Agradezco mucho esta oportunidad para hablarles de algunos de los temas que están hoy día presentes en la región. Cuando hablamos del Bicentenario, de lo que estamos hablando es de una nueva oportunidad para América Latina.
El Bicentenario es el momento en que podemos reflexionar sobre todo lo que ha ocurrido en los últimos cien años. Pero también podemos aprovecharlo para visualizar lo que puede ir ocurriendo en el tercer siglo de independencia de nuestros países. Para esto, voy a dar solamente cinco pinceladas.
La primera surge de una experiencia personal. Hace algunos años –como ustedes saben- yo era Ministro del caballero que está presidiendo esta mesa, y él me puso a cargo de la Comisión Bicentenario, cosa que yo consideré un gran desafío, sobre todo porque él sabe mucho más de nuestra historia que yo. Pero me puse a leer; leí hartas cosas; primero, para saber cómo era Chile en el Centenario. Descubrí una cosa anecdótica, y fue que Chile era el único país que había tenido cuatro Presidentes en un mismo año, no por razón de inestabilidad política sino porque el primero falleció, su sucesor quería postular, el tercero administró su período electoral, y el cuarto asumió la presidencia a fin de año. Y a pesar de esto, lo que me llamó la atención sin embargo fue una cosa que los historiadores chilenos comentan más de lo que nosotros decimos públicamente. El rasgo que más recuerdan algunos historiadores chilenos respecto del Centenario, es la inmensa pobreza en que vivía la enorme mayoría de los chilenos. Puede parecer extraño, pero precisamente lo digo porque es un hecho establecido en la historia y del cual se habla poco. Es un hecho raro, además, porque este era un país donde se construían importantes obras públicas y que había conquistado 30 años antes una enorme cantidad de riqueza, lo que le permitía –como decía el presidente Lagos en la inauguración- tener un ingreso per cápita envidiable.
Ahora bien, creo que hay muchas razones para esto, pero probablemente una muy importante es que las fuerzas modernizadoras que estaban detrás del gran crecimiento económico del país, y que habían convertido a Chile de lejos en el mayor exportador de fertilizantes del mundo –fuerzas que fueron derrotadas por la oligarquía conservadora tradicional en la revolución de 1891, una guerra civil que costó a Chile más vidas que la Guerra del Pacifico- constituían el ímpetu de progreso y la posibilidad de garantizar que los recursos de las riquezas naturales –que el país ya había conquistado- contribuyeran a la gran empresa modernizadora y al desarrollo de la sociedad.
Desgraciadamente la catástrofe vino muy pocos años después; no hubo oportunidad de que el país se rehiciera ni retomara un camino de desarrollo como el que habría podido tener con las riquezas que estaban allí, a finales del siglo y comienzos de la primera década, porque si Chile antes de 1910 exportaba más del 80 por ciento de los fertilizantes del mundo, apenas diez años después exportaba sólo el 15 por ciento. Antes de la Primera Guerra Mundial, ya la industria alemana desarrollaba los fertilizantes químicos y, por lo tanto, los grandes depósitos y las grandes riquezas de salitre y guano de los cuales obtenía su renta el país, se transformaron en la nada misma. El país quedó entonces, y por un tiempo importante, sin su principal fuente de ingresos; sin embargo, mantenía un nivel de desarrollo interesante, todavía con exportaciones de salitre y una crisis social declarada. Fueron períodos de gran inestabilidad, y Chile de alguna manera vivió su propia crisis una década y media antes del crack del ’29, aunque también fue golpeado por la crisis del ’29. Todo ese período indica entonces que Chile era un país que tenía la oportunidad de alcanzar un nivel de desarrollo mayor gracias a las riquezas de que disponía, tenía la oportunidad de hacerlo, pero había quedado retrasado respecto de lo que se podía esperar. Esa fue la primera oportunidad perdida.
