Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CONFERENCIA DE LAS CORTES SUPREMAS DE LAS AMÉRICAS

3 de septiembre de 2009 - Washington, DC


Quiero primero expresar mi reconocimiento a la Corte Suprema de Argentina y a su Presidente, Ricardo Lorenzetti, por la invitación que me ha hecho para dirigirme a ustedes en la Conferencia de las Cortes Supremas de las Américas. Quiero felicitarlo también por la oportuna iniciativa de realizar esta conferencia y por la amplitud de la convocatoria. Veo con entusiasmo la presencia de participantes de todas las Américas en el programa de discusión, donde también están nuestros amigos del Caribe junto a los latinoamericanos.

Y sobre todo felicitarlo por el tema escogido, así como agradecerle por haberme invitado a tomar parte en ella. El tema del Estado de Derecho, a mi juicio, está en el nudo, en el corazón de los problemas que hoy día enfrenta nuestra región, y la buena solución de esta temática es lo que nos permitirá decir en un futuro no muy lejano si efectivamente este continente ha pasado a ser –como nos gusta decirlo- el segundo continente plenamente democrático del mundo. Siempre decimos –y me gusta mucho decirlo en mis discursos- que hay dos continentes democráticos, América y Europa. Creo que eso es válido si uno mira la democracia desde un punto de vista de su origen. Si uno busca signos para saber lo que hemos progresado en los últimos veinte o treinta años, se va a encontrar por ejemplo con que durante la última Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago, por primera vez se sentaron a la mesa 34 Jefes de Estado y de Gobierno elegidos democráticamente, elegidos por sus pueblos. Habían sido ya 33 en Mar del Plata, y esto porque había un gobierno de transición en Haití, pero ése ya era un hecho inédito en América Latina y el Caribe. Nunca habíamos tenido tantas democracias y, como digo, si las miramos desde el punto de vista electoral, no cabe duda de que son democracias propiamente bien constituidas. En ninguno de esos lugares había una puesta en cuestión o existía una discusión significativa acerca de la legitimidad democrática que tenía el gobernante que estaba encabezando su delegación.

Retrocesos tenemos, por cierto. Lo acabamos de tener en Honduras. Muchas veces muchos se preguntan: “Y por qué ser tan duro con lo sucedido en Honduras?”. Bueno, primero porque lo permite nuestra Carta Democrática Interamericana -me voy a referir a eso después- pero sobretodo porque entendemos que eso corresponde a una época pasada. Honduras es un retroceso, es una involución; esas cosas que desgraciadamente ocurrieron muchas veces en todos nuestros países, no solamente en algunos como se dice, es decir un Presidente sacado a la fuerza y echado del país, es algo que está en el pasado desde hace menos de un siglo en América Latina. Eso no puede volver a ocurrir bajo ningún pretexto. Por eso la dureza con la que todos los Estados de las Américas han condenado el tema de Honduras y lo van a seguir condenando. El precedente que generaría, si no fuera así la condena, sería absolutamente insoportable para nosotros. Pero no cabe duda que a pesar de esto la situación de la democracia de origen, de la democracia elegida, de la democracia generada por el pueblo en las Américas, es más satisfactoria que nunca en nuestra región.

