Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
SESIÓN INAUGURAL DEL TRIGÉSIMO QUINTO PERÍODO ORDINARIO DE SESIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS

5 de junio de 2005 - Fort Lauderdale FL


Es un honor para mí hablar por primera vez en este foro como Secretario General de la Organización. Agradezco una vez mas a los señores y señoras Cancilleres que me eligieron hace algunas semanas para este cargo al cual espero dedicar todos mis esfuerzos en los próximos cinco años. La Secretaría General estará siempre dispuesta a dialogar con los países miembros, que son sus mandantes, y hará todo lo necesario para impulsar los consensos que permitan hacer realidad los objetivos fundacionales de la OEA.

Al asumir la Secretaría General señalé que la OEA ha contribuido a la reafirmación de los principios y valores esenciales de esta comunidad hemisférica, pero que ello no es suficiente para una entidad que, por su carácter político, está obligada a avanzar en la realización práctica de estos valores comunes, a través de políticas públicas que tengan un resultado positivo y tangible para la gente. Estas políticas públicas constituyen la base de nuestra cooperación.

Esta Asamblea es la instancia donde nuestros Gobiernos reflexionan y deciden acerca de las políticas hemisféricas para responder a los principales problemas que aquejan a los pueblos americanos y para cuya solución es indispensable la cooperación internacional.

Nuestra Organización es la más antigua de América y expresa la historia de nuestro hemisferio, sus ideales, sus luchas y progresos, como también sus contrastes e inequidades. En ella conviven países con poder, desarrollo e identidades diferentes. Ello nos plantea el desafío de reconocer nuestra diversidad y proteger la pluralidad de identidades que están en la base de la riqueza de las Américas. Nos plantea también la necesidad de esforzarnos para que el desarrollo tenga vigencia en todos los países, superando las desigualdades y abriendo el camino de la prosperidad.

Nuestra diversidad no ha sido, sin embargo, un obstáculo para que hayamos coincidido libre y soberanamente en adoptar la democracia como forma común de gobierno de todas nuestras naciones. Existe en la OEA una “condición democrática” que sitúa la democracia como un requisito indispensable para pertenecer a ella.

Nuestra región ha vivido períodos difíciles a lo largo de su existencia, en que pareció que este ideal democrático era solo retórico. En diversos países y en nombre del progreso o de la estabilidad, la democracia y los derechos humanos fueron suprimidos y violentados. En lugar del diálogo, la cooperación y el consenso, se instaló la imposición y la fuerza como la manera de decidir sobre asuntos de interés público y sobre el destino de nuestras sociedades.

La recuperación de la democracia fue un proceso que requirió de grandes sacrificios y mostramos hoy con orgullo el resultado de estas conquistas. En las últimas décadas se abrió paso una marcada tendencia que llevó primero a la presencia de Gobiernos democráticos en casi todo el hemisferio, luego a la Resolución 1080 de la Asamblea de Santiago de Chile en 1991 y finalmente a la Carta Democrática Interamericana suscrita en Lima el 11 de septiembre de 2001.

Detrás de los esfuerzos que la comunidad hemisférica ha desarrollado para fortalecer la democracia y los derechos humanos hay, pues, un proceso histórico del cual las sociedades americanas son verdaderos autores y responsables. La suscripción de la Carta Democrática Interamericana, único instrumento que consagra el derecho de los pueblos a la democracia y la obligación de los gobiernos de promoverla y defenderla es, de esta manera, mucho más que una simple declaración de intenciones; en ella se expresa el deseo y la voluntad de defender la solidaridad, la justicia y el entendimiento.

Es necesario, en consecuencia, que los países miembros acuerden los mecanismos para implementar integralmente las obligaciones de la Carta. La OEA no debe limitarse sólo al establecimiento de las normas, sino que, frente a los persistentes riesgos de retroceso, es preciso ampliar la cooperación que presta a sus miembros para profundizar la democracia en la región. Deseo reiterar que la Secretaría está en disposición de cooperar con este objetivo.

