismo tiempo confirmaron que en nuestro continente no hay espacio para la insolidaridad o para quienes sueñan con una restauración del pasado. Todos ustedes saben que hace sólo unos pocos días los rezagos del militarismo quisieron dar marcha atrás a la historia y llevar de nuevo al Paraguay a los tiempos remotos descritos en las páginas de Augusto Roa Bastos. La nostalgia caudillista pretendió sin éxito coartar la voluntad popular e interrumpir la vigencia de las instituciones democráticas.

La prontitud y la unanimidad con que reaccionó la comunidad internacional, en particular la OEA y su Consejo Permanente, y la firmeza demostrada por los países del Mercosur con sus Cancilleres a la cabeza; unidas a la actitud del Presidente Juan Carlos Wasmosy y a la vigorosa reacción de un pueblo que salió a las calles a defender sus libertades, frustraron el resurgimiento del autoritarismo en las Américas.

En otras latitudes y en frentes diferentes, las políticas y la solidez de los fundamentos económicos de varios de los países de la región fueron sometidos a una severa prueba de fuego. Sin embargo, el tiempo demostró las fortalezas intrínsecas de la integración y la reciedumbre de la reforma económica en América Latina y el Caribe.

Entusiasma, por ejemplo, ver cómo México ha dejado atrás los nubarrones de tormenta que amenazaban la estabilidad de su economía y se encuentra hoy en un sendero de recuperación y de profunda modernización política. El futuro es promisorio gracias a la paciencia y disciplina del pueblo mexicano y al liderazgo personal y a la consistencia de las políticas puestas en marcha por el Presidente Ernesto Zedillo.

Es igualmente notable que ante la crisis la comunidad financiera internacional y los países industrializados -en particular los Estados Unidos- se hayan movilizado con agilidad dentro de un esquema de cooperación y solidaridad. El reconocimiento de la profunda interdependencia que existe entre nuestras Naciones, en un mundo caracterizado por la globalización, ha hecho de la acción colectiva un recurso invaluable para superar las crisis y para defender los avances de la integración.

Cabe destacar también el caso de Argentina en donde, a pesar de las presiones financieras externas, la disciplina económica y el coraje político del Presidente Carlos Menem permitieron convertir la crisis en una oportunidad para confirmar la fortaleza del modelo económico. A lo largo de estos meses quedó demostrada la madurez de la estrategia de desarrollo que ha escogido el pueblo argentino.

En un entorno verdaderamente complejo, el Presidente Rafael Caldera también ha enfrentado los desequilibrios económicos con un valor político ejemplar. Las recientes medidas que adoptara el Gobierno de Venezuela, aunque dolorosas y difíciles, enrutan su economía hacia la estabilidad, creándo un entorno de confianza que le va a permitir al país, más pronto que tarde, avanzar por el camino del crecimiento.

Basta mirar los indicadores para confirmar que las economías latinoamericanas están hoy en condiciones más sólidas. Esto se debe tanto a que hoy se conocen mejor sus vulnerabilidades como a que esas economías tienen mayor capacidad estructural para enfrentar los inevitables vaivenes de los mercados financieros internacionales. Más importante aún es que, a pesar de los huracanes financieros que azotaron a algunos de nuestros países, ninguno dió marcha atrás: se mantuvieron abiertos los canales del comercio, se profundizaron las reformas y se abrieron nuevos caminos de cambio político y de fortalecimiento de la democracia.

Las sombras que oscurecían algunas fronteras también están en retirada. Hace un año aún vivíamos bajo el temor de que la paz entre Ecuador y Perú fuera efímera. Hoy celebramos los significativos progresos que se han alcanzado con la normalización de relaciones entre los dos países; con la consolidación de los mecanismos diseñados para evitar nuevas confrontaciones y con la búsqueda de soluciones permanentes; todo ello dentro del espíritu de la Declaración de Paz de Itamaraty.

Cuando algunos miran los retos y obstáculos que hoy enfrentan las Américas, cuando ven que aún subsisten golpistas insensatos o que se mantienen heridas abiertas entre pueblos hermanos o que la miseria no cede, concluyen que la revolución de la libertad y la democracia fue una ilusoria esperanza.

