Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
PROMOVIENDO LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA Y ÁFRICA ENCUENTRO OEA-UNIÓN AFRICANA

11 de julio de 2007 - Washington, DC


Hemos escuchado esta mañana importantes conceptos de parte del Presidente Alpha Oumar Konaré, describiendo la situación de su continente, ese enorme continente que puede y tiene la potencialidad de ser el nuevo mercado del mundo, uno de los más grandes mercados de la tierra que tiene problemas y progresos. Ayer conocimos un informe del Banco Mundial sobre la gobernabilidad, y los índices han mejorado en muchas regiones del mundo, pero en África más que en ningún otro continente. Creo que es importante destacar esto como una gota de optimismo de lo que comenzamos a ver.

Nosotros estamos interesados y entusiasmados en promover en conjunto la mayor parte de los valores que el Presidente Konaré ha señalado, y creemos que podemos intercambiar experiencias en torno a los grandes temas que enfrentan nuestras democracias; primero, para ser democráticos realmente, y luego, para seguir siéndolo ante tantas dificultades de crecimientos económico, de hambre, de miseria, de enfermedad, de guerra, de conflicto. La democracia no es patrimonio de los países desarrollados, aunque es cierto que es más fácil tener democracia cuando no hay tanta pobreza, tanta miseria ni tanto atraso.

Nosotros hemos tenido una experiencia positiva en los últimos años. No podemos negar que América hoy es mucho más democrática que hace veinticinco años, y eso es algo innegable que a veces tendemos a olvidar cuando magnificamos algunos de nuestros problemas. Y no estoy hablando solamente de las elecciones. Están aquí representantes de la sociedad civil. En nuestra Asamblea General recibimos más de 150 delegaciones de la sociedad civil entre las muchas que hay en América Latina, donde algunos países tienen más problemas que otros. Pero cómo ha crecido nuestra región, cómo se ha desarrollado ese mundo en los últimos veinte años de fortalecimiento democrático, cómo ha progresado la calidad en nuestros sistemas electorales. Tenemos problemas con el financiamiento de las elecciones, que son cada vez más complejos en nuestros países; hay mucha desigualdad en la posibilidad de acceso al poder de las personas, pero también hemos tenido progresos.

América Latina y el Caribe son democracias jóvenes, y cuando hablamos de la Carta Democrática Interamericana tenemos que partir explicándola a partir de nuestra propia experiencia, porque no fue escrita por un par de personas en unos pocos días; fue desarrollada durante mucho tiempo en medio de condiciones mucho más difíciles que las que tenemos hoy. Y la Declaración de Santiago, que inicia el proceso que llega hasta la Carta Democrática Interamericana, se produce al terminar las dictaduras en la mayor parte de los países de América del Sur y al concluir las guerras civiles en los países de América Central. Esas dos corrientes democratizadoras se reúnen con la que viene del Caribe, donde también se vivieron episodios dictatoriales, aunque menores, para fundirnos en un conjunto de principios en los cuales todos creemos intensamente.

Nuestra Carta Democrática es muy exigente -como lo he dicho esta mañana- y la primera exigencia se refleja en lo que ha dicho el Presidente Konaré. El Artículo 1° de nuestra Carta Democrática Interamericana dice que los pueblos tienen derecho a la democracia. No es un regalo, no es una concesión, los pueblos han luchado mucho por ella y continúan luchando por ella, quieren ganarse la democracia, tienen derecho a ella. Ese derecho no solamente se expresa cada cierto tiempo en elegir y ser elegidos, se expresa también en que las personas que se eligen y son elegidos son representantes del pueblo, porque la forma democrática de gobierno no genera tanto autoridades como representantes, personas que tienen que representar a la gente; eso está consagrado en nuestra Carta.