En estos mismos momentos existen problemas y crisis en nuestra América que requieren nuestra atención. En los últimos meses hemos tenido misiones en Nicaragua y Ecuador; estamos plenamente involucrados en Haití, país hermano con cuyo desarrollo y fortalecimiento democrático tenemos un compromiso de largo plazo, que mantendremos mucho más allá del proceso electoral en que hoy participamos otorgando asistencia técnica; en Colombia estamos participando en el proceso de desarme y desmovilización; y seguimos dispuestos a asistir al restablecimiento o fortalecimiento de la democracia allí donde sea necesaria nuestra presencia.

Pero nuestras preocupaciones deben ir más allá y dirigirse a dotar a nuestras sociedades de mejores condiciones de gobernabilidad para asegurar una democracia de calidad, que se constituya en un marco institucional insustituible para el desarrollo. La OEA debe impulsar programas que promuevan el buen funcionamiento de las instituciones, haciéndolas más eficaces y transparentes, con el fin de dar una solución concreta a los problemas de la ciudadanía, y favorecer su participación en asuntos de interés colectivo. Esa es la manera de estimular una adhesión activa al sistema democrático, generando condiciones de confianza y seguridad que permitan alcanzar crecimiento y equidad, como dos pilares complementarios del desarrollo. Ese es el camino para mejorar las condiciones de gobernabilidad de nuestras democracias.

La Organización tiene un amplio desafío en la promoción de un desarrollo sustentable, basado en una democracia que avanza, pero que sólo podrá consolidarse cabalmente cuando los beneficios de la ciudadanía política se amplíen a la ciudadanía social y cultural.

La democracia y el respeto a los derechos humanos son la viga maestra de una convivencia hemisférica que debe también basarse en la seguridad multidimensional y en una equitativa distribución de las oportunidades de crecimiento y progreso social.

Es difícil hablar de una democracia plena en una región donde persisten altos índices de pobreza y desigualdad. La OEA debe reforzar su agenda social y encabezar un esfuerzo serio por promover la cooperación para superar estas tareas pendientes, en el marco de las estrategias diseñadas, a nivel mundial y en cada país miembro, para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El cumplimiento de estas metas es una forma de hacer efectiva la vinculación entre desarrollo social y dignidad humana. Es un desafío ético y político mayor, que fue asumido en el año 2000 por los Jefes de Estado y de Gobierno al suscribir la Declaración del Milenio. Su cumplimiento requiere de una estrategia de corto, mediano y largo plazo, con especial énfasis en los países de economías menos desarrolladas y más pequeñas, asegurando debidamente la sustentabilidad medioambiental.

Es importante que nuestra Organización trabaje y se integre más activamente al esfuerzo mundial para dar cumplimiento a estos ocho objetivos. En nuestro hemisferio, el grado de avance de este proceso es diverso. Las características de desigualdad de nuestra región en términos de distribución de ingresos, la extrema pobreza y carencias que afectan a importantes sectores de la sociedad, no sólo se explican por el bajo nivel de ingresos de muchos de nuestros países, sino también por la marcada desigualdad en su distribución.

La experiencia de numerosos países ha demostrado que la meta de superar la extrema pobreza y el hambre - primer Objetivo de Desarrollo del Milenio - se podría alcanzar en forma significativamente más rápida si el crecimiento estuviera acompañado por una mejor distribución. Asimismo, en el caso de los países que enfrentan mayores dificultades para avanzar en el cumplimiento de éste y otros objetivos, se requiere que los esfuerzos realizados se complementen con más recursos internos y externos.

Es cierto que los problemas de pobreza y distribución en nuestras sociedades son difíciles de resolver en el corto plazo. Pero existen experiencias exitosas que han mostrado que es posible aplicar políticas públicas que sin disminuir mucho la desigualdad en los ingresos monetarios, pongan a disposición de los sectores más pobres de la población servicios educacionales, de salud, de vivienda, de buena calidad, disminuyendo así, en los hechos, la brecha existente.