Pero es que tanto la euforia desbordada como el pesimismo fácil no son buenas guías para inspirar a nuestros pueblos en la búsqueda de sus ideales. Ya en otras oportunidades he dicho que lo que ha ocurrido en América no es muy diferente de lo que se vió en la desaparecida Unión Soviética y en Europa del Este. Vivimos durante varios años bajo la ilusión de que el fin de la guerra fría y el surgimiento de un nuevo orden eran suficientes para garantizar la prosperidad, la paz y la democracia.

Hoy debemos reconocer que no hay utopía sin tropiezos, ni milagros económicos, ni soluciones mágicas, ni fórmulas únicas y sencillas. Ciertamente el surgimiento de un nuevo horizonte democrático nos abrió un universo antes vedado de posibilidades. Pero éstas sólo se harán realidad mediante decisiones acertadas y difíciles, a través del trabajo duro, la perseverancia en los objetivos y una inquebrantable voluntad política para alcanzarlos.

Es desde ésta óptica, la de cómo hacer que las esperanzas de nuestros pueblos se traduzcan en respuestas en la vida cotidiana, que quisiera proponerles una reflexión sobre el futuro de las Américas y de la Organización de los Estados Americanos.

A partir de las decisiones que se tomaron en los más altos escenarios políticos regionales; de la acción solidaria y colectiva que adelantamos en Haití y Paraguay; del avance de las negociaciones del Area de Libre Comercio; de la cadena imparable de acuerdos cada vez más profundos de integración regional; de las reuniones hemisféricas de los ministros de finanzas, de trabajo, de justicia, de defensa, de cultura, de ciencia y tecnología; a partir de toda ellas, se está construyendo una convergencia sólida y diáfana sobre lo que queremos que sea el futuro del Continente.

Detrás de toda esa erupción vital de actividad y de iniciativas, hay un ideal que es necesario ordenar, moldear y orientar para avanzar hacia un gran proyecto, hacia un gran diseño que de manera consistente nos aproxime a una América unida en un esfuerzo común. Y es esa una visión que se está edificando de abajo hacia arriba, que no se inicia en la retórica, sino en el cimiento pragmático de los intereses compartidos y de la identidad de los valores fundamentales.

No es difícil identificar la columna vertebral de ese proyecto americano: democracia política, integración económica, superación pacífica de los conflictos, acción colectiva para enfrentar los desafíos compartidos, solidaridad interamericana, cooperación para erradicar la pobreza, respeto pleno a la soberanía e igualdad jurídica de los Estados. Todos estos principios han estado ahí en nuestra Carta, pero durante buena parte del medio siglo de existencia de la OEA sirvieron más para separarnos que para unirnos, más para tramitar nuestros temores y frustraciones que para construir un ideal común. Nos corresponde a todos ahora hacerlos realidad y darles una vigencia plena.

A lo largo de este año y medio en Miami, en Montrouis, en Santiago, en Caracas, en Lima, en Denver, en Cartagena y en tantos otros puntos de las Américas, los países miembros han continuado el proceso de darle un norte a la acción colectiva en los grandes temas de la agenda hemisférica.

También aquí en Panamá debemos ser ambiciosos e ir más allá, refinando nuestros objetivos, haciendo más claros nuestros propósitos, volviendo más eficaces diversos instrumentos, en particular la OEA y el Sistema Interamericano. Son muchas las preguntas que debemos plantearnos y muchas las respuestas que esperamos obtener de las deliberaciones que hoy comienzan en este propicio y hospitalario entorno que generosamente nos ofrece Panamá.

¿Cómo es el sistema interamericano que vamos a requerir para que esa visión, ese diseño colectivo, sea viable? ¿Qué tenemos que hacer para administrar la mayor interdependencia que se va a generar con este vertiginoso proceso de convergencia hemisférica? ¿Qué pasos específicos hay que seguir para que la acción multilateral adquiera mayor contundencia, más relevancia y tenga capacidad de respuesta a los problemas? ¿Qué papel podría jugar la OEA en todo ello?

El comienzo, la piedra angular, el fundamento insustituíble, es la democracia. La Resolución 1080 y la Declaración de Santiago han servido como dique eficaz para evitar el retorno del autoritarismo. La OEA también ha adquirido una significativa experiencia en las etapas post-conflicto. En Nicaragua, en Suriname, en Haití, la Organización ha desplegado recursos políticos y económicos importantes para promover e impulsar la reconciliación nacional.

Y sin duda la presencia de la Organización en los procesos electorales de muchos de los países del Continente ha contribuído para garantizar que nuestros gobernantes surjan de elecciones justas y transparentes, fruto de la voluntad popular.

