Quisiera iniciar mis palabras diciendo que en la OEA hemos querido tener una Organización activa, y eso nos ha provocado no pocos problemas.
Cuando hice mi campaña a la reelección en la Secretaría General obtuve una aprobación unánime, aunque entonces no dejaron de haber muchas críticas. Por un lado las críticas tenían que ver con Honduras, olvidando las muchas otras cosas donde habíamos estado trabajando, y por otro lado con Cuba, ya que decidimos que era absurdo tener a un país suspendido de la Organización por ser miembro de la alianza chino-soviética y por ser una amenaza para la seguridad del continente. Como Cuba ya no es amenaza para nadie y la alianza chino-soviética se terminó hace muchos años, nos pareció que era razonable levantar la sanción, pero esto provocó la indignación de algunos sectores. Todavía hoy se dice que Cuba fue admitida por la OEA, pero si Cuba quiere volver a la Organización tiene que hacerlo en referencia a la Carta Democrática Interamericana, que es un poco más incomodo que hablar de la alianza chino-soviética.
Hemos desarrollado mucha actividad y eso me pone contento. Estamos en un momento –y aquí empiezo a entrar más en materia- en que la región es bastante más compleja de lo que era antes. Esta es una región que con los años se ha ido autonomizando -sobre todo en la última década-; curiosamente ha ido mejorando su inserción en la economía global. Antes, por ejemplo, en el terreno financiero -advierto que no es mi especialidad, y pido perdón; Jaime, un amigo mío, me acusó una vez de ser un plomero de la economía porque no empleo los términos adecuados, yo soy abogado y politólogo, no soy economista- pero como decía: en el plano financiero ustedes miraban el perfil de América Latina hasta hace no pocos años, y lo que encontraban era un deudor neto en los mercados de crédito, precisamente. Hoy América Latina es un deudor neto en los mercados de crédito, pero también es un deudor neto en los mercados de inversión; diría que lo que entra a América Latina es mucho más de lo que sale. Las colocaciones en el mercado internacional son mayores de lo que América Latina debe o tiene que pagar, y eso es casi inédito.
Todavía dependemos demasiado de los “commodities”, es cierto, pero qué le vamos a hacer; nuestros “commodities” se están vendiendo en el mercado mundial de una manera como hacía tiempo no ocurría. Existen problemas, claro, como los que ocurrieron hace algunos meses atrás en Argentina -esto no va a ser una crítica en todo caso- cuyo gobierno se alarmó en un momento determinado por la cantidad de productos de industria ligera que estaban llegando de China, y decidió entonces poner límites a las importaciones, ante lo cual China replicó poniendo límites a las importaciones de soya argentina. Bueno, detrás llegó India a comprar toda la soya que sobraba en el mercado argentino, entonces no solamente no se afectó el precio sino que incluso aumentó un poco; es decir, hay una situación donde los “commodities” significan un peso importante, y hay que reconocer eso, siempre y cuando haya conciencia de que las economías del mundo desarrollado van más lentas, y que China e India no son inagotables, entonces uno tiene que pensar que el problema tarde o temprano va a llegar. Pero por el momento se disfruta de una muy buena situación económica, sobre todo en los países del sur –eso es cierto- aunque comienza a llegar a todas partes. El único país que no está experimentando en este momento un crecimiento, y que no va a anotar un crecimiento en el 2010, es Venezuela, pero esto es de antes, porque en los primeros ocho años de la década, América Latina creció más que en las dos décadas anteriores; es decir, la década del 2000 es más que la década de los ‘80 y los ‘90 sumadas. Es un crecimiento asiático, por decirlo de alguna manera, no chino sino asiático; sí, pero, comparado con la realidad de América Latina en las dos décadas anteriores, sin duda que es un crecimiento muy bueno; y en segundo lugar, salimos rápidamente de la crisis, porque generalmente éramos los últimos en superarlas y ahora lo hicimos al mismo tiempo que las economías asiáticas.