La segunda oportunidad perdida, de alguna manera, sobrevino durante el período que se inició con el fin de la Segunda Guerra Mundial, y en el cual la CEPAL tuvo un papel fundamental. Efectivamente, ese es un período en el que Chile inicia un proceso de crecimiento económico interesante e importante, algo que ya venía perfilándose desde fines de los ‘30 y comienzos de los ‘40, a lo largo de la guerra y de todo el período inmediatamente posterior. El desarrollo de la industria nacional se hizo entonces política de Estado, promovida más allá del signo de los gobiernos, fueran éstos más o menos conservadores. Las primeras grandes industrias chilenas, con un par de excepciones, y la apertura en muchas áreas de desarrollo, fueron fundamentalmente parte de la acción del Estado a través de la Corporación de Fomento de la Producción.
El período de desarrollo hacia adentro fue bueno para la historia de Chile, y probablemente lo que ocurrió al final de ese período tuvo que ver más con fracasos políticos que con fracasos económicos. Creo que es importante reconocer –sobre esto pienso igual que Julio- que la guerra civil tuvo mucho que ver con algunas cosas que pasaron, pero las principales culpas fueron nuestras, como la total incapacidad para buscar acuerdos y alcanzar un consenso amplio con importantes sectores de centro, entre la clase media que ya existía y el sector popular que venía en ascenso, por así decirlo, reclamando y exigiendo un mejoramiento de sus condiciones de vida después de años de pauperización -yo empecé en la política en los años ’60; hice mis primeras armas en las tomas de terreno en los alrededores de Santiago, donde literalmente cientos de miles de campesinos empobrecidos venían a la ciudad a buscarse una casa, un hogar-. Pero también había, en ese momento, condiciones para que esto fuera garantizado a través de políticas de Estado, y eso se hizo, aunque tal vez de manera insuficiente. Nos farreamos esa oportunidad y eso nos condujo, finalmente, a alinearnos entre los países que, en lugar de dar el salto hacia adelante con una alianza amplia de sectores progresistas, populares y democráticos, retrocedía hacia una de las peores dictaduras de seguridad nacional que existieron en América del Sur. No tenemos que olvidarlo cuando hablamos de la historia de América del Sur, porque esas cosas las compartieron Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, y Perú, en alguna medida, con una dictadura algo más progresista sin duda, pero el hecho es que las dictaduras de seguridad nacional marcaron más de dos décadas de nuestra historia.
Otra oportunidad perdida entonces fue la que creó el gran proceso de industrialización posterior a la Segunda Guerra Mundial, proceso político rico pero infecundo. Creo que aprendimos la lección, y creo que es claro, al hacer el tercer pincelazo, que no deberíamos dejar, ni siquiera por pudor, de referirnos aquí al enorme progreso que nuestro país tuvo en la última parte del siglo XX y comienzos del nuevo siglo. Mal que mal, veinte años son la quinta parte del Centenario que estamos comentando, y en esa quinta parte el país obtuvo un progreso que lo ha llevado a tener uno de los mayores desarrollos de la región. Un progreso no solamente en lo económico, no solamente en el ingreso, que no se mide solamente en el ingreso per capita sino que también se mide en el desarrollo de la infraestructura, en el crecimiento -bien o mal- de los sistemas educativos, en el desarrollo de los sistemas de salud, factores todos que sin duda nos han puesto como uno de los países del sur de América Latina mejor posicionados para aprovechar las nuevas oportunidades que se nos abren. Económicamente, hoy Chile no está por encima de otros países de América del Sur, pero cuando hacemos el comentario de oportunidades que se nos abren, no cabe duda que este país tiene condiciones para aprovechar una posición ventajosa junto con otros de la región.
El cuarto punto es precisamente éste, el de la oportunidad. Se ha hablado tanto de América Latina en las últimas semanas, sobre todo de América del Sur, y de tan buena manera –uno recuerda las barbaridades que se decían de nosotros unos cuatro o cinco años atrás, sobre el conjunto de la región, donde casi siempre dejaban de lado a algunos países como Chile- que hoy da gusto escuchar los comentarios. Esto es notorio cuando uno lee en The Economist el artículo “The Rise of Latin America,” cuando se revisa el último informe del Banco Mundial que circuló este fin de semana, titulado “El nuevo rostro de América Latina; globalizado, resistente, dinámico,” o cuando se leen comentarios de los “think tanks” del mundo desarrollado. La verdad es que uno se alegra de ver cuánto cambiaron de opinión respecto a nosotros. Yo espero que la próxima vez que cambien de opinión no sean tan duros como lo han sido las veces anteriores. Pero no cabe duda que si miramos la realidad de América Latina y de América del Sur, ha habido un enorme progreso en los últimos años.
