Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CONSEJO DE RELACIONES EXTERIORES. DEPARTAMENTO DE ESTADO

13 de mayo de 2009 - Washington, DC


Gracias por brindarme la oportunidad de participar en la conferencia anual de este prestigioso foro. Actualmente las Américas enfrentan una serie de retos y oportunidades que seguramente, como suele ocurrir, vuestras deliberaciones ayudarán a marcar el rumbo a seguir. Creo que la nueva administración del Presidente Barack Obama también está definiendo un momento para las relaciones interamericanas y que, si logramos avanzar juntos en un nuevo camino de entendimiento y cooperación, la comunidad de las Américas saldrá enormemente fortalecida.

La Quinta Cumbre de las Américas que tuvo lugar en Trinidad y Tobago fue, ciertamente, un gran comienzo. Mucho se ha dicho de esta reunión que no voy a repetir ahora. En síntesis, el clima de la reunión fue amigable, todos los temas se discutieron con franqueza y en profundidad, se trataron todos los puntos del temario, y hubo importantes resoluciones y mandatos muy claros que indican el camino hacia el futuro.

Por supuesto, mucho de esto fue gracias al Presidente Obama, que fue a Puerto España con una verdadera actitud multilateral, participativa, bien informada y sincera. Llevó un mensaje de cooperación y los líderes creyeron en él.

Pero en esto no fue el único. El Presidente de la Cumbre, el Primer Ministro de Trinidad y Tobago Patrick Manning, aportó su liderazgo a los debates, que no siempre fueron sencillos, y encontró avenidas para avanzar en cada uno de los temas. Y todos los líderes de las Américas (esta fue la primera Cumbre compuesta solamente de líderes electos) cumplieron su función y brindaron su contribución.

¿Qué es lo que debemos interpretar de este éxito? ¿Que después de años de relaciones distantes, todo ha vuelto a la normalidad? ¿Qué de pronto y fácilmente las recriminaciones y la falta de confianza han dejado lugar a una atmósfera de cooperación y entendimiento? ¿Realmente anhelamos una nueva era en las relaciones interamericanas?

Si es cierto que Puerto España indica un nuevo comienzo —una afirmación con la que estoy de acuerdo— entonces es importante que entendamos claramente la situación actual de las relaciones interamericanas.

Es muy fácil atribuir todos los problemas que existieron antes de Obama al “abandono”. Fácil, pero erróneo: en primer lugar porque no hubo tal abandono, y utilizar esta palabra es injusto para las personas que estuvieron a cargo de la formulación de políticas, especialmente en los últimos tres o cuatro años, e hicieron un excelente trabajo en acercarse a América Latina.

El verdadero problema, desde mi punto de vista, es que en los últimos años Estados Unidos y América Latina caminaron en direcciones diferentes, sin un diálogo efectivo y sin un entendimiento mutuo de adónde se dirigían. Estados Unidos retornó a un unilateralismo exagerado, incluso antes de Irak, en el que la palabra clave era liderazgo y no cooperación. La noción de “coalición de los voluntarios” formulada durante los meses que precedieron a la invasión de Irak fue muy reveladora en este sentido: Estados Unidos lideraría el camino de los que quisieran seguirlo. Durante un tiempo, muchos parecieron dispuestos a hacerlo, pero a medida que se hizo más difícil manejar los conflictos, los aliados comenzaron a alejarse, no porque no compartieran algunos de los objetivos, sino porque no compartían las políticas y no se sentían incluidos en las decisiones.

En América Latina y el Caribe las políticas de unilateralismo nunca fueron populares. La mayoría de los países rechazaron la invasión a Irak (solamente dos países de Centroamérica se unieron a la “coalición de los voluntarios”), se opusieron a ella en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, e incluso sostuvieron esta postura durante el período inicial de progreso. Esto no tuvo muchos efectos prácticos ya que las relaciones regionales se desarrollaron normalmente. Pero creo tener razón en decir que el gobierno del Presidente Bush no fue popular en América Latina: se lo vio como separado de nuestros problemas y nuestros intereses. Algunos podrían decir que esto es injusto, porque el Presidente viajó con frecuencia a América Latina, se suscribieron acuerdos de libre comercio y hubo dos Cumbres durante su gobierno. Pero lo que no hubo fue un verdadero diálogo. Hubo políticas estadounidenses, algunas de ellas más aceptables que otras, pero pocas instancias de cooperación o acuerdos alcanzados sobre políticas comunes.

Como resultado, Estados Unidos parecía más alejado de América Latina. Pero la región no se quejó, porque allí también estaban ocurriendo cosas nuevas.

América Latina estaba lista para un período de cambio, luego de los problemas que enfrentó en los años ochenta y noventa. No es fácil describir esos tiempos sin hacer referencia a sus enormes contradicciones. Por un lado, floreció la democracia: desaparecieron los dictadores del sur y las guerras centroamericanas y la democracia comenzó a echar raíces. Pero por el otro, el crecimiento económico pareció ralentizarse, no solamente en la “década perdida” de los ochenta, sino también en los noventa. Durante esas décadas, América Latina y el Caribe fue la región que menos creció en todo el mundo, y eso también se sintió en la condición de los pobres. Para 2002, el porcentaje de latinoamericanos que vivía en la pobreza aún superaba la cifra de 1980. También creció la desigualdad, no solamente en el ingreso, sino también en una inestable coexistencia dentro de los países entre las sociedades modernizadas y las retrasadas. En aquellos años pasaron muchas cosas positivas en términos de reforma económica: sociedades más abiertas, libre comercio, inversión extranjera, etc. Pero esos logros, que fueron muy festejados en el norte, no trajeron prosperidad a muchos en América Latina y el Caribe.