No nos engañemos: la crisis golpeó a América Latina, y que no nos cuenten cuentos. Ciertamente en México golpeó más fuerte, pero el promedio en América Latina es siete por ciento de caída del producto en el 2009, con un rápido repunte en 2010, y eso de alguna manera hace ver en el mundo que América Latina aprendió las lecciones de las crisis anteriores: tiene políticas macroeconómicas más sanas, políticas monetarias más prudentes y, por mucho que se hable, por mucho que la retórica a veces exceda lo que uno quisiera, la realidad de todos –siendo Venezuela nuevamente la excepción- muestra un manejo extraordinariamente prudente de las economías de América Latina. Como ejemplo, bastaría decir que el país que tiene las mayores reservas en relación a su producto es Bolivia. Diría que Bolivia tiene hoy la mayor reserva en divisas para un país con una economía chiquita; es una economía todavía muy débil y está entre las pobres de América Latina, pero es interesante constatar que, más allá de toda la retórica, quienes manejan las finanzas públicas en Bolivia han sabido aprovechar los buenos años de los “commodities” para construir una reserva como no habían tenido nunca.
Atravesamos un buen momento en la región, no cabe duda de eso. No digo que sea al nivel de este informe del Banco Mundial que me cayó en las manos el día antes de salir; se llama “The New Face of Latin America and the Caribbean”, pero no se llama así en realidad, arriba dice “Globalizado, Resistente, Dinámico: El nuevo rostro de América Latina”, y el Caribe está agregado allí –yo siempre me preocupo mucho de mencionarlo en la OEA, porque hablamos de América Latina y el Caribe, pero no ponemos cifras del Caribe-. Estas son cifras de América Latina, de las economías más grandes y de las pequeñas, de todas. Entonces, no digo que estemos totalmente globalizados, ni que seamos completamente resistentes al embate de las crisis, o que hayamos conseguido un gran dinamismo, pero que estamos mejor que una década atrás no cabe ninguna duda, aunque la pobreza y la desigualdad siguen siendo un problema grave en la región. La verdad es que, nuevamente, en los primero seis o siete años de la década, la cantidad de pobres disminuyó de manera mucho más relevante de lo que había disminuido en las dos décadas anteriores. Nosotros arrancamos en los años ‘80 con un 40 por ciento de pobreza y hacia 2001 teníamos 44 por ciento de pobreza; hoy día estamos en el 36 o 37 por ciento según cifras de la CEPAL, y un poco mejor según el Banco Mundial. Hay varios países que ya bordean los 15 mil dólares de ingreso per capita, en cifras del Banco Mundial –es importante decirlo-, y eso ciertamente nos ha dado una nueva realidad. Pero todavía tenemos demasiados pobres.
Es interesante hacer notar que la combinación de políticas económicas, rápida recuperación de la crisis y programas de alivio a la pobreza permitieron que nuestros peores pronósticos con la crisis no se cumplieran. La CEPAL estimó que al menos nueve millones de latinoamericanos iban a volver a la pobreza con la crisis económica, el Banco Mundial fue más allá y habló de diez millones. Las cifras del Banco Mundial muestran que los latinoamericanos que volvieron a la pobreza fueron dos millones en total, con un número más grande que bajó de la pobreza a la pobreza extrema; sin embargo, y eso ocurrió en el 2009 y en el 2010, la cifra ya se ha recuperado a niveles mejores que los del 2009.