Para empezar, consideremos nuestro crecimiento económico: inexistente en la década de los ‘80, anémico en los ‘90, en el 2000 los países de la región terminan creciendo más en esta década que en las dos anteriores juntas, y esto con crisis y todo. En realidad, esto ya se podía decir a fines del 2007. En esos siete años, América Latina -y América del Sur probablemente algo más- ya había crecido más que en las dos décadas anteriores. Luego vino la crisis, pero salimos bien. Ojo, porque las economías de la región bajaron durante la crisis; algunos países tuvieron crecimientos negativos, algunos de América del Sur tuvieron crecimientos mínimos, crecimiento cero. Pero se recuperaron con la misma velocidad con que lo hicieron los ya legendarios tigres asiáticos. Entre los que más rápido se recuperaron estuvieron los nuestros, los países de la región, y eso es ciertamente una cosa fantástica, no nos había pasado nunca, antes éramos los últimos en recuperarnos. Enseguida, si miramos algunas cifras -de las cuales todavía hablan algunos comentaristas- uno se admira de las cosas que han estado pasando. Yo he estado mirando las cifras recientemente y es impresionante constatar hoy día que en el mercado de la deuda, por ejemplo, somos acreedores. Esta región tiene más dinero prestado afuera que la deuda que debe adentro. Estamos hablando de América del Sur, pero el caso aplica también para el conjunto de América Latina, y lo curioso es que en otras áreas somos “deudores netos”, o sea el dinero que entra por inversión es mucho más que el que sale hacia el exterior por el mismo concepto, cosa que antes no pasaba. A muchos de nuestros inversionistas les gustaba también invertir afuera.
Antes estábamos convertidos en exportadores netos de capital y ahora estamos nuevamente convertidos en importadores netos de capital, y eso es otra gran ventaja. Midamos las reservas de nuestros países; el país que tiene la mayor reserva per capita de nuestra región de América del Sur es Bolivia. Claro, es una reserva chiquita porque es un país con una economía pequeña, pero es importante ponerlo de manifiesto, ya que debemos sumarlo al hecho de que las cifras de pobreza fueron mucho mejores de lo que se esperaba con la crisis -hablábamos de la posibilidad de diez millones de pobres nuevos, y llegamos sólo a dos, y en el 2010 ya hemos recuperado el equilibrio-. Esta vez los pobres no se llevaron el peso fundamental de la crisis -nuevamente me remito a los informes del Banco Mundial- e incluso hay algunos países de América del Sur en que a los pobres les fue mejor que a los otros sectores de la sociedad; la pobreza ha disminuido y también ha mejorado imperceptiblemente la distribución, aunque debo reconocer que sólo un par de países tienen cifras indicativas interesantes en esto, ya que todavía seguimos entre los 480 o algo por ahí en el Coeficiente Gini –un punto de 480, y no casi 600 como hubo antes-. Pero además se trata de una región con democracia, aunque todavía hay países que tienen dificultades en su democracia. Pero si sumamos esto, ciertamente tenemos una oportunidad. Ahora tenemos una oportunidad con tres “peros”, y no voy a mencionar más porque podría haberlos.
El primer “pero” somos nosotros mismos; nosotros no podemos hacer más. El Estado latinoamericano puede no estar suficientemente preparado para enfrentar esta nueva coyuntura y aprovechar la oportunidad. Los fenómenos de cesarismo y de populismo nos pueden causar alguna dificultad. La falta de apego al Estado de Derecho, la subsistencia de problemas importantes en la separación y equilibrio de poderes, etc., y muchas veces la simple incompetencia que algunos gobiernos pueden demostrar, se suman al tema que hemos discutido largamente en los últimos días -por esto lo menciono-, como es el hecho de que tenemos Estados tremendamente débiles desde el punto de vista de los recursos. Ángel Murria dijo alguna vez que “los latinoamericanos y suramericanos le prometemos a nuestros ciudadanos políticas de salud, de vivienda, de educación, de bienestar como los nórdicos, y cobramos la tercera parte de los impuestos o menos de la tercera parte de los impuestos que ellos cobran”.