Sin embargo, hay muchos que todavía discuten -y con alguna razón que voy a señalar a continuación- sobre si estas son verdaderas democracias. Esto tiene su origen en una vieja discusión, que no agotaremos aquí, respecto de si la democracia es solamente la forma de su generación o importa también alguna forma de ejercicio del poder, tanto en la relación del Gobierno con sus ciudadanos, los derechos de los ciudadanos, los derechos de las personas, como en la manera en que se gestionan diariamente las cosas públicas. Por eso, una primera distinción -que por cierto es válida- que nos llega de la teoría más clásica es entre democracia y república. La democracia, para quienes hacen esta distinción, tiene que ver fundamentalmente con la generación de poder. La república, el manejo de la cosa pública, tiene que ver con la existencia de derechos, leyes e instituciones que dentro del Estado tienen un carácter permanente y no están sujetos a la mera voluntad de quien gobierna o de quien ejerce el poder de ese Estado. Esta discusión, sin embargo, se complementa de alguna manera con otra que recrudece en nuestra región desde hace ya más de una década. Por eso tal vez es interesante aclarar aquí que no estamos hablando de ningún gobierno en particular cuando decimos lo que decimos. Por lo demás, los gobiernos y los países de América Latina son tan diversos entre sí que es difícil hablar de cosas generales. Hace más de diez años ya que Fareed Zakaria publicó un famoso artículo titulado The Rise of Illiberal Democracies, o “El Surgimiento de Democracias Iliberales”, que después se transformaría en un libro que le daría a su autor tanta importancia, tanta relevancia, que hoy día ya es un famoso publicista o periodista mas que un teórico de la ciencia política. Él alude allí a regímenes que han surgido y han sido generados de manera perfectamente democrática, es decir sus gobernantes son elegidos en elecciones limpias, competitivas, secretas, y en donde participa la mayoría del pueblo. Y sin embargo, dice él, no se comportan exactamente como uno espera que se comporte un gobierno democrático. Incluso podrían de pronto suprimir los demás poderes del Estado por mayoría, decretar por ley o por cambios de la Constitución la posibilidad de eliminar determinados poderes, modificar atribuciones, cambiar las normas a cada rato según la mayoría lo desee, y esas sigue siendo democracias desde el punto de vista de su generación, sin duda. Zakaria habla entonces de democracias no liberales porque él sostiene que esto es la democracia, y la opone o más bien la complementa con el concepto de libertad.

En nuestra región, sin embargo, por razones que sería largo explicar, esta discusión fue saldada tal como se saldan las cosas entre los Estados; es decir, firmando un documento en el año 2001. El mismo dramático día del 11 de Septiembre del 2001, los ministros de Relaciones Exteriores de todos los Estados, de 34 de los 35 Estados independientes de América, los 34 que están hoy día en la OEA, subscribieron la llamada Carta Democrática Interamericana. Y la Carta Democrática Interamericana toma claramente partido en este debate, refiriendo la democracia a tres aspectos centrales, aunque algunos dicen que son cuatro. Pero lo voy a explicar.

El primero sin duda es la generación del poder. Yo como chileno tengo recuerdos dramáticos de cuando en mi país decíamos que había democracia formal y una democracia real. Allá por comienzos de los años ‘70, y algunos amigos que están aquí han de recordarlo, le dábamos mucha más importancia a la democracia real que a la democracia formal. Pero no hay ningún tipo de democracia sin democracia formal. No hay democracias sin elecciones, no hay democracia sin debate político, no hay democracia sin libertad de expresión, no hay democracia sin libertad de prensa; todos sabemos al respecto cómo es la democracia. Yo siempre digo que a mí no me gustan las democracias con apellidos, porque las democracias con apellidos siempre ocultan alguna mala intención; la democracia la reconocemos apenas la vemos, y eso por lo tanto es un primer aspecto que la Carta Democrática Interamericana señala.

En segundo lugar –y esto es muy importante en los tiempos que vivimos hoy- están los derechos del individuo, los derechos de la persona; a eso se refería el Presidente al comenzar. Uno gestiona el Estado para beneficio de los ciudadanos; los ciudadanos tienen derechos -no solamente el derecho a voto-, tienen una amplia gama de derechos humanos que debemos defender y proteger en toda circunstancia. Un elemento también central de la democracia a juicio de la Carta Democrática Interamericana.