Hoy esa América Latina ciertamente tiene mejores perspectivas que las que teníamos antes, y eso se nota también en la política. No creo que el tema de la democracia sea tan nuevo en América Latina como algunos lo presentan; la verdad es que tenemos democracia en América Latina de manera mayoritaria desde comienzos de los ’90. En la primera mitad de los ‘90 las no-democracias fueron excepciones, y desde el período posterior no cabe duda -aunque con serias deficiencias aún- que América Latina avanza en una senda democrática. Ayer me preguntaron como lo diría en una palabra, y la verdad es que yo dije que América es hoy día la segunda región democrática del mundo; pueden decir lo que quieran de la democracia latinoamericana, pero que alguien me diga en qué otro continente hay más democracia, salvo en Europa. O sea, nuevamente comparado con quién, no nos va mal; y yo diría que aquella parte de la democracia que dice relación con las elecciones está bien cubierta, soy de los que cree que en los últimos cinco años todas las elecciones en América Latina han sido elecciones normales, no ha habido grandes anormalidades, la única que yo pondría en duda sería la elección municipal de Nicaragua, allá por el 2007, y que todavía provoca dificultades. Pero en general la impresión en la región es que, a pesar de todos los conflictos, problemas y estrecheces, en América Latina han habido elecciones limpias, secretas, concurridas, contendidas y con conflicto interno, con muchas opciones presentadas y donde los ganadores han sido los que obtuvieron la mayoría de los votos, con el agregado de que en muchos casos esos ganadores desplazaron a otras fuerzas políticas del poder sin que esto haya provocado conflicto.
En lo que se denomina la “democracia de origen”, entonces, la democracia en América Latina ha andado bien. La democracia de ejercicio, a su vez, es un poquito más débil, las instituciones en algunos países son más fuertes que en otros, son más sólidas que en otros; en general podemos decir que todavía hay una tendencia excesiva al cambio en las reglas del juego, a modificar las normas no por consenso sino por mayorías estrechas, y por lo tanto los riesgos del cesarismo aumentan, es decir el gobierno unipersonal que, aun cuando ha sido generado democráticamente, actúa sin ningún control por parte de los otros poderes del Estado que están allí.
Para que no le atribuyamos eso solamente a la izquierda, recordemos que los intentos por reelegirse han venido de todos lados; por lo tanto, las posibilidades de cesarismo están allí. Cuando hay mucha pobreza se agita más la idea del “líder que nos va a sacar de la situación en que estamos”, con el hecho además de que tenemos antecedentes históricos de golpes oligárquicos como el que resultó en Honduras, que tuvo éxito allí pero no lo ha tenido en otras partes. Esos son riesgos que sigue teniendo la democracia latinoamericana, no por acción externa sino por sus propias debilidades, y en muchos casos por no hacer las cosas con amplias mayorías. Las constituciones -a mi juicio- deberían cambiarse con amplias mayorías. El momento constitucional en los Estados debería ser el momento del consenso, no el momento del conflicto, pero en los últimos años el intento por cambiar la Constitución ha sido el momento más álgido de conflicto.
La falta de respeto por el Estado de Derecho es una cosa que se produce en muchas partes, donde hay una cierta incomodidad del poder político con la libertad de expresión, por decirlo de alguna manera. Los medios de comunicación de América Latina podrían estar mejor distribuidos, es verdad, pero eso no quita que no haya una cierta tendencia a limitar a los medios de expresión. Todas esas cosas existen, y espero que con los años se vayan solucionando, pero los problemas todavía están ahí.
Sin embargo, creo francamente que los problemas de la democracia en la región no están solamente dentro del sistema político, como el caudillismo y el cesarismo. También están fuera, y los fundamentales son dos: uno es la desigualdad y la pobreza, que felizmente está disminuyendo -aunque todavía es un problema grave-, y otro es la delincuencia y la criminalidad, y que desgraciadamente está en ascenso.
Creo, como lo he dicho en otras ocasiones, que estos no son problemas de cualquier tipo; son tendencias que de mantenerse conducen a lo que Charles Dillis ha llamado la “desdemocratización”, porque es difícil pensar en una democracia en la que existen castas o grupos segmentados en la sociedad, en la que unos tienen acceso a todo y otros no tienen acceso a nada. La democracia del siglo XXI es incompatible con la esclavitud, con un sistema de castas o con formas de discriminación categóricas, en el que se nace y se muere en la misma categoría sin la posibilidad de ascenso o movilidad.
