Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CONFERENCIA SOBRE EL DESARROLLO JUVENIL Y LA PREVENCIÓN DEL CRIMEN, CO-ORGANIZADA POR LA ORGANIZACIÓN HEMISFÉRICA CON EL DEPARTAMENTO DE ESTADO DE ESTADOS UNIDOS Y LA AGENCIA ESTADOUNIDENSE PARA EL DESARROLLO INTERNACIONAL (USAID)

28 de junio de 2011 - Washington, DC


Quiero comenzar diciendo que esta iniciativa del USAID es muy bienvenida. Cuando Mark y Paloma nos propusieron organizar juntos esta conferencia, la idea fue acogida de inmediato, especialmente después de nuestra Asamblea General en El Salvador y de la Cumbre sobre Violencia en Centroamérica, que tuvo lugar recién en Guatemala. Es muy relevante discutir uno de los asuntos centrales del problema de criminalidad que preocupa a la mayoría de la población de las Américas.

Déjenme poner el problema de una manera simple: a pesar del impacto que la recensión mundial tuvo en nuestra región, la década que acaba de concluir tuvo resultados favorables para América Latina y el Caribe. En esos diez años hubo un crecimiento económico mayor que en los veinte anteriores, y eso ya en sí es un logro muy importante. Al mismo tiempo, aunque con muchas limitaciones que ya otras veces hemos discutido, la democracia en América Latina se ha fortalecido de una manera muy sustantiva, e incluso -y a pesar de la crisis, nuevamente- las cifras de pobreza, que siguen siendo todavía importantes, bajaron sin embargo de un 42 por ciento del año 2002 a entre un 32 o 34 por ciento en las mediaciones más recientes.

Tenemos un atraso del crecimiento, pero estamos creciendo; tenemos una democracia imperfecta que estamos desarrollando; tenemos aún pobreza y discriminación, pero eso también ha tendido a mejorar. Hemos progresado como no lo habíamos hecho desde hace 30 años, y esta situación parece ser especialmente promisoria hacia el futuro inmediato.

Ahora bien, cuando algunos dicen de manera prematura que la década que se inicia puede ser la década de América Latina y el Caribe, están aludiendo a estos hechos y no a los enormes obstáculos que todavía enfrentamos. Dejando de lado por ahora los problemas de orden político que aún tenemos en nuestra región, creo que hay dos aspectos fundamentales que es necesario que enfrentemos de manera efectiva en esta década, y que son la desigualdad y la violencia. Ambas afectan de manera predominante a nuestra juventud.

La población mundial está envejeciendo, eso es claro; por el aumento de la esperanza de vida y por la disminución de la plaza de natalidad, América Latina y el Caribe, nuestra región en general, no es ajena a este fenómeno. Dentro de 50 años vamos a tener menos población joven que ahora, pero actualmente concentramos la mayor proporción de población joven del mundo. Los menores de 29 años constituyen alrededor de un 57 por ciento de la población de nuestros países, más en algunos que en otros, por cierto. Chile, Argentina, Uruguay y Cuba tienen una población juvenil cuantitativamente menor que otros países como Bolivia, Colombia y México, pero en conjunto dicha población tiene un tamaño que llega al 57 por ciento del total del hemisferio, y al menos entre el 2015 y el 2050 vamos a tener más población en condiciones de trabajar que la que tienen otras regiones del mundo -algo que los economistas llaman un bono demográfico-. Esto debería ser una ventaja, pero solamente se hace efectiva si uno es capaz de proporcionar a esa juventud la posibilidad de trabajar, junto con oportunidades efectivas de expresar sus capacidades. Por ello, la inversión en el desarrollo de capital humano y en políticas y programas dirigidos a la juventud resultan fundamentales en este período especial de nuestra historia.