El problema fiscal es doble en la región: por una parte no distribuimos y por otra tampoco tenemos suficientes ingresos como para hacer las cosas que nos proponemos hacer. Por lo tanto, el primer problema, el gran problema de Estado, ciertamente, es que si tenemos una oportunidad la aprovechemos con políticas públicas que vayan en esa dirección. Una eficiencia mucho más sustantiva depende una vez más solo de nosotros. Segundo, está el problema de la desigualdad; es difícil construir democracias sólidas como las que queremos construir si mantenemos los niveles de desigualdad que aún existen. Llevada a un cierto extremo, combinada con discriminación, la desigualdad termina siendo un fenómeno “des-democratizador”, por decirlo de alguna manera. Desalienta, pero en esto hemos progresado muy poco. El otro gran fenómeno “des-democratizador” que impera sobre nuestras regiones es el crimen; ante el crimen organizado, el crimen transnacional, estamos mucho peor que antes, y este es un problema que debe ser enfrentado. No es un problema de seguridad como lo tratábamos antes, cuando hacíamos reuniones sobre temas políticos y alguno se dedicaba al tema de seguridad en alguna sala por ahí; este es un tema político central, una amenaza a la política de la región, a su posibilidad de desarrollo. En América del Sur -con todo- la situación no es tan dramática como en América Central y México. Hay países que tienen altas tasas de criminalidad y hay países en los cuales esas tasas son bastante bajas; en Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Perú, son comparables a las tasas de criminalidad de otros países desarrollados en otras regiones del mundo. Pero no hay duda que el crimen organizado va llegando a nuestros países, se va expandiendo, las empresas del crimen no conocen fronteras, y esta es una amenaza que tenemos que enfrentar.
Mi última pincelada tiene que ver con el tema que usted planteó; en primer lugar, debo decir que no me podría declarar suramericano, porque mi mujer y mi hijo me echan de la casa; no nos confundamos en eso.
Tenemos que reconocer los problemas y riesgos que existen hoy en día sobre la condición del latinoamericano; nos divide la economía –querámoslo o no- pero nos une la cultura. Nos unen todas esas cosas que se han dicho aquí, pero nos divide la economía. Yo diría que no es malo que dejemos de pensar como única posibilidad de integración el trazado una sola línea que abarcaría desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, como se decía siempre, y que si no nos integramos de esa forma no vamos a poder construir nada juntos. No se hizo así la integración europea; si los señores que la inventaron hubieran dicho, unámonos desde los Fiordos Finlandeses hasta las Islas Griegas, no hubiera habido Unión Europea. Si hubo Unión Europea, es porque estuvieron dispuestos a hacerlo en un proceso continuo.
Por eso me declaro muy latinoamericano, y no creo que sea una mala idea el MERCOSUR, el grupo Andino, el SICA y el CARICOM. Vamos construyendo donde se puede caminar. Y desde ese punto de vista, mi única pregunta a la UNASUR es: ¿y por qué no un acuerdo económico?
A lo mejor con un mercado común suramericano se podría atraer más gente, se podría presentar una alternativa para que los otros latinoamericanos se interesen, porque cada uno por nuestra cuenta y riesgo no representamos una opción válida.
Por alguna razón, quienes construyeron la UNASUR -que son precisamente los que han dicho algo acá- prefirieron quedarse con el MERCOSUR y el Pacto Andino, y finalmente por lo tanto la integración subregional sudamericana ha retrocedido más que avanzado en la última década. Pero con esa salvedad, yo digo: no caigamos en la facilidad de decir que somos todos uno. Proclamemos que somos todos latinoamericanos, pero reconozcamos los problemas. En este momento nos separa la economía, y eso no es un tema menor para la integración de la región.
Muchas gracias.