En ese contexto, América Latina y el Caribe estaban listos para encarar un rumbo diferente, sino divergente, del de Estados Unidos. Emergiendo de aquellas malas décadas, durante las cuales, a pesar de todo, prevaleció la democracia, aunque en promedio los gobiernos duraron menos de lo esperado, es comprensible que la mayoría de los gobiernos latinoamericanos y caribeños, y no solamente los que son catalogados de izquierdistas, eligieran su propio camino.

A comienzos del nuevo siglo, una sorprendente mayoría de los países de la región optaron por políticas de cambio más o menos radicales y tendieron a adoptaron visiones críticas de las políticas económicas liberales que Estados Unidos siguió patrocinando, a culpar al neoliberalismo por los males de las décadas anteriores, y a proclamar la noción de que este continente puede no ser tan pobre como otros, pero es con creces el más injusto del mundo. También adoptaron nuevas políticas cuyo punto común era, aunque sin abandonar el mercado, una búsqueda de más regulación y mayor intervención por parte del Estado.

En este nuevo contexto, también es comprensible que los gobiernos de la región no pudieran sentirse identificados con propuestas que exigían subordinación como resultado de los conflictos o las confrontaciones globales contra los “ejes”, a los que se les atribuían perversos atributos que simplemente no podían percibir o que no tenían ninguna relación con sus propios problemas.

El deterioro de las relaciones hemisféricas no fue simplemente una cuestión de políticas; también fue consecuencia de una pérdida de visiones y cosmovisiones comunes. De hecho, las políticas continuaron, porque había poco diálogo entre algunas partes del continente. Un ejemplo que he dado varias veces estos días puede ayudar a aclarar este punto. La primera Asamblea General de la OEA a la que asistí como Secretario General fue en Fort Lauderdale en junio de 2005. En la inauguración, como se esperaba en el corazón del sur de la Florida, tanto el Presidente Bush como la Secretaria de Estado Condoleezza Rice hablaron en contra de la situación de Cuba y la necesidad de fortalecer las sanciones contra ese país. Pero durante el resto de la Asamblea no se hizo ninguna otra mención de Cuba. De hecho, la situación de la única república americana que no está activa en la OEA desde 1962 nunca se ha discutido, ni siquiera se ha mencionado, en las últimas diez o doce Asambleas de la Organización de los Estados Americanos.

Es posible que esta distancia en nuestras cosmovisiones también sea una de las razones por las cuales en América Latina se han vuelto a poner de moda lo que Fernando Henrique Cardoso llama “utopías regresivas”, y que con ellas, los sentimientos antiestadounidenses han resurgido en la región.

Pero como se ha demostrado en Puerto España, nada de esto es insuperable o difícil de abordar, y es cuestión de un cambio de actitud. La Cumbre de las Américas demostró que si adoptamos una postura de compromiso y alianza y dejamos de lado las tentaciones unilaterales, es posible suavizar hasta las posiciones más duras. Los líderes latinoamericanos y caribeños quieren llevarse bien con Estados Unidos. Pero ellos también han cambiado mucho, y esperan que sus visiones se incorporen en la nueva etapa. No es que la región sea ahora más hostil, pero se ha distanciado de Estados Unidos y podría distanciarse aún más si no se cumple la promesa de un nuevo comienzo.

Cuando miramos los resultados de Puerto España, podemos verlos de dos maneras. En
primer lugar, finalmente hemos logrado acordar una agenda común, que comprende siete u ocho temas que son hemisféricos por naturaleza y que incluyen cooperación económica y comercio, cooperación en energía, cambio climático, pobreza y los Objetivos del Milenio, migración, delincuencia y narcotráfico, todo esto en el contexto de un compromiso común con la democracia y los derechos humanos. Incluso nos pusimos de acuerdo en algunas tareas muy concretas que deberíamos poder llevar a cabo en los próximos meses.

Pero la pregunta que aún sigue siendo amplia en alcance y contenido se origina en una frase del Presidente de Estados Unidos: No quiero hacer política para ustedes, sino con ustedes. Algunas frases suelen ser pegadizas y muchos latinoamericanos tienden a aprendérselas. Cuando el Presidente Reagan dijo que “el gobierno es parte de problema y no parte de la solución”, muchos economistas y líderes latinoamericanos sintieron que habían encontrado la llave mágica para el desarrollo, y la practicaron con gran devoción. Ahora muchos están esperando ver lo que realmente significa “con ustedes y no para ustedes”.

Yo creo que los líderes latinoamericanos se fueron de Puerto España con esperanza y optimismo. El Presidente fue sincero cuando dijo que Estados Unidos iba a escuchar, participar y buscar acuerdos en políticas comunes. Ellos están listos para actuar, probablemente algunos con más fe que otros. Es esencial que comencemos a trabajar y a cumplir las promesas pronto.

En conclusión, no puede decirse que las relaciones hemisféricas ya han experimentado un cambio de dirección radical. Sin embargo, la suma de gestos de los primeros días del mandato de Obama, que culminaron en la Cumbre de Trinidad y Tobago, es suficiente para sugerir que ya ha comenzado un cambio en esa dirección. Por lo tanto, puede decirse con optimismo que estamos en el umbral de una nueva era de las relaciones interamericanas. Un era en la cual, como he dicho antes, los consensos nacionales y multilaterales son esenciales si hemos de abordar algunos de los problemas más críticos del presente.