Estas acciones colectivas son de trascendental importancia. Sin ellas el resurgimiento de la democracia en el continente habría sido un proceso más difícil y vulnerable. Pero no basta con apagar incendios. Es necesario ir mucho más lejos si queremos que en verdad la democracia persista como el eje fundamental de ese proyecto de América que estamos construyendo.

En esta nueva etapa se busca defender la democracia y perfeccionarla, hacerla más sólida y profunda, ampliar el ámbito del ejercicio de los derechos ciudadanos y mejorar la protección de las libertades fundamentales. También deseamos promover los cambios que desactiven para siempre los factores de perturbación e inestabilidad, llegando a las raíces estructurales de sus causas.

Es claro que cada pueblo y cada Estado de manera soberana, y de acuerdo con sus circunstancias históricas particulares, debe definir su propio destino. Pero es también evidente que hoy tenemos una convergencia fundamental sobre las metas y los anhelos que se han propuesto nuestros pueblos y sus líderes. Debemos avanzar sobre el ideal de democracia que nos inspira colectivamente.

Para cumplir con los ambiciosos propósitos de este desafío, será indispensable contar con más recursos, con nuevos instrumentos de cooperación, con instancias para el intercambio de experiencias y con un sólido respaldo intelectual, académico e investigativo.

Primero, no debemos ser tímidos en utilizar nuestras ventajas comparativas, como ya lo están haciendo el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial, para darle un impulso sustancial a la reforma del Estado y para avanzar en una segunda generación de reformas que aumenten la capacidad regulatoria de las entidades públicas, den flexibilidad a la legislación laboral y fortalezcan nuestras instituciones políticas y sociales. Pero no inspirados en mejorar el clima de negocios e inversión o en promover la eficiencia de la gestión pública, sino con el fin explícito de hacer nuestras democracias más legítimas, participativas, estables y eficaces.

Segundo, la OEA debe avanzar, con el apoyo del BID, en la creación del Centro de Estudios para de la Democracia. La misión del Centro sería la de contribuir al desarrollo y consolidación de las instituciones democráticas representativas en las Américas. Para ello, el Centro promovería programas de investigación, estimularía y facilitaría el diálogo hemisférico previsto en nuestra Carta, así como el intercambio de experiencias entre los países y sus instituciones. También tendría entre sus competencias el entrenamiento de líderes y dirigentes de las Américas. Esperamos trabajar con el Consejo Permanente en la etapa posterior a esta Asamblea, para precisar el marco de acción del Centro.

Tercero, esperamos que en consonancia con la Comisión y con la Corte Interamericana de Derechos Humanos podamos avanzar en un examen que nos lleve a definir la forma en que podemos fortalecer y si es necesario, reformar el Sistema Interamericano de Derechos Humanos. En el nuevo contexto democrático del Hemisferio las demandas por los servicios del sistema son mayores, al igual que la exigencia para que los procedimientos judiciales sean aún más estrictos, para que se acaten las recomendaciones de la Comisión y las decisiones de la Corte, para que se fortalezcan los sistemas nacionales, para que el sistema multilateral sea en verdad complementario, compatible y articulado con los sistemas nacionales.

De manera simultánea, se requieren más recursos administrativos y presupuestarios con el fin de que en ésta etapa los países comprometan todas sus energías en un examen que debe ser hecho sin temores y con creatividad para consolidar un sistema que nos ayude a construir una América repetuosa de los derechos fundamentales, pluralista, ajena a toda forma de discriminación, protectora de los derechos de la mujer, de los indígenas, de los niños, de los discapacitados.

El cuarto objetivo en este campo, tiene que ver con la necesidad de crear un programa especial que asuma las responsabilidades en materia de desminado, para que consolide nuestra experiencia en el manejo de situaciones post-conflicto y empiece a atender en el ámbito regional muchas de las responsabilidades que implican los procesos de reconciliación interna y que hoy en día recaen sobre instancias extraregionales.

Quisiera expandirme un poco en este punto: no podrá darse la integración, ni consolidarse la democracia, ni volverse realidad el sueño de esta comunidad de naciones, si no somos capaces de mantener el espectro de la guerra alejado de las Américas. Esa es nuestra primera obligación como cuerpo multilateral que encarna la voluntad colectiva.