Representarla en conformidad con leyes, con normas, con el estado de derecho, en regímenes constitucionales, con participación, todo eso agrega nuestra Carta Democrática Interamericana como base de la institucionalidad electoral, para hablar después de otro aspecto, que es el ciudadano. El antiguo contrato social, en el cual el individuo entregaba una cuota de su libertad a la autoridad y se subordinaba a ella a cambio de seguridad, hoy no es lo esencial. Lo esencial hoy en el nuevo contrato social es que el individuo entrega legitimidad al gobierno a cambio de ejercer plenamente su ciudadanía. Repúblicas de ciudadanos es lo que queremos tener, no autoridades autogeneradas, iluminadas, sino repúblicas de leyes y repúblicas de ciudadanos; ése es el propósito de nuestra Carta.

Pero claro, como todas las cosas en este mundo, eso tiene problemas, no tenemos democracias perfectas, y quisiera referirme a algunas de las principales dificultades que enfrenta nuestra región para, efectivamente, responder a esos ideales democráticos que están plasmados en la Carta, y que no conseguiremos de un día para otro pero sobre la cual vamos avanzando.

En primer lugar, creo importante recordar que en los últimos años nuestra región ha tenido, en general y en la mayor parte de los países, un crecimiento relativamente bajo. A diferencia de otras regiones del mundo, a diferencia de lo que vemos en algunos lugares del Asia, América Latina y el Caribe fue la región que menos creció en los últimos veinticinco años, y eso provoca dificultades. Pero estamos consiguiendo superarlo; los últimos cuatro años han sido buenos en crecimiento económico en América Latina, y cómo no va a ser entusiasmante para estas democracias estar creciendo. Sin embargo, mucha de nuestra gente piensa o se pregunta si esta vez este crecimiento económico va a durar y, lo que es más delicado, si sus beneficios van a llegar a todas las personas. Porque nuestro segundo gran problema, el más fuerte, el más duro, el más doloroso, es el problema de la pobreza y la desigualdad.

Este no es un continente pobre en el mismo sentido que decía el Presidente Konaré; es un continente que tiene mucha riqueza y no tiene condiciones de subdesarrollo extremas, el ingreso per capita de América Latina y el Caribe es un poco menos que el ingreso promedio mundial. No somos un continente tan pobre como injusto; tenemos los niveles de desigualdad más grandes que existen sobre la tierra, donde hay países en los cuales los sectores más pobres de la población, el 20 por ciento más pobre, lleva a su hogar cerca del 2 por ciento del ingreso nacional, y donde la riqueza se sigue acumulando en algunos pocos, donde los problemas de pobreza y discriminación respecto de minorías son muy serios, problemas que también estamos enfrentando.

Igual como enfrentamos los problemas de la violencia; no la violencia de la guerra, porque si bien existe uno que otro conflicto por ahí, afortunadamente no tenemos guerras ni internas ni entre países desde hace muchas décadas. Pero en las Américas tenemos problemas de crimen como en ninguna otra región del mundo. No podemos estar orgullos, por lo tanto, de nuestro record en materia de violencia delictual, aunque las estadísticas agregadas -como no tenemos guerra- muestran que comparativamente menos personas en esta región sufren muertes violentas que en otras partes del planeta. Pero tenemos las tasas de homicidio más elevadas del mundo, y tres cuartas partes de las personas secuestradas a nivel mundial lo han sido en América Latina y el Caribe.

Tenemos entonces serios problemas y nuestras democracias tienen que ser capaces de solucionarlos. Y aquí voy a lo que, a mi juicio, es el nudo central del asunto, que tiene que ver con muchas de las cosas que ustedes habrán escuchado de América Latina y el Caribe en el último período: situaciones de tensión, dificultades, conflictos, problemas ideológicos. Pero lo que hay, en rigor, es una debilidad importante en nuestra institucionalidad estatal.