Y eso, querámoslo o no, lo trae la desigualdad y la pobreza en nuestra región. Nuestra pobreza no es simple, es una pobreza compleja. Hay muchos más afrodescendientes pobres que el promedio de pobreza en la sociedad; hay muchos más indígenas pobres que el promedio de pobreza en la sociedad; hay muchos más hogares monoparentales encabezados por una mujer pobre que el promedio dentro de la sociedad. La pobreza tiene género, tiene color y un contenido de discriminación que es muy complejo y que es necesario enfrentar. Pero repito lo que decía al comienzo: en esta década ha habido una disminución de la pobreza; paradójicamente –y éste es otro estudio del Banco Mundial que me encontré como apéndice del anterior- hay quien sostiene que en algunos países en crisis los pobres lo han hecho mejor que el conjunto de la sociedad, o sea que los programas de protección a los pobres tuvieron como efecto que esta vez no fueran los sectores económicos más débiles los que pagaran las consecuencias de la crisis, sino que en unos casos fueron más protegidos. El informe sugiere que América Latina ha aprendido a escudar a sus pobres mejor que antes y, por lo tanto, hemos tenido una disminución sustantiva de la pobreza dentro de esta década. Esto ha funcionado y en algunos países incluso ha mejorado la distribución. Todavía no alcanza a ser una distribución ideal, porque de los dos grandes instrumentos de redistribución que existen, al menos uno -que es la tributación en América Latina- sigue siendo no distributiva; o sea acá los impuestos no se diferencian en las cifras que dio la OCDE hace dos años, y que mostraban que el coeficiente GINI en Europa bajaba 14 puntos después de impuestos y en América Latina bajaba sólo 1 o 2 puntos. Es una diferencia demasiado significativa.
La distribución sigue siendo un gran problema, pero si uno pregunta por la tendencia ésta parece ser buena. No sucede lo mismo con la criminalidad, el segundo factor donde la discriminación categórica puede llegar a ser “desdemocratizadora”, donde la creación de organizaciones delictuales que se rigen por sus propias leyes amenaza al poder político. Hoy día, si se miran las leyes, las normas, la acción del gobierno en nuestras sociedades, no cabe duda que los espacios de libertad han ido aumentado sustantivamente en los últimos 25 años. Pero si analizamos esto en relación con las bandas criminales, no cabe duda también que esos mismos espacios de libertad se van restringiendo, van disminuyendo, son cada vez más las barreras, las rejas, cada vez más altos los muros de las casas, cada vez más la cantidad de policías privados que custodian las ciudades en los países de la región, y eso es ciertamente un factor de “desdemocratización”.
Finalmente la sociedad, la polis, termina por deteriorarse cuando los ciudadanos no pueden ejercer libremente sus derechos por temor al crimen, y por eso creo que el tema del crimen organizado ya no es un asunto menor; por lo menos los ciudadanos de América Latina así lo entienden y expresan.
Quiero hacer brevemente una aclaración: la criminalidad en América Latina varía según los países. A nivel latinoamericano la tasa de homicidios es más del doble que la tasa mundial, está como en 25 por cada 100 mil habitantes, pero hay países que llegan a 71, como El Salvador, si no me equivoco. No tengo las cifras completas de Jamaica o de Trinidad y Tobago, pero Honduras anda por ahí, y Guatemala también; en Colombia la tasa ha disminuido pero es bastante alta; en México ha subido pero no es la más elevada tampoco. Por otro lado hay países que están en un dígito; casi todos los países del Cono Sur se encuentran en esta situación, excluyendo Brasil, que tiene tasas bastante más altas que las que generalmente se manejan a nivel de opinión pública. Pero el resto del sur de América está en mejores condiciones. Eso en la parte objetiva.