Esta esperanza y esta aspiración están sin embargo muy lejos de la realidad. Una gran parte de la juventud de Latinoamérica y el Caribe vive en condiciones inestables que amenazan su desarrollo y una exitosa integración como adultos en la sociedad. En el total de la población de la región de Latinoamérica y el Caribe, de entre más o menos 575 millones unos 300 millones tienen menos de 29 años de edad. De ellos la mitad, es decir 150 millones, tiene entre 15 y 29 años de edad. De este total, un cuarto, es decir más o menos ocho millones de jóvenes, no van al colegio ni tienen trabajos estables. A primera vista, ese es el tamaño de nuestra juventud en riesgo. Basado en el indicador regional de educación, aun cuando 26 países miembros han logrado grandes progresos en educación secundaria, la finalización del ciclo secundario entre las poblaciones rurales y pobres, especialmente, sigue siendo un gran desafío. Hoy un 30 por ciento de la juventud no ha terminado la escuela primaria, y un 60 por ciento no ha completado la escuela secundaria. La situación por supuesto está mejorando y los Estados están haciendo todos los esfuerzos para expandir la cobertura, pero aún existen muchos desafíos, especialmente en la calidad de la educación. Los grandes desbalances en nuestros sistemas educativos afectan la oportunidad de la mayoría de la gente joven, dada la baja calidad de educación que reciben. Esto afecta más a los jóvenes de la región, que pasan de víctimas a perpetradores de la violencia.

La tasa de muertes violentas en la región alcanza a casi 15 por ciento por cada 100 mil habitantes.

Ahora, si eliminamos a los dos países del norte y algunos países del sur, los cuales tienen las tasas más bajas en crimen, ese aumento sería muy alto. En Centroamérica y el Caribe es mayor a 40 por ciento. No estoy seguro si ésta es la tasa más alta del mundo, como se dijo en la conferencia la semana pasada, pero si es muy mala comparada con la tasa mundial, que es entre once y doce por ciento. Entre la gente joven de entre 15 y 29 años de edad en Latinoamérica y el Caribe la tasa es de 83.2 por cada cien mil habitantes. Esto quiere decir que en toda la región de América Latina y el Caribe la tasa es el doble de la que tienen los países de más alta criminalidad. Es más alta además entre la gente joven con ingresos bajos a medios, donde alcanza a más de cien casos por cada cien mil habitantes.

Los jóvenes de los estratos más pobres de la sociedad, especialmente los varones, son los principales protagonistas de las batallas de las calles, pero también las víctimas principales de la violencia armada.

Nueve de cada diez muertes por disparos corresponden a jóvenes o niños, y la posibilidad de que un joven de nuestra región muera como víctima de un homicidio es treinta veces mayor que la de un joven europeo. Ese es el tamaño del problema que tenemos. Y la relación de las mujeres jóvenes con la violencia también crece. Como víctimas son las más afectadas por el femicidio y la violencia en sus distintas formas. Como perpetradores, según lo muestran recientes informes, hay una creciente membresía de las mujeres jóvenes en las maras y en las bandas, que se estima entre el 15 al 25 por ciento.

Todos estos son los temas que se abordaron en nuestra reunión la semana pasada, y creo que en nuestras conferencias se identificaron correctamente la presencia de la pobreza, la inequidad, la exclusión, la falta de acceso a servicios sociales, la escasez de oportunidad de participar en el mercado laboral en condiciones dignas y decentes, la desesperanza en definitiva, como factores de incidencia en esta situación de amenaza a la seguridad de los ciudadanos.

Por esa razón es que nuestras resoluciones incluyen temas tan fundamentales como el proveer oportunidades a la juventud en riesgo, con posibilidades de acceso a la educación, entrenamiento, empleo, cultura, deportes, recreación, etcétera. Pero también hay que evaluar los temas de la criminalidad misma, y considerar que existen muchos jóvenes que ya han caído en el delito y debe buscarse para ellos una rehabilitación y una segunda oportunidad.

Ciertamente, el combate al crimen interactúa con las políticas de desarrollo económico y social, supone eliminar factores de frustración y discriminación. En una sociedad democrática dicho combate ha de ser compatible con la defensa de los derechos humanos y las libertades, pero también es necesario fortalecer la capacidad de nuestros cuerpos de vigilancia, de protección e investigación, con fiscalías y jueces capaces de aplicar la ley de manera justa, así como sistemas penitenciarios que promuevan la reeducación de los jóvenes delincuentes.

En nuestras cárceles están juntos los jóvenes y los delincuentes adultos, los que cometen el primer delito con los que han cometido numerosos crímenes a lo largo de sus vidas. Nuestras cárceles a veces parecen ser escuelas de delincuentes antes que centros de reeducación, y en muchos casos incluso sirven a los jefes de las bandas para ejercer desde adentro la dirección de su actividad criminal.

Hoy, entonces, nos reunimos para ver si podemos enriquecer nuestros conocimientos en cuanto a la prevención de la violencia y del crimen juvenil; este es un desafío político para nuestras sociedades, que exigen respuestas claras de nuestra parte.

