Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CONMEMORACIÓN DE LOS 170 AÑOS DEL PRIMER CONGRESO DE ESTADOS AMERICANOS

6 de junio de 1996 - Ciudad de Panamá, Panamá


El 22 de junio de 1826, dos años después de haber sido convocados por el Libertador, se reunieron en este mismo sitio, en el recinto de la Sala Capitular del Convento de San Francisco de la Ciudad de Panamá, los representantes plenipotenciarios de las entonces repúblicas de Colombia, de la República Federal de Centroamérica, de México y de Perú, hoy conformadas por 11 naciones independientes. Concurrieron también observadores enviados por la Gran Bretaña y los Países Bajos a ese Primer Congreso de Estados Americanos. Las vicisitudes que rodearon la posible presencia de Estados Unidos son ya conocidas.
Éste era el resultado de un esfuerzo emprendido cuatro años atrás, cuando, tal y como lo hiciera en la campaña libertadora, Bolivar lideró un proceso de alianzas entre las nuevas repúblicas que diera sustento a la supervivencia de los jóvenes estados. Dos días antes de la Batalla de Ayacucho que sellaría la independencia de las colonias españolas en América del Sur, el libertador invitó a los gobiernos de las entonces Repúblicas de Perú, México y Colombia a una reunión diplomática que daría inicio y concretaría el proceso de alianza iniciado. A dicha reunión se unirían la República Federal de Centro América, Chile y las Provincias Unidas del Río de la Plata; Colombia extendió invitación a los Imperios Británico y Brasilero, a Francia y a Holanda, y junto con México y Centro América llamaron a participar a los Estados Unidos.
Así, y a pesar de los azarosos medios de transporte de la época y de las inclemencias climáticas de las que sólo sabe el trópico, tuvo lugar el primer encuentro de naciones americanas recién liberadas que por primera vez se reunían en torno a la idea de la América unida que visionó Bolivar.
Este primer encuentro estuvo signado por las urgencias del momento. Las principales preocupaciones del Congreso de 1826 giraron en torno a la seguridad al mantenimiento de su independencia, y a asegurar que los intentos de reconquista por parte de España y las ambiciones de colonización de otras potencias europeas no dieran reverso a la historia. La unión de los esfuerzos políticos y militares que había sellado el proceso de independencia, constituían también en ese momento su única garantía de supervivencia. La solidaridad entre naciones no era entonces una propuesta teórica o hipotética. Fue, por el contrario, una acción determinante en la supervivencia de las recién nacidas repúblicas.
Bolivar lo sabía. Europa había dejado atrás las guerras napoleónicas para dar paso a un nuevo orden internacional —definido en el Congreso de Viena de 1814 y renovado en el llamado Concierto de Europa— basado en el balance de los poderes entre las potencias.
Francia, aunque derrotada y confinada a sus fronteras originales de antes de la revolución, conservaba su poder; Gran Bretaña, poder indiscutido de los mares, lideraba el libre comercio en busca de mercados para sus productos manufacturados; el Imperio Austro-Húngaro, Prusia y Rusia se habían unido en la Santa Alianza; y España se debatía entre luchas internas y los intentos desesperados por reconquistar las colonias americanas.
La visión de Bolivar no era ajena a estas realidades de las potencias europeas. En carta al general Santander expresó sus inquietudes diciendo: "España, la Santa Alianza y la anarquía, son los peligros que acechan a las nuevas naciones".
Es por eso que en febrero de 1826, tres meses antes del Congreso de Panamá, Bolivar preparó un documento en el que esboza su pensamiento sobre las ventajas que del encuentro podían derivar los nuevos países e imagina un Congreso "destinado a formar la liga más vasta, más extraordinaria y más fuerte que haya aparecido hasta el día sobre la tierra".
Para El Libertador "el nuevo mundo se constituiría en naciones independientes, ligadas todas por una ley común que fijase sus relaciones externas y les ofreciese el poder conservador en un congreso general y permanente. El orden interno se conservaría intacto entre los diferentes estados y dentro de cada uno de ellos y ninguno sería más débil respecto al otro: ninguno más fuerte".
Se proyectaba entonces una unión con tres características: una alianza militar clásica, en la que la agresión a un gobierno sería asunto de todos; un régimen internacional en el que, manteniendo la soberanía de cada estado, se adelantaría una política exterior común; y un espacio para la reforma social y la igualdad entre los hombres por razones de origen o raza.
Estos propósitos se articularon en el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua que suscribieron los delegatarios aquí en Panamá en julio 25 de 1826, sirvieron de inspiración a lo que se conocería después como el panamericanismo y a los instrumentos que dieron origen a la Liga de las Naciones, a las Naciones Unidas y a la Organización de los Estados Americanos.
La igualdad jurídica entre los estados, la creación de una asamblea general que rija el destino de la confederación y que interprete los tratados entre las partes, la defensa colectiva, el arbitraje en controversias, el mantenimiento de la paz, la preservación de la independencia, la lucha contra el colonialismo y la abolición de la esclavitud, fueron temas que se desarrollaron dentro del contexto del multilaterilismo del siglo XX y que se incorporaron como núcleo del derecho internacional moderno.
Los cuatro países contratantes originales del Congreso de Panamá componen hoy 11 repúblicas que sumadas a las otras 24 naciones que conforman las Américas, representan en la OEA la continuación de ese empeño de unidad y acción colectiva que señaló el Congreso de Panamá hace 170 años.
Señoras y señores Embajadores:
Nos convoca hoy la memoria de Bolivar, genio y promotor del Primer Congreso de Estados Americanos. En su conocida epistola que tituló "Contestación de un Americano Meridional a un Caballero de esta Isla", más conocida como la Carta de Jamaica, Bolivar consignó sus ilusiones y temores frente a la unión americana. "Es una idea grandiosa" decía, "pretender formar de todo el nuevo mundo una sola nación y un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen común, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederara a los diferentes estados que hayan de formarse; más no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, carácteres desemejantes dividen a la América".
Y continuaba el Libertador dicendo "para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione al Nuevo Mundo sería necesario que tuviera las facultades de un Dios y, cuando menos, las luces y virtudes de todos los hombres".
Es claro entonces que lo que animó a Bolivar a continuar en su empeño de una América unida, fue la idea de una forma de unidad política entre naciones soberanas.
Hoy, a escasos dos años de conmemorar el vigésimo quinto aniversario de la Organización de los Estados Americanos, estamos viendo a las Américas dejar este siglo haciendo suyos los propósitos que conformaron el sueño de El Libertador.
El multilateralismo ya no es una simple tendencia política para discusión de académicos, sino el marco en el que se desenvuelve el mundo de hoy. La integración es un hecho aquí y en otros continentes que no dará marcha atrás. La liberación de mercados y la apertura económica no constituyen más una discusión partidista, sino el camino que abrieron los pueblos interdependientes de finales de siglo en la búsqueda de la prosperidad y el bienestar. La democracia en América es un elemento insustituible de nuestras relaciones.
Ahora, cuando la realidad no puede ser negada, es nuestro deber avanzar en ese sueño e imponernos el propósito de zanjar diferencias, buscar un lenguaje común, compartir información y tender puentes que contribuyan a fortalecer las posibilidades de acción colectiva que abrirá para las Américas un camino seguro hacia el nuevo siglo.
Con ello, no sólo habremos cumplido el sueño de un hombre que luchó como pocos por lo que creyó y consiguió para tantos lo que imaginó, sino el de todos los pueblos de las Américas que confian en nuestro liderazgo para que las consquistas de la nueva época sean la justicia social, el desarrollo, la prosperidad y la paz.