En lo subjetivo, todos los habitantes de todos los países dicen que el primer problema que enfrentan es el crimen. No sé si será debido a fenómenos mediáticos, pero en mi país, que a Dios gracias tiene el porcentaje de criminalidad más bajo de la región, si ustedes preguntan cuál es el principal problema, los ciudadanos van a contestar invariablemente que se trata del crimen. Si preguntan cuál es el principal problema de la ciudad, van a mencionar otro. Y si preguntan cuál es el principal problema del barrio, van a mencionar otro también. Pero la imagen que persiste es que el problema de la criminalidad en el país es casi inmanejable. El fenómeno objetivo es que ha aumentado sustantivamente la criminalidad en una buena cantidad de países. El fenómeno subjetivo es que todos creen que es un problema tremendo. Esto hizo que en la encuesta Latinobarómetro, donde ocupaba el quinto o sexto lugar a comienzos de la década, el tema llegara al primer lugar el año pasado, en el año de crisis económica, momento en que la criminalidad fue identificada como el principal problema de la región.
Diría entonces que el diagnóstico final es, primero, una situación económica expectante; segundo, democracias que se van asentando en la región, pero que son todavía débiles, más débiles en su funcionamiento institucional que en la generación de sus representantes, amenazadas por sus propias debilidades pero sobre todo amenazadas por este doble factor de pobreza, discriminación, desigualdad y criminalidad organizada. Ambos factores están dañando la economía y la democracia, aunque tienen signos distintos porque uno va en disminución y otro en ascenso. Y eso nos provoca enormes preocupaciones a todos.
En cuanto a la inserción internacional de América Latina, ya he dicho algo pero ciertamente tampoco se puede hacer un discurso completo; creo que el discurso que se hace sobre China, por ejemplo, si uno mira México, Caribe y Centroamérica, o mira los países del sur, donde China va teniendo una incidencia cada vez mayor, el resultado muestra que en algunos casos se trata de una incidencia negativa y en otros una incidencia ampliamente positiva. Brasil así lo dice, pero creo que todavía su relación económica con Europa es mayor, probablemente, aunque señale a China como su principal socio comercial. Esto es un cambio sideral. Fui ministro de Relaciones Exteriores hace un poco más de diez años, y en esa época China, incluso después de haberse juntado con Hong Kong, era el tercer socio asiático de Chile, después de Japón y de Taiwán, y a la par con algún otro. Hoy día es de lejos el mayor socio comercial como país, el segundo inmediatamente después de EE.UU., como producto de las ventas de “commodities”; eso para Argentina vale más todavía, y hace que el perfil internacional de la región sea muy distinto.
Desde el punto de vista de la Organización, cuando me preguntan por las relaciones entre la OEA y UNASUR, yo digo que si no hemos tenido problemas con el SICA y el CARICOM no veo por qué habríamos de tenerlos con la UNASUR. Creo que en América Latina hay demasiadas organizaciones, y poco realismo para enfrentarlas. Hoy, en una reunión, alguien me preguntó por esta nueva cosa creada en Cancún, la CALC, la Conferencia de América Latina y el Caribe, y me dijo: “¿Usted cree que esta organización nueva que se crea de América Latina y el Caribe amenaza a la OEA?”, y yo tuve que decirle que esa organización existía desde los años ‘80. El Sistema Económico Latinoamericano (SELA) fue creado en los años ’80, e incluye a todos los países de América Latina y del Caribe, sin exceptuar a Cuba. Tiene su sede en Caracas, Venezuela, y la verdad es que nadie me supo explicar a mí, ni en la reunión de Costa do Sauipe, en Brasil, ni en la reunión de Cancún, por qué esta organización no ocupaba la secretaría que ya tenía. Y la razón es porque no había consenso en ir más allá de lo que se llamó la Comunidad de Naciones, e incluso se empleó la palabra Commonwealth, para beneficio del Caribe. Por lo tanto, la creación de un Commonwealth no es algo que afecte a mi juicio ninguna organización.
El problema de América Latina es la cantidad de organizaciones que se crean y la imagen de desorden internacional que esto genera, pero la creación de unidades subregionales me parece una buena cosa, y espero que sigamos teniendo con el CARICOM, con el SICA, y también con la UNASUR, una relación tan buena como la que hemos tenido hasta ahora. No tengo motivos para pensar lo contrario. Pero como digo; es otro tema de discusión que ha hecho entretenida mi permanencia en la OEA, y probablemente podremos discutirla más adelante.
Muchas gracias.