Pero hay un tercer aspecto que a veces es menos debatido, o que es confundido frecuentemente con los dos primeros, y que es el gran tema de las instituciones, de las leyes. En otros términos, se trata del sentido estricto de la República. La República es la institucionalidad del Estado que permite dar a la vida civil, a la vida cívica, una continuidad; permite al Estado ir más allá de las personas o de los líderes. No es que sea incompatible con ellos, pero de alguna manera pone freno a los liderazgos individuales. La República no es solamente el ejercicio del poder por los mejores, sino que busca poner sobretodo límites al ejercicio del poder. Tal vez nosotros tengamos una raigambre más europea, y recordamos más a Rousseau respecto a las formas de Contrato Social. Probablemente los padres fundadores de la nación americana, los de Estados Unidos, habrán leído más a Locke que a Rousseau, y creían entonces que una Nación o un Estado sin leyes hacía, como lo dijo Hobbes, la vida más fea, más pobre, y más corta, y por lo tanto ponían mucho énfasis en las instituciones y en los límites al poder. Nuestra Carta Democrática Interamericana asume ese tema planteando también, como temas centrales de la democracia, el equilibrio de poder y la separación de los poderes, el respeto del Estado de Derecho y el pleno respeto a los derechos del individuo, pero también el respeto a la ley y a la autoridad constituida, a la subordinación de otras instituciones del Estado a los poderes elegidos por el pueblo, etc.

Entonces, cuando evaluamos la democracia en las Américas, tenemos que preguntarnos tres cosas. Primero, cuánto hemos avanzado respecto a la democracia en el sentido restringido de democracia de origen y elección; segundo, cuánto se respetan los derechos del ser humano, los derechos del hombre. Esta tarde celebramos en Santiago de Chile los 50 años de la creación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y la vamos a celebrar con el entusiasmo que ustedes imaginan, porque para mí es la flor en el ojal de la Organización de los Estados Americanos: ella hace a la institución más noble, más importante. Pero al mismo tiempo vamos a celebrar preguntándonos si realmente hemos establecido la vigencia plena de los derechos humanos en nuestra región. Y en tercer lugar, cuánto hemos avanzado en materia de Estado de Derecho; cuánto se respetan en las Américas, no solamente las mayorías, sino también las instituciones, cuánto se respetan las libertades públicas y las instituciones, qué grado de equilibrio de poderes tenemos, qué grado de independencia tiene cada poder del Estado, qué grado de sujeción efectiva existe a la autoridad, de qué manera el Estado hoy día cumple con su deber respecto a los ciudadanos y su sociedad.

Ese es el tema que está, a mi juicio, en el corazón de esta discusión sobre el Estado de Derecho en América Latina. Quiero decir desde ya que nosotros publicaremos muy pronto un documento sobre la democracia en América Latina, donde muchos sostienen precisamente que hemos avanzado mucho en materia de generación democrática del poder, pero hemos avanzado poco en términos de República. Debemos reconocer asimismo las grandes diferencias que existen entre unos países y otros de América Latina, No quisiera tener que repetir esto, pero lo hago porque muchas veces se dice que América Latina tiene grandes problemas, como por ejemplo el crimen. Yo lo comparo; las tasas de criminalidad de unos países no se comparan con las de otros, son veinte veces superiores en algunas zonas. Otras veces discuto sobre la pobreza y descubro que hay países que son cinco veces más ricos que otros que son vecinos. Lo mismo ocurre con estos temas; no son iguales para todos los países, no estamos hablando de todos los países, pero si nos preguntamos hasta qué punto la institucionalidad de nuestros países en general refleja hoy día esa voluntad expresada en la Carta Democrática, yo diría que nunca del todo. Norbert Lechner decía que la lucha por la democracia era una lucha permanente por un ideal siempre inacabado, pero realizado de manera satisfactoria, aceptable. Los valores republicanos que fundaron nuestros Estados levantan dudas en muchos casos, particularmente en los temas relacionados con el buen funcionamiento de las instituciones, con su servicio efectivo a la comunidad, con el equilibrio de los poderes y ciertamente -un tema muy vigente hoy día- con el tema de los límites a la autoridad y al poder de quienes gobiernan, que son -no lo olvidemos- mandatarios y no jefes, porque en nuestras repúblicas a veces esta diferencia esencial tiende a diluirse. Este tema para nosotros es muy central, repito; es el corazón de la Organización de los Estados Americanos. No quiero cansarlos demasiado pero me permitiré decir solamente algunas palabras sobre eso.

