Quiero, en primer lugar, señalar que no veo grandes discrepancias respecto de la importancia que la libertad de expresión, en todas sus formas, tiene en la democracia. Naturalmente, sería difícil que así fuera, que alguien pensara o proclamara algo distinto, por cuanto ello está consagrado en nuestra Carta Democrática Interamericana, en numerosas declaraciones de la Asamblea General y en la creación misma de la Relatoría de la Libertad de Expresión, que fue reafirmada por la Cumbre de Presidentes y Jefes de Estado y de Gobierno de Santiago de Chile en 1998 –en la que tuve la fortuna de estar presente-. Creo que la libertad de expresión tiene un carácter esencial para la democracia; primario, en realidad, porque si los ciudadanos no pueden expresar su opinión libremente, los demás derechos no pueden hacerse realidad. El derecho a elegir, el derecho a reunirse y todos los demás derechos que dan forma a la democracia, no tendrían contenido sin la libertad de expresión.
Creo en este derecho y creo que todos los presentes también lo hacen. En un tono ligero, diré que si no todos creyéramos en la libertad de expresión, probablemente habríamos pedido que se desconectaran los micrófonos o se censurara en el acta de esta sesión algunas cosas que se han dicho. La libertad de expresión permite decir cosas muy duras con respecto de las personas, con la sola restricción –que por cierto todos tienen derecho a ejercer- a la difamación o la injuria. He ejercido muchas veces ese derecho y creo que toda personalidad pública tiene derecho a hacerlo.
No ahondaré más sobre el contenido teórico de un concepto que nos parece a todos fundamental. Creo más importante decir que ese derecho enfrenta hoy amenazas graves en distintas formas.
Una amenaza grave es siempre la tendencia o la disposición a crear obstáculos para que esa libertad de expresión se formule. Obstáculos legales o ilegales, abuso de la restricción burocrática, pretensión de decir qué es verdad y qué no es verdad, quién puede hablar y quién no puede hablar, o simplemente el hecho de impedir hablar a alguien. Todas esas son maneras de atentar contra la libertad de expresión. Yo creo que, por principio, nunca se debe impedir que las personas digan lo que tienen que decir; si se considera que no están diciendo la verdad, pues habrá formas de decirlo o de criticarlo.
Creo también que la libertad de expresión tiene que ser para todos. Así como no se puede limitar el derecho a la expresión, también hay que preocuparse de que no sea discriminatorio el disfrute de ese derecho, y de allí que la autoridad pública tenga a su vez el derecho de establecer normas que aseguran el pluralismo y la libertad de expresión.
Por otra parte, nunca he sido contrario a los límites a la propiedad de los medios de información. Sobre todo cuando, como ocurre en algunos países de nuestra región, una sola persona puede ser dueña de todos los canales de televisión, o cuando los monopolios periodísticos alcanzan un tamaño inaceptable mientras otros medios de comunicación no tienen viabilidad.
Creo que las dos cosas son válidas. Tenemos la costumbre de enfrentar un argumento con el otro y mientras uno dice: “Yo soy partidario de la libertad de expresión”, otro responde: “Pero es que existe el monopolio”. Soy contrario a restringir la opinión de nadie, pero también soy contrario a los monopolios, y no creo que las dos cosas sean incompatibles. Tenemos que tener la capacidad de hacerlas valer a ambas.
Otra amenaza a la libertad de expresión que pocos han mencionado aquí, y que no puedo dejar de señalar, es la violencia. Hoy se ejerce mucha violencia contra los comunicadores de la información. Todavía en muchos países no solamente se reprime, se encarcela, sino que también se asesinan periodistas, tema que ha preocupado a nuestra Comisión de Derechos Humanos. La violencia que el crimen organizado ejerce en contra de los periodistas, contra los comunicadores, también es un asunto que no puede estar ausente en un debate sobre la libertad de expresión.
Hoy se habla mucho también de la necesidad de examinar el problema de la libertad de expresión por vía electrónica, Internet: lo que se puede y lo que no se puede decir por Internet. Reconozco que cuando veo alguna opinión respecto a este modesto servidor, trato de leerla en el original porque en el blog viene acompañada de todas las injurias que me destinan muchos de los que siguen estos sitios. Pero bueno, es lo que ocurre; usamos Internet porque creemos que todo el mundo tiene el derecho a expresarse y hablar, pero son temas que estoy seguro merecen ser discutidos.
Me alegro mucho de lo que nos ha contado el Embajador de Guatemala, ojalá podamos tener un debate o una conversación sobre esto de manera más productiva y fuerte con la presencia de nuestra Relatora sobre Libertad de Expresión. Hago ver que ella está en este momento en la discusión de una declaración conjunta sobre el tema de la libertad de expresión que va a emitir la Relatoría Especial de las Naciones Unidas junto con la Organización de Seguridad de Cooperación en Europa, la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, y la Relatora de la Libertad de Expresión de la Organización de los Estados Americanos. Es decir, no somos los únicos que tenemos esta institucionalidad.
Creo que este es un tema que nosotros tenemos que analizar, no sacamos nada con cerrar los ojos. Existen discusiones tremendas en nuestros países sobre este tema; hay una legislación –como decía el del Embajador de Ecuador- que se está discutiendo en este momento en varios países, y los temas generalmente son siempre los mismos: tienen que ver con el derecho a expresar opinión, la no discriminación en la expresión de opiniones, la limitación de la posibilidad de acaparar medios de información, los problemas de la violencia y otros más.