Como la mayor parte de los Estados del mundo en desarrollo, tenemos Estados débiles, instituciones débiles que muchas veces sufren la exigencia de tener que hacer un gran esfuerzo para mejorar la condición de vida de sus ciudadanos, pero carecen muchas veces de las capacidades institucionales para hacerlo. Cuando me preguntan por las inestabilidad en América Latina y el riesgo de vuelta atrás en materia de democracia, digo que el riesgo principal está en esto: el pueblo elige a sus gobernantes, sus gobernantes están dotados de legitimidad, son gobernantes fuertes, son gobernantes legítimos, pero se encuentran con los inmensos problemas de la pobreza, de la desigualdad, de la enfermedad y de la injusticia. Y la combinación de instituciones débiles y gobernantes fuertes nunca es una combinación estable, siempre será difícil.

El gran desafío en la democracia no es solamente elegir gobiernos, sino darles instrumentos para que puedan gobernar, dotarlos de instituciones o generar instituciones a través de las cuales el ejercicio del poder del gobierno pueda ser permanente, y en función de eso ir configurando estas democracias, que no solamente queremos que sean de origen sino también de ejercicio. Y que a la gente le signifiquen algo. Los que creemos en la democracia estamos obligados a trabajar para que ella signifique algo en la vida de nuestros ciudadanos. La política no es un puro ejercicio de ideas, no es un puro ejercicio ideológico; lo esencial es que tenga resultados benéficos para la gente a la cual se gobierna. Y eso no se logra solamente con elecciones; más bien ellas desencadenan una cierta esperanza.

Si miramos las encuestas sobre democracia en América latina en los últimos dos años, veremos que hay un repunte de la esperanza de la democracia en América Latina y en el Caribe. La gente cree en la democracia; tenemos muchas elecciones y hay una cierta esperanza en eso, pero además quieren mejorar su condición. Exigen de sus gobiernos, como nunca, que estas democracias en las que viven mejoren sus condiciones de vida. Y mejorarlas significa necesariamente enfrentar los otros aspectos de la Carta Democrática Interamericana: la república de leyes, la calidad de gobierno, la eficiencia del servicio público, los problemas de la corrupción, y también los problemas que se han mencionado en materia de la integración de relación interna entre los países.

América Latina empezó a hablar de integración al mismo tiempo que Europa, y luego vino la incorporación de los países del Caribe; allí hay un esfuerzo importante en materia de integración, pero reconozcamos que no hemos llegado hasta donde nos proponíamos en este tema. Todavía comerciamos poco entre nosotros; dependemos mucho de vínculos hacia los países desarrollados pero tenemos una escasa inserción en los mercados mundiales, tenemos problemas económicos y comerciales esenciales entre nosotros. Naturalmente no somos tantos como los africanos, pero en América Latina y el Caribe sumamos 600 millones de habitantes que, integrados, podríamos hacer un esfuerzo mucho mayor. Además tenemos cosas parecidas: nos parecemos mucho más entre nosotros que otros pueblos que se han integrado. Ciertamente, entre un habitante del norte y otro del sur de América hay mucho menos diferencia que entre uno del norte y otro del sur de Europa. Sin embargo, no hemos avanzado suficientemente en los procesos de integración.

Cuando miramos la realidad de nuestras democracias, tenemos que reconocer que hemos progresado en los últimos años, pero tenemos que reconocer también que hemos progresado mucho más en el origen de la democracia que en el ejercicio de ella. El fortalecimiento de nuestras repúblicas democráticas es algo que tenemos que profundizar mucho más. Tenemos una Carta Democrática Interamericana; y quiero valorarla, lo digo con toda sinceridad. Es cierto que muchos dicen que no permite actuar todas las veces que uno quiere, no es un tratado, nadie está absolutamente obligado por ella, pero es el principal instrumento jurídico que tenemos, porque se plasman allí los consensos del mundo americano en torno a lo que, en esencia, es la democracia. Es fascinante cómo de pronto tenemos discusiones entre nosotros y cada uno interpreta la Carta Democrática Interamericana, pero nadie dice: “La Carta a mí no me obliga, no me afecta”; todos decimos en cambio: “En función de la Carta Democrática Interamericana, exijo esto”; eso es un progreso muy grande.