La seguridad hemisférica solo puede ser construída sobre la confianza mutua, el indeclinable compromiso de resolver en forma pacífica las controversias y la renuncia a la acción militar ofensiva en la región.

La Conferencia de Chile tuvo un gran significado, puesto que abrió el camino que nos permitirá transitar hacia una nueva concepción de seguridad hemisférica. Esto es, hacia una seguridad cooperativa en la que mediante la aplicación sistemática y ordenada de iniciativas de generación de confianza, de distensión y de cooperación, y de transparencia de los procedimientos militares, se dé una nueva proyección a la tradición de convivencia pacífica que ha sido característica histórica de las Américas.

La OEA dará apoyo a los países en la implementación de los compromisos acordados en Santiago. Allí se recoge un verdadero catálogo de lo mucho que podemos hacer para que todos los Estados miembros, y particularmente aquellos que aún tienen diferencias por resolver, aclimaten la paz y la buena voluntad.

América Central es la región que más ha sufrido en el Hemisferio las devastadoras consecuencias de uno de los más crueles recursos utilizados en esas guerras. Las minas antipersonales constituyen un instrumento bélico que no sólo causa crueles e inhumanas mutilaciones, traumas físicos y lesiones psicológicas a los combatientes, sino que constituyen una amenaza oculta y latente contra la población civil. Cada año estos artefactos de la muerte no sólo asesinan e incapacitan a miles de víctimas inocentes, entre ellos cientos de niños, sino además inhabilitan vastas zonas agrícolas y ganaderas.

Estoy convencido de que en el seno de la OEA será posible lograr un consenso político que conduzca a que el Hemisferio se libere para siempre de los campos minados. Debemos aprovechar el actual clima de rechazo internacional a la producción, comercialización y utilización de minas antipersonales, para impulsar la adopción de instrumentos jurídicos que así lo establezcan, en el seno de la Organización.

Entre tanto, debemos redoblar los esfuerzos para remover la constante amenaza que representan los campos minados en Centroamérica. A pesar de los logros alcanzados por la OEA, con el concurso de la Junta Interamericana de Defensa y con los generosos recursos otorgados por países miembros y observadores para éste empeño, estamos aún muy lejos de cumplir con esta meta.

Pero esta región requiere de nuestra especial atención, no solo en cuanto al desminado, que es un rezago cruel de las guerras del pasado, sino es necesario también, tal como lo han solicitado los países miembros, desarrollar los mecanismos previstos en el Tratado Marco de Seguridad Democrática, suscrito en diciembre pasado por las naciones centroamericanas En este mismo sentido debemos prestar toda la colaboración a los pequeños países insulares, que son especialmente vulnerables en materia de seguridad y que eventualmente demandan la creación de mecanismos de caracter subregional que se adecúen a sus condiciones.

Deseo aprovechar este momento para hacer un reconocimiento al Presidente Alvaro Arzú por su liderazgo al impulsar el proceso de paz en Guatemala. Su audacia y sus valerosas decisiones han logrado, sin duda, dinamizar este proceso. Es responsabilidad de la comunidad interamericana y de la OEA colaborar de manera coordinada con las Naciones Unidas, con el grupo de países amigos y con los gobiernos centroaméricanos no sólo para hacerle seguimiento a los Acuerdos de Paz, sino para supervisar el cumplimiento y verificación de los mismos.

Los peligros que enfrenta la democracia no sólo surgen de sus imperfecciones institucionales. Todos nuestros países, de diferente forma y en distinto grado, tienen que enfrentar los peligros del terrorismo, de la corrupción y el narcotráfico. Quizás uno de los logros más importantes de este último año es el hecho de que las Américas acordaron que sólo mediante la cooperación solidaria seremos capaces de derrotar tan poderosos enemigos. De allí la importancia de los encuentros interamericanos de Caracas, Lima y Santiago.

En la Conferencia Especializada celebrada en Caracas los países de las Américas adoptaron la Convención Interamericana contra la Corrupción. Muchas de las decisiones allí consignadas para prevenir este fenómeno, tales como la tipificación de los delitos, las medidas para asegurar la transparencia en la gestión pública, el mayor control ciudadano, o las referentes a asegurar que el secreto bancario o el derecho de asilo no entorpezcan las investigaciones o sanciones, van más allá de las tímidas acciones tomadas por algunos países industrializados para evitar la deducibilidad tributaria de los gastos que tienen connotaciones de corrupción. La OEA será notificada de los avances logrados en esta materia, por parte de las naciones signatarias de la Convención. Estamos así mismo preparados para trabajar en el tema de lavado de dinero, según lo dispusieron los países en la reunión que tuvo lugar en Buenos Aires. Además, el Consejo Permante de la Organización continúa trabajando en el diseño de acciones adicionales en esta materia.