Qué bueno que lo discutamos en la OEA. Creo que, precisamente, el gran cambio del derecho internacional a partir de la Segunda Guerra Mundial es que antes éste tenía que ver con la regulación de las relaciones entre los Estados y nada más. Hoy día el derecho internacional tiene que ver con la corrupción, con los derechos humanos de manera sustantiva y con otra buena cantidad de asuntos que están en nuestra agenda, esa es la realidad. Este es un tema de derechos humanos donde es importante establecer principios –los principios existen-, y hay una declaración importante de la Comisión Internacional de Derechos Humanos sobre este asunto que es interesante examinar, porque allí consagra todos los principios.
En la OEA –y esto no puedo dejar de decirlo- tenemos mecanismos para tratar estos temas. Y existen precisamente para evitar algo que han dicho algunos Embajadores, en particular el señor Embajador de Guatemala: una politización del debate, en lugar de ir al fondo de los principios y de los derechos fundamentales que estamos defendiendo. Existe la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Relatoría de Libertad de Expresión que, repito, aunque fue creada por la Comisión, fue luego ratificada en una Cumbre de Presidentes. Por lo tanto, la Comisión, la Corte y la Relatoría existen porque ustedes, los Estados –que, como ha dicho el señor Embajador de Panamá, van a más allá de los gobiernos, porque los Estados son permanentes- han decidido crear estos mecanismos para que traten estos temas. Esto no significa que no los pueda tratar el Consejo Permanente, pero los organismos que tenemos para ello son esos y ustedes los elijen. En las elecciones de la Comisión de Derechos Humanos participan todos los países, lo mismo que en las elecciones de la Corte; incluso los países que no han ratificado el estatuto participan en la elección de los miembros de la Corte. Tenemos por tanto que aprender a respetar y valorar nuestras instituciones.
A veces me preguntan: “¿Por qué no interviene y hace algo?”. No lo hago porque yo tengo la obligación de respaldar y defender lo que dicen las instituciones que ustedes han creado para este fin. Ustedes eligieron a cuatro miembros de los siete que hoy tiene la Comisión de Derechos Humanos. Por segunda vez en la historia de esta Comisión, se eligió en el mismo año a una mayoría de sus miembros. Esta mayoría está recién elegida y los restantes miembros deberán ser electos el próximo año y el subsiguiente (y es la primera vez en su historia que la Comisión de Derechos Humanos tiene tres mujeres entre sus integrantes). Son ustedes quienes los elijen y no podemos descalificarlos, sino dejar que cumplan su función. Ésa ha sido mi determinación. Si existen organismos y mecanismos creados por la OEA, ¿por qué no dejamos que hagan su trabajo? Después podremos expresar nuestras diferencias con las decisiones que ellos adopten, si nos parece necesario.
Nadie dijo que esto iba a ser fácil. Sé que algunos países que están aquí tienen diferencias con la Comisión de Derechos Humanos. Yo mismo, más de una vez, le he entregado a los miembros de la Comisión de Derechos Humanos, de manera privada, una opinión respecto a algo que han dicho que a mí no me ha gustado; pero es la institución que nosotros creamos y el día que deje de existir, la Organización va a perder sentido. Por eso los defiendo y por eso no voy a entrar, una vez más, en la discusión respecto a cómo han actuado frente a cada situación. Por cierto, los acuerdos de la Comisión de Derechos Humanos también se dirigieron a Roberto Micheletti y a la Corte Suprema de Honduras para preguntar por algunos casos de violación a los derechos humanos que se estaban denunciando. Eso no significó que la Comisión de Derechos Humanos reconociera al gobierno de Roberto Micheletti: tuvo que preguntar. Esta es una Comisión que recibe todo tipo de reclamos y todos esos reclamos se procesan; se ve qué es lo que ocurre en cada caso y eso no significa que reconozca o no a una autoridad, simplemente hacen la tarea que nosotros les hemos encomendado. Por eso incluso en la Carta Democrática Interamericana, cuando se habla de la suspensión de los Estados que violan la democracia, se dice claramente que eso no significa que la Comisión de Derechos Humanos no siga haciendo su tarea con esos Estados. Tampoco significa que nosotros pensemos que todo lo que dice la Comisión está bien; no, pero es el mecanismo que se ha creado y lo vamos a respetar.
Respecto de la discusión acalorada de estos principios, del entusiasmo con que debatimos, quiero recordar lo dijo una vez un Presidente -el Presidente de Venezuela precisamente: “Somos latinos y somos caribeños y nos decimos las cosas, lo cual no significa que no podamos ponernos de acuerdo”; esas fueron precisamente sus palabras en un momento muy crucial de una reunión. Creo que debemos tratar de ponernos de acuerdo aunque nos digamos cosas, porque el tema de la libertad de expresión es un tema sin el cual esta Organización carece de sentido; y con el respeto debido hacia aquellas instituciones más conocidas y más valoradas por la comunidad internacional, como son la Comisión de Derechos Humanos, la Corte y la Relatoría de Libertad de Expresión. Es algo que no podamos tirar por la borda.
Muchas gracias