Primero porque está, como digo, en el centro de nuestra agenda. Yo creo que los debates políticos en nuestra región, los debates políticos en las Américas, se van a decidir finalmente en torno a nuestra capacidad para resolver determinados problemas centrales. El tema de la pobreza y la desigualdad está muy al centro de todo esto, pero no porque América Latina sea un continente pobre. Hay otros que lo son mucho más, no hay que confundirse en esto; hay mucha más pobreza en otras partes del mundo que la que existe en América Latina. La paradoja de nuestra región es que, no siendo pobre, tenga tantos pobres. Lo cual nos lleva necesariamente al tema de la justicia y la distribución de la riqueza, y ese tema va a estar en el corazón de nuestras definiciones de futuro, precisamente porque hoy tenemos más democracia y no porque tengamos menos; porque hay mucha mayor libertad de expresión, mucha más capacidad de organizarse, muchos más medios de comunicación, las cosas son mucho mas visibles hoy en día, y por lo tanto la gente que no tiene con qué vivir puede ver cómo viven los otros; y la gente que ha salido de su estado de pobreza también no quiere volver a él; quiere mejorar su condición y no empeorarla. El tema de la pobreza y la distribución de la riqueza es un tema central en nuestra región, como lo es también, querámoslo o no, el tema de la seguridad. Un tema tantas veces abandonado por nuestros gobernantes, y estoy hablando aquí, en una sub-región en el Cono Sur donde, por más que los diarios digan lo que dicen, las tasas de criminalidad son mucho mejores que en el norte, por lo tanto mucho menores. Si ustedes comparan las tasas de homicidio de este país, de Chile, de Uruguay, de países del Cono Sur, van a encontrarse con tasas de homicidio notablemente inferiores a las que se encuentran en algunos lugares de Centroamérica y el Caribe. Hay una paradoja aún mayor al respecto, y es que países que son vecinos con otros tienen tasas de criminalidad completamente distintas. Pero reconozcamos que, como continente, no podemos cerrarnos al hecho de que tenemos tasas de criminalidad que son el doble de las tasas de criminalidad del mundo, y esto en un continente en el cual no hay guerra. No tenemos muchas guerras, hace mucho tiempo que no tenemos una guerra, y sin embargo tenemos tasas de violencia inaceptables. Más de 70% de los secuestros que se cometen en el mundo suceden en nuestra región; es una zona donde hay una enorme presencia del crimen organizado y de lavado de dinero; tenemos algunos de los principales productores de drogas y carteles de narcotráfico instalados en nuestra región; esto es un tema necesariamente del Estado de Derecho también, es un tema de todas nuestras naciones. Los temas medioambientales, por otra parte, conectan directamente con los temas de pobreza. En nuestros países se hace mucha alusión a los temas del calentamiento global y contaminación como ligados con los temas de pobreza, y esa alusión es ciertamente válida porque hay allí una relación con el deterioro de nuestras ciudades, la falta de acceso a agua potable, la falta de alcantarillado, etc. Son temas que tenemos que enfrentar; pero para hacerlo se necesita el buen gobierno, se necesita persistencia en las políticas públicas, esfuerzo y transparencia, y hay que mencionar la transparencia porque ésta es fundamental en un Estado de Derecho. Bueno, todas estas cosas que mencionamos nos llevan de nuevo a lo mismo: a la gobernabilidad y al Estado de Derecho. Nuestra agenda como Organización de los Estados Americanos, Señor Presidente, se identifica entonces con los grandes temas de la gobernabilidad, y esos son hoy en día los temas de la República, los temas del Estado de Derecho. Somos los depositarios, querámoslo o no, del Derecho Americano, del derecho de las Américas, construido por eminentes juristas a lo largo de los últimos 120 o 130 años.