En la Conferencia Especializada sobre Terrorismo en la ciudad de Lima los países adoptaron una Declaración de Principios y un Plan de Acción. En ambos documentos, los Estados manifestaron su propósito de establecer en sus legislaciones internas medidas severas contra un delito que han acordado considerar de carácter común. Acordaron, también, adherir y ratificar los convenios internacionales sobre terrorismo; intensificar el intercambio de experiencias, de información policial y de inteligencia y ampliar los procesos de cooperación judicial.

La lucha de las Américas contra el narcotráfico debe servir para fortalecer las relaciones de solidaridad y de cooperación en el Hemisferio. El enemigo es el crimen, la amenaza son las drogas, el peligro son las organizaciones delictivas; no debemos dejarnos llevar a la retórica de los señalamientos mutuos porque ello solo produce división y menoscaba la acción colectiva.

En la última década hemos aprendido por la via más dura, que el narcotráfico no se derrota con heroismos aislados, ni basta con el esfuerzo de unos pocos. Si hay un problema que exige acción colectiva es precisamente éste. La cooperación internacional es fundamental.

Quizas el principal valor de la estrategia antidrogas del Hemisferio, que está preparando la CICAD, es precisamente el de ser ante todo un manifiesto de unidad. Es esa unidad, y los propósitos y estrategias comunes, para conseguir una reducción de la demanda, el desarrollo de la legislación nacional e internacional, la promoción del desarrollo alternativo, el fortalecimiento de los sistemas de información e inteligencia y de las instituciones encargadas del control nacional, los que aumentan la confianza en que vamos a poder resolver este problema, más temprano que tarde, en el continente.

Ahora la misión de la Organización es recoger esos consensos y contribuir a catalizar la voluntad colectiva para poner en marcha las medidas previstas. Ese esfuerzo contribuirá, si mantenemos la fe y persistimos en el empeño, a desterrar de las Américas ésta terrible amenaza.

El segundo pilar sobre el que estamos construyendo la nueva visión de las Américas es la integración económica y comercial. Al comenzar la segunda mitad de esta década tenemos un hemisferio en donde no pasa una semana sin que se derrumben nuevas barreras y se abran puertas y mercados; sin que se sientan los beneficios de un flujo de comercio y de capitales más libre; en fin, sin que se avance en la convergencia y en la expansión de los acuerdos de integración.

El Continente se propuso el proyecto integracionista más ambicioso que hayamos conocido. Y aquello que parecía remoto, cada vez parece más factible.

Las ventajas de esta euforia integracionista se hacen evidentes en los resultados conseguidos hasta hoy. El comercio intra-regional de Mercosur viene creciendo a un ritmo promedio del 30% anual desde 1992. El comercio entre las economías de América Latina y el Caribe creció un 20% el año pasado. Así mismo, el comercio entre Estados Unidos y America Latina y el Caribe ha aumentado un 72% frente a 1990. Canadá, por su parte, incrementó sus exportaciones a America Latina y el Caribe en un 30% el año pasado.

Los Ministros de Comercio, reunidos en Denver y Cartagena definieron en sus declaraciones un derrotero claro para la integración hemisférica y exaltaron las contribuciones de la Comisión Especial de Comercio, de su Grupo Asesor y de la Unidad de Comercio de la OEA.

La Unidad de Comercio, en unión del BID y la CEPAL, ha realizado un cuidadoso y detallado trabajo de análisis técnico y de recopilación de información para sustentar sus deliberaciones, ayudando a crear un lenguaje común y una descripción técnica convergente de los principales temas de la agenda acordada.

Para ello se han construído bases de datos, se han realizado comparaciones sistemáticas de los distintos asuntos a resolver, se han recopilado estadísticas y normas; en fin se ha establecido el piso necesario para poder iniciar el proceso de negociación política con base en la misma información y definición de los problemas a resolver.

Pero creo que para alcanzar el objetivo que nos señalaron los mandatarios de construir el Area de Libre Comercio para el año 2005, debemos ir más allá de los éxitos en las discusiones de naturaleza comercial. Es necesario entender la integración como un proyecto político que compete a todos.