La Organización de los Estados Americanos ha añadido que, más allá su compromiso con la agenda de desarrollo para los jóvenes, debemos recordar nuestra Asamblea General del 2008 sobre los valores de la juventud y democracia, que tuvo lugar en Medellín, Colombia. Desde entonces, un grupo de trabajo inter-departamental para jóvenes, bajo la presidencia del Secretario General Adjunto, Albert Ramdin, ha estado trabajando en una estrategia para la juventud encomendada por la Secretaría General con la meta de avanzar en el desarrollo de estos temas. Esta tarde vamos a escuchar algunos de estos proyectos que apuntan a la construcción de una cultura de paz en Centroamérica. Me gustaría terminar esta larga presentación refiriéndome a cuatro iniciativas en curso.

La primera es nuestra nueva estrategia de drogas, la cual tiene la intención de acentuar nuestro programa con entrenamiento en materia de prevención, tratamiento y rehabilitación. Este programa ya se encuentra en Centroamérica y el Caribe, y queremos continuar desarrollando su capacidad institucional para mejorar la calidad y efectividad de servicios de prevención, atención y rehabilitación.

La segunda iniciativa es en la que hemos estado trabajando con AID; estamos muy contentos que AID, que nos ha ayudado por más de un año ejecutando el proyecto “Armando Paz”, destinado a traer cultura, arte, comunicación, diálogo social y más.

Quiero agradecer una vez más esta confianza y señalar que a mi juicio no solamente está el tema de la prevención, sino que también el de ofrecer a la juventud actividades fuera del trabajo y la educación; actividades como las desarrolladas por este programa con las orquestas juveniles, que son un trabajo fundamental que desarrollamos con muy pocos medios pero que es muy central.

En tercer lugar creo que es importante mencionar, si bien hemos avanzando menos en esto, nuestra intención de trabajar sustantivamente en apoyar el desarrollo de sistemas de cárceles juveniles en la región, centros de readaptación juvenil. Este es un problema que no puede esperar; ustedes han visto en los últimos meses cómo estallan conflictos en numerosas cárceles del continente -en esto nunca hay que lanzar la primera piedra porque la situación se repite de un país a otro-, tenemos cárceles sobrepobladas, mal diseñadas, que no sirven para reeducar a los delincuentes, especialmente a los delincuentes jóvenes.

Todas las estadísticas demuestran que, si bien no es cierto que los jóvenes delinquen más que el conjunto de la población, sí es verdad que los delincuentes más avezados cometieron su primer delito antes de los 25 años. El que no ha cometido un delito grave antes de los 25 años es muy difícil que lo cometa en el resto de su vida. Por esa razón es tan importante el tema de las cárceles, donde tenemos un atraso tan inmenso.

Pero también creemos que es importante abordar el tema desde el punto de vista constructivo, y desde ese lado nuestras alianzas público-privadas han funcionado muy adecuadamente, como las que desarrollamos con la Fundación Panamericana del Desarrollo y, especialmente, con el Young American Bussines Trust, que acaba de realizar recién en El Salvador su sexto concurso. Allí se presentaron más de dos mil grupos que desarrollan alguna actividad de innovación, por lo que considero central trabajar con la juventud desde este punto de vista, es decir no solamente para decirle a los jóvenes lo que tienen que hacer sino que para que ellos mismos elijan un camino y lo traten de desarrollar, y nosotros los apoyemos en eso. Ahí había jóvenes que ya habían obtenido financiamiento para sus proyectos; había jóvenes que no solamente habían tenido éxito en lo que hicieron sino que le habían dado trabajo a muchos otros jóvenes, junto con otros que se inician.

Yo creo que el tratamiento de la juventud, si efectivamente queremos avanzar en esto, no se limita a indicar donde están los problemas; tenemos que tener programas constructivos, y nos alegra mucho saber que es posible trabajar en estos asuntos con el sector privado. La respuesta a este grave problema debe ser de toda la sociedad; del gobierno, de las organizaciones sociales y políticas, de la ciudadanía activa, y sobre todo de los jóvenes.

A todos ellos, a todos los que van a participar en esta reunión, a todos los señores embajadores que nos honran hoy día con su presencia, les deseo mucho éxito durante esta jornada tan importante para nosotros.

Muchas gracias.