Es en esta perspectiva que debería inscribirse el interés por elaborar una Carta Social de las Américas, tarea de primera importancia que ya ha aprobado esta Asamblea y que ahora debemos implementar en breve plazo, unida a un Plan de Acción efectivo y a medidas de seguimiento que nos permitan cumplir con los objetivos de la Agenda del Milenio. El acuerdo logrado para que el Grupo de Trabajo, encargado de negociar la Carta Social de las Américas y un Plan de Acción, inicie su labor sustantiva es una señal positiva que debemos estimular.

Con estas mismas preocupaciones, la OEA ha trabajado desde hace tiempo en la elaboración de un concepto de seguridad que asuma la variedad de causas y factores que generan amenazas para la paz y seguridad en el hemisferio. Se requiere un continuo esfuerzo para reforzar nuestras estrategias en materias de terrorismo, delincuencia transnacional organizada, seguridad ciudadana, desastres naturales y degradación ambiental, tráfico de drogas y combate a las pandemias como el VIH/SIDA, a la par con nuestros programas para la superación de la pobreza y la marginalidad. Nuestro objetivo debe ser trabajar en conjunto por un futuro en que todos tengamos el derecho a vivir libres del temor. Es en esta área donde la región ha hecho un aporte sustantivo a la evolución del concepto de seguridad, abriendo camino al reconocimiento universal de su carácter multidimensional.

Parte importante de los desafíos que se nos plantean están estrechamente asociados al proceso de globalización. La OEA es el organismo regional de las Américas. No puede realizar su acción de espaldas a la realidad global sin asociarse a las organizaciones internacionales. No puede, tampoco, permanecer indiferente a los problemas que las restricciones de acceso a los mercados y las fluctuaciones de la economía global generan a las economías de la región, especialmente las más pequeñas.

Una acción multilateral eficaz requiere de una interrelación activa del Sistema Interamericano con los bloques subregionales de integración y los organismos económico-financieros, tanto a nivel regional como global. Es difícil pensar en un sistema hemisférico eficaz y coherente sin este enfoque integral y solidario. La OEA debe estar en condiciones de actuar en un mundo que cambia para asumir los múltiples desafíos de la globalización.

Asimismo es necesario contribuir en forma efectiva a fortalecer un sistema multilateral, único referente dotado de la legitimidad necesaria para encauzar el proceso de elaboración de reglas que den sentido y conducción al mundo global. En esta perspectiva la reforma de Naciones Unidas no es ajena a nuestras preocupaciones; lo regional es parte de un sistema multilateral integrado y operativo. Espero que en este tema, como en muchos otros, la Organización sea la instancia donde se elaboren políticas coherentes con estas reformas.

También es necesario realizar esfuerzos para avanzar hacia mayores niveles de participación de la sociedad civil. La Organización debe contar con el aporte y la fuerza legitimadora de la ciudadanía, tomando en cuenta sus intereses en el diseño y la gestión de estrategias regionales de promoción de la democracia, el desarrollo social y la seguridad.

Señoras y señores Cancilleres, señoras y señores Delegados:

En noviembre nuestros Jefes de Estado y de Gobierno se reunirán en Mar del Plata, República Argentina, para examinar algunos de los problemas más acuciantes de nuestro hemisferio, especialmente los del empleo y la pobreza. Con miras a esa reunión, deberíamos abordar aquí, atendiendo los mandatos de las Cumbres anteriores, una redefinición de las prioridades básicas de la Organización de los Estados Americanos.

Contamos actualmente con más de un centenar de mandatos provenientes de la Asamblea General y el Proceso de Cumbres. Ello nos plantea la tarea ineludible de focalizar adecuadamente los recursos de la institución para no desatender nuestras áreas estratégicas de trabajo: el fortalecimiento de la democracia y los derechos humanos, el desarrollo integral y sostenible y la seguridad multidimensional. Dicha focalización es determinante también para la obtención de recursos que nos permitan reinstalar a la Organización como el foro de diálogo y concertación política de mayor relevancia regional.

Si somos capaces de mostrar resultados en estos ámbitos, sin duda alguna estaremos en el camino correcto. Los invito a que trabajemos en una estrategia que nos permita alcanzar estos objetivos.