En la OEA debemos asumir ese trascendental compromiso como un reto de naturaleza no solo económica, sino política y social.

Si queremos preservar la voluntad de nuestros pueblos, y en últimas de los propios gobiernos de la región, tendremos que aprender que en varios países los ciudadanos empiezan a cansarse de oír de privatizaciones, déficits fiscales, y políticas comerciales, como si se tratara de los únicos temas del debate público, cuando hay tantos otros problemas acuciantes. Su cansancio no es rechazo. Es más bien la expresión de un clamor por la solución de sus problemas más cercanos.

Yo no creo que la gente quiera volver atrás. La reforma y la apertura comercial siguen siendo un cambio bienvenido y apreciado. Nuestros pueblos no están pidiendo un retorno a un modelo económico que se agotó y que no ofreció perspectivas de bienestar. Están pidiendo que las reformas vayan más allá y lleguen a las políticas públicas y a aquellas áreas del Estado que tienen que ver directamente con las preocupaciones cotidianas.

No creo que exista apoyo en América Latina y el Caribe para dar marcha atrás a las estrategias en curso. Todos los nuevos gobiernos de la región están comprometidos con la apertura de mercados, la integración y con una mayor competencia, pero de la misma manera todos están comprometidos con la reforma del Estado, con la eliminación de la pobreza y con el aumento de la inversión social.

La viabilidad de la integración comienza por contestarnos una pregunta: ¿Cómo va el Estado a asegurar las reformas económicas y políticas, a la vez que impulsa la igualdad, la justicia social, los nuevos derechos, la democracia, la participación y el control ciudadano?

De allí la importancia de ahondar en el tema de la pobreza y de la política social y su relación con todo el proceso de reforma económica y de liberación comercial.

No han faltado por ejemplo quienes, a raíz de tropiezos recientes, quieran encontrar en la reforma económica y en la modernización de América Latina y el Caribe los orígenes de nuestra pobreza, en vez de buscarlos en las consecuencias de la crisis de la deuda, en las bajas tasas de ahorro, en la década perdida y en la incapacidad estructural de las instituciones dedicadas a la política social.

Esto es así porque, con muy pocas escepciones, se continúan aplicando esquemas de inversión y de gestión social ya agotados y heredados del pasado. La reforma del Estado emprendida por América Latina y el Caribe con algunas excepciones no ha llegado aún a esta área vital del funcionamiento gubernamental.

Construir políticas eficaces de educación, de salud y de formación de recursos humanos para luchar contra la pobreza, implica buscar consensos sobre el origen de nuestras deficiencias en el área social y sobre la mejor manera de superarlas.

Quisiera referirme a la forma en que la OEA puede fortalecer sus mecanismos para contribuir de manera mucho más eficaz a esa inaplazable revolución en el diseño y formulación de una política social capaz de redimir a los sectores más desprotegidos.

Para responder al clamor cada vez más intenso de los Estados miembros y conforme a las orientaciones de las Asambleas de Managua, México y Haití, vamos a crear la Unidad de Desarrollo Social y Educación. Esta Unidad deberá trabajar en el apoyo al diseño, la formulación y evaluación de políticas, la promoción de un mayor intercambio de información y experiencias y en la elaboración de proyectos pilotos de estrategias innovadoras en el combate a la pobreza.

Hemos hecho particular énfasis en la educación no sólo por la larga experiencia que tiene la OEA en esta materia, sino por la convicción compartida de que la inversión en capital humano representa una variable crítica en el desarrollo y la eliminación de la pobreza.

La Unidad para el Desarrollo Social y Educación, atendiendo las orientaciones de la nueva Comisión de Desarrollo Social, Señor Presidente y Señores Ministros, será un aliado en la batalla que cada uno de los Estados miembros está librando contra el hambre, la ignorancia, la enfermedad y la miseria.

Todos estaremos de acuerdo en que no es posible una América próspera, integrada, democrática y en paz, como legado para las generaciones por venir, sin una alianza colectiva con la naturaleza.

Esa es la gran oportunidad que nos ofrece la Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible que está organizando el Gobierno de Bolivia con el respaldo de toda la comunidad hemisférica. La OEA está contribuyendo activamente a ese importante evento tanto en el terreno técnico como en los aspectos logísticos, gracias al decidido respaldo político del Consejo Permanente.