Cuando se produjeron, hace un año y medio atrás, los problemas entre dos naciones hermanas de América del Sur, todas las declaraciones públicas de los diversos organismos que intervinieron por algún motivo en el conflicto, citaron la Carta de la Organización de los Estados Americanos en materia de no intervención, de autodeterminación, y de solución pacífica de controversias. Somos depositarios del principal instrumento que consagra la democracia como la forma de gobierno en nuestro hemisferio; democracia en el sentido amplio que les he señalado, como la forma de gobierno que escogen los pueblos de las Américas. Cada vez que hay un problema en nuestra región, alguien saca un librito del bolsillo y cita la Carta Democrática Interamericana. Ojalá la citaran todos de esa forma para enfrentar los problemas que hay, porque debo reconocer que a veces la citan de manera distinta según el conflicto del que se trate. Pero vamos progresando, por lo menos ya está asentada. Somos depositarios de la Convención Interamericana contra la Corrupción. Mi amigo Jorge García, que lleva el mecanismo de verificación de esa Convención, está aquí y podrá informarnos sobre esta materia en el taller que le corresponda. Somos depositarios también de un conjunto de instrumentos que hemos desarrollado los últimos años a través de las reuniones de ministros de Justicia de las Américas para mejorar las condiciones del proceso de extradición, la velocidad del traspaso de información, y la cooperación en materias de delito, que se hace cada vez más trasnacional. Somos depositarios, ya lo he dicho, de toda nuestra tradición en materia de derechos humanos, y también cooperamos en este tema a través de nuestro Centro de Justicia de las Américas. Entiendo que el Presidente y Director del SEJA también está acá, y espero que tenga la oportunidad de dirigirse a ustedes en alguno de los talleres, que es el instrumento con el cual intentamos cooperar a la reforma del Poder Judicial de nuestra región.

Todos esos temas, Señor Presidente, caben de manera muy precisa dentro del concepto que ustedes han dado a esta reunión; pero quiero concluir diciendo algo que es la razón fundamental que tenemos para estar aquí. Ya tuve oportunidad de decírselo al Presidente cuando estuvo en Washington. La principal aspiración de la Organización de los Estados Americanos es, precisamente, constituir una organización de Estados. Alguien ha dicho que se trata de una organización de gobiernos, pero de acuerdo a las definiciones más recientes sobre gobierno, incluso así esto no sería del todo cierto. El gobierno está formado por las tres ramas independientes de cualquier Estado moderno; el Poder Ejecutivo, el Legislativo, y el Judicial. Sin embargo, hacia el exterior, la representación política de los Estados la ejercen los poderes ejecutivos. Eso no significa que, en nuestra voluntad integradora para el hemisferio, no aspiremos a tener y apoyar de la mejor manera posible la acción de los otros poderes del Estado de nuestros países. Yo he propuesto, hace tres años, que para recurrir a la Carta Democrática Interamericana no solamente se faculte a los gobiernos, es decir a los poderes ejecutivos, sino que también los poderes judiciales y los parlamentos puedan hacer ver temas que consideren importantes para la democracia en el hemisferio. En otras palabras, lo que nos guía aquí es una voluntad de cooperación, y de cooperación con ustedes. Nuestra convicción de que muchos de los problemas que tenemos de gobernabilidad, muchos de los problemas que tenemos de Estado de Derecho, y que van mas allá de un solo país, pueden ser resueltos también a través del diálogo horizontal entre los poderes del Estado, por lo que muchas veces hemos echado de menos durante estos años una mejor integración y una mayor relación entre poderes judiciales y entre parlamentos. Saludamos con entusiasmo entonces esta reunión, les deseamos mucho éxito, les ofrecemos nuestra cooperación, y esperamos que ella se repita de manera regular y sostenida para el beneficio de todas nuestras repúblicas y de todas nuestras Américas.

Muchas gracias