Tenemos que hacer tres cosas con la Carta Democrática Interamericana. Primero, usarla como instrumento de promoción de la democracia. Tenemos un interesante programa que estamos desarrollando de “Practicantes de la Democracia”, que es la idea de proporcionar a los países asesoría técnica para fortalecer sus instituciones estatales. Segundo, tenemos que defender nuestra democracia cuando es amenazada, pero tenemos que hacerlo con el máximo de prudencia, porque la Carta Democrática Interamericana está basada en una historia y, precisamente por eso, tiene una cantidad importante de salvaguardias respecto de cuándo es posible que un país se meta en los asuntos de otros, porque ya vivimos mucho de eso. Tuve la oportunidad de explicarle ayer al Presidente Konaré que nosotros tenemos algunos países enormes desde el punto de vista de la riqueza y del tamaño, y algunos muy pequeños, entonces cuando existen grandes desigualdades en los temas de la soberanía y de la autonomía, estos son temas importantes para nuestros miembros; lo cual no significa que no tengamos que actuar con fuerza y unidad cuando la democracia está efectiva y masivamente amenazada en algunos países.

Debemos preocuparnos de nuestros problemas, y por eso tantos de nuestros países participan en resolver los problemas de nuestra hermana y querida República de Haití. Hemos progresado también en eso, pero tenemos que asignarlo a este nuevo período que vivimos. Y, por último, promoverla y defenderla, pero sobre todo ampliarla. Ampliar la democracia significa incluir a más ciudadanos, significa enfrentar los problemas de la ciudadanía social. La ciudadanía social significa no solamente que cada ciudadano tiene derecho a votar, hablar y organizarse; si no también a formar parte de ese valor que usted repitió varias veces en su intervención, y que yo recojo como el leitmotiv de nuestra asociación: esto es, la solidaridad.

Para nosotros la palabra “democracia social” significa el pleno ejercicio de la solidaridad dentro de las naciones y entre las naciones. Vemos con amargura cómo en muchas ocasiones, cuando en el mundo hablamos por ejemplo de temas de comercio, de temas que ayudan al desarrollo, este gran valor de la solidaridad parece ir a perdida. Hasta el más rico se pregunta qué beneficio va a obtener antes de encontrar o de buscar una negociación con el más pobre. Las metas en materia de ayuda al desarrollo se fijan año a año; hace unos días leía una lista interminable de ocasiones en que se habían reunido las naciones del mundo para decir qué es lo que van a conseguir en los próximos diez, veinte, treinta años; invariablemente, nos reunimos años después y esas metas no se han cumplido.

Si nosotros no somos capaces de promover esa democracia social, esa ciudadanía social, esa solidaridad, podremos comparar notas e intercambiar textos acerca de cómo hacemos las cosas en una parte o en otra, pero no habremos ido al corazón de nuestro problema, cual es el hecho de que en este mundo de maravillas, de inventos, de progresos inmensos, en este mundo de más de seis mil millones de habitantes, quedan todavía más de dos mil millones de pobres y cantidades similares de gente que no tienen acceso a agua potable, a alcantarillado, a los mínimos servicios sanitarios.

Es hora de que, en conjunto, enfrentemos ese problema, y la herramienta tiene solamente un nombre: es el concepto de solidaridad; solidaridad entre nuestros pueblos para exigir que en el mundo estas condiciones, a las cuales tiene hoy acceso la humanidad, estén mejor repartidas. Conocer bien nuestra historia, saber bien por qué hemos tenido nuestros problemas, saber bien por dónde han sido provocados esos problemas, y unirnos para que este siglo sea efectivamente el siglo de los que han sido postergados a lo largo de tantos siglos anteriores de nuestra historia.

Muchas gracias