Para fortalecer el papel de la Organización en esta área, para contribuir a impulsar la Cumbre y sus resultados, al igual que para apoyar a los países que así lo requieran, vamos a crear la Unidad de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible. La OEA deberá capitalizar a través de la Unidad la experiencia adquirida en sus reconocidos programas de cooperación técnica y su labor de intercambio de experiencias, en particular las derivadas del exitoso Seminario de Tecnologías Ambientalmente Sanas, celebrado recientemente en Canadá.

Para responder a las exigencias de los nuevos tiempos, la Unidad debe convertirse en el gran espacio interamericano para el intercambio de información y la formulación de políticas sobre medio ambiente y desarrollo sostenible. También debe la Unidad contribuir en forma sustantiva a la creación y mantenimiento de la legislación ambiental en el Continente. Se deben, a través suyo, satisfacer las exigencias de apoyo técnico en el análisis y formulación de políticas y estrategias nacionales, cuando así lo consideren necesario los Estados miembros.

Debe igualmente ésta Unidad trabajar de manera coordinada con la nueva Unidad Intersectorial de Turismo cuya principal, casi única función, debería ser la de continuar la larga trayectoria que tiene la OEA en el fortalecimiento de éste, el principal sector productivo del Caribe. En su etapa inicial la Unidad profundizará en criterios de desarrollo sostenible que consideren la fragilidad de los ecosistemas de los países insulares e incorporen los costos de su protección.

La coordinación con otros organismos multilaterales es otro frente en el que hemos venido trabajando arduamente y en el que hemos logrado avances significativos. Con el BID hemos identificado proyectos an áreas tales como democracia, comercio, desarrollo social, medio ambiente, derechos humanos y ciencia y tecnología. Con el Banco Mundial y el BID hemos identificado también áreas comunes de trabajo relacionadas con política social, educación y modernización del Estado. Así mismo estamos comenzando a explorar cno dichas instituciones un programa de intercambio de experiencias en la búsqueda de una estrategia integral para hacerle frente al problema de criminalidad y para mejorar las condiciones de seguridad ciudadana. Este es un problema crítico en nuestras grandes ciudades y debería recibir mayores recursos humanos para su análisis y examen. Finalmente, con la ONU estamos avanzando en la definición del papel de los organismos regionales en lo que atañe a la observación electoral y aumentando el intercambio de experiencias en el tema de solución de conflictos.

Quisiera detenerme aquí en un tema que reviste la mayor importancia para el hemisferio. Sólo con un sistema jurídico fortalecido y con el desarrollo de nuevos instrumentos lograremos que el proceso de integración encuentre un cauce ordenado de reglas y de normas para la solución de los conflictos y tensiones.

Es por eso que la Secretaría General presentó para consideración de los países que integran la OEA el documento titulado "El Derecho en el Nuevo Orden Interamericano". Allí hemos propuesto retomar la larga tradición de respeto al derecho internacional sobre la que están cimentadas las relaciones entre los Estados americanos; ordenar de manera sistemática nuestro trabajo y el del Comité Jurídico Interamericano; preparar la Organización para aprovechar sus potencialidades y ventajas comparativas; y trabajar de manera más activa, en lo que puede ser su más significativa contribución a la integración de las Américas.

La gran acogida que han recibido estas propuestas por parte de los países y el sesudo trabajo realizado por nuestra Comisión de Asuntos Jurídicos y Políticos que trae a esta Asamblea una significativa Declaración en ese sentido, nos estímulan a recorrer un camino que solo provecho puede traer a las relaciones interamericanas y que contribuye a evitar las tentaciones del unilateralismo y extraterritorialidad de las leyes, tan riesgosas para las relaciones americanas.

Tales peligros podrán ser superados con un proceso de fortalecimiento de los valores comunes y de los principios sobre los cuales se cimentan nuestras relaciones; con un conjunto de nuevas reglas para resolver nuestras diferencias, y con un compromiso solidario y activo de acción colectiva para afirmar esos valores y principios.

Señoras y señores:

Para orgullo de los panameños, los años le han dado mayor vigencia a las ideas del gran internacionalista y Expresidente de Panamá, Ricardo Joaquín Alfaro. En un discurso que pronunciara hace 63 años, como Embajador de Panamá ante la Casa Blanca, Alfaro dijo:

"Mientras más se intensifique la solidaridad y el tiempo y las distancias se reduzcan, y las personas se acerquen más unas con otras, y la necesidad para la paz, cooperación y justicia crezca, más importante será la influencia de la ley internacional, porque produce las normas a las cuales las naciones se deben ajustar para alcanzar sus metas fundamentales".

Ustedes se preguntarán, con razón, si la Organización está en capacidad de abordar las múltiples y complejas tareas que exige la puesta en marcha de un proyecto del alcance que hemos descrito. La verdad es que la OEA del pasado, no podría cumplir con la administración de las innumerables responsabilidades que implica la acción colectiva.

Por tal razón, la puesta en marcha del nuevo Consejo Interamericano para el Desarrollo Integral es la gran oportunidad para adaptar la OEA a las exigencias de estos tiempos.

Ayer tuve la ocasión de referirme a las nuevas bases sobre las cuales está cimentada la cooperación solidaria para el desarrollo. Hoy quiero hacer énfasis en la necesidad de que esa cooperación se aplique cada vez más con criterios de solidaridad hemisférica, lo cual demanda sacrificios y generosidad de los países medianos del hemisferio que son hoy los mayores beneficiarios de la cooperación que presta la Organización.

Quiero además insistir en que para acoplarse a las nuevas realidades hemisféricas, la OEA debe trasformarse en un centro de intercambio de experiencias, de conocimiento y de información entre nuestras Naciones y sobre esta base constituírse en un foro para el diseño y formulación de políticas. Más que cooperación directa, los países medianos deben ver a la OEA como un organismo útil para el desarrollo de sus instituciones y de sus políticas.

Será necesario igualmente continuar en el proceso de movilizar recursos para fortalecer algunas instituciones del sistema así como para algunas áreas de la nueva agenda hemisférica. Tal proceso es posible si la Organización sigue por la senda trazada por la Comisión de Asuntos Administrativos y Presupuestarios en el sentido de hacer del proceso presupuestal uno más participativo, más crítico y más transparente.

Para proteger los recursos de cooperación de los países que más lo necesitan, en particular de Caricom y de Centroamérica y de algunos pocos de Suramérica es cada vez más necesario que esos países medianos a los que me he referido tomen decisiones explícitas. De otra manera estaremos atrapados en la inflexibilidad para el manejo de nuestros recursos.

Es también la puesta en funcionamiento del CIDI, la gran oportunidad para profundizar en la reforma de la OEA, para adecuarla a las necesidades de la agenda hemisférica, para fortalecer las funciones de administración y gerencia de la Secretaría y las de control de los Estados miembros, para maximizar la utilización de sus recursos humanos sin abandonar el proceso de reducir su planta de personal permanente, y para avanzar hacia un sistema de decisiones presupuestales y administrativas transparente. En la OEA consideramos sano y necesario que el sistema multilateral cuente con el control de los países, los medios y todos los ciudadanos de las Américas.

Estimados señor Presidente y señores Cancilleres:

Quiero para terminar dejar mi testimonio de gratitud al Embajador Lawrence Chewning Fábrega, sin cuyo esfuerzo y coordinación no hubiera sido posible la buena preparación con la que hemos llegado a esta Asamblea; a la Cancillería panameña y al Ministro encargado, Ricardo Alberto Arias, por la buena organización y apoyo que nos han ofrecido, en ausencia de Don Gabriel Lewis, a quien todos admiramos, respetamos y deseamos una pronta recuperacion.

Al Consejo Permanente deseo expresarle un sincero reconocimiento por la dedicación y seriedad con que se ha dedicado a hacer posible esta nueva arquitectura institucional, de acuerdo con la voluntad de nuestros Estados y a los elevados objetivos que nos hemos impuesto.

Aquí hemos regresado a inspirarnos en los propósitos del Congreso Anfictiónico. Nuestro pasado compartido, los valores que nos unen, los desafíos que nos retan y un destino común, alimentan nuestra convicción de que ahora si es posible que el sueño de Bolívar pierda sus matices de quimera.

Hago votos, señor Presidente, porque al final de esta reunión todas las tareas que con optimismo emprendemos desde la Organización sirvan para demostrar que no estamos detenidos en el mismo sitio donde nos dejara el Libertador. Y, que al aproximarnos a los 50 años de su creación, tenemos una OEA trasformada, fortalecida, dotada de recursos e instrumentos para hacer realidad nuestros propósitos, que son los que hicieron el sueño de Bolívar: un sueño de paz, prosperidad, igualdad, justicia y libertad.

Muchas gracias.