Desde hace varias semanas y de muchas maneras, se recuerda en Chile el golpe militar que, hace hoy cuarenta años, destruyó la democracia en nuestro país e inició una sangrienta dictadura, que a través de ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, torturas y encarcelaciones masivas, exilio de cientos de miles de perseguidos y supresión de todas las libertades y derechos ciudadanos, se convertiría en un símbolo de las violaciones de derechos humanos en el mundo.
En el período más negro de la historia de América Latina, lleno de “dictaduras de seguridad nacional” en el Cono Sur y guerras civiles en Centro América, la dictadura de Augusto Pinochet sobresaldría por su brutalidad arrogante. El bombardeo del Palacio de La Moneda, la muerte heroica del Presidente Allende y sus compañeros, campos deportivos y barcos convertidos en lugares de prisión y tortura masiva, el exilio masivo, la actitud jactanciosa de los jefes militares, con vistosas capas y lentes oscuros, las torpes declaraciones que, además de intentar justificar los crímenes, pretendían elevarlos al carácter de “ejemplo para el mundo”, fueron presenciados de manera directa por millones y generaron un rechazo popular general y una amplísima y multitudinaria solidaridad internacional, que los chilenos aún recordamos con gratitud. Pinochet se convirtió en, y sigue siendo hoy, el rostro mas odioso de la dictadura latinoamericana.
En ese agradecimiento a tantos países y pueblos que solidarizaron con nosotros, Italia ocupó y sigue ocupando un lugar muy especial. La embajada de Italia en Chile protegió, en medio de enormes dificultades y amenazas, a cientos de dirigentes y militantes chilenos y la hostilidad del régimen hacia ella también la convirtió en un símbolo de coraje y solidaridad para el mundo. Fue en este país, en esta ciudad de Roma, donde se instaló el primer centro de coordinación de la solidaridad internacional con Chile: "Chile Democrático", donde trabajé por siete años, entre 1974 y 1981, fue fundamental para canalizar toda la solidaridad, especialmente la europea, con la causa democrática de nuestro país. Y junto a Chile Democrático, (“al lado”, en la oficina contigua), estaba "Italia-Chile", la coordinadora de la solidaridad de los partidos democráticos italianos. Como no recordar en esta ocasión, a Ignacio Delogu, quien dirigió ese esfuerzo por tantos años; y a Maria Dusati, comprometida siempre con nuestra causa. Hoy ya no están con nosotros, pero los recordamos con afecto y gratitud, como a tantos compañeros, en toda Italia, quienes por más de quince años, mantuvieron viva la solidaridad con Chile.
Sentí esa solidaridad de manera viva, cuando recorríamos los sindicatos, las comunas, los pueblos, las asociaciones, en decenas de actos y reuniones. Nunca había estado en Italia antes del 26 de Enero de 1974, cuando llegué a vivir a Roma; ahora cada vez que llego aquí, me siento como en mi casa, porque están los lugares en que viví, el hospital donde nació mi hijo Javier, las casas de mis amigos, las plazas donde nos reunimos; en cada ciudad de Italia puedo recordar un acto, una manifestación, un convegno, un dibatito.
Esta no fue una solidaridad solo de partidos: fue de todo el pueblo italiano. Fui testigo de ella desde hace exactamente 39 años en que en un día como hoy, hablé a nombre de mis compatriotas en la Basílica de Massenzio, atestada de gente. Están también tantos amigos queridos, con algunos de los cuales compartimos hoy esta ceremonia: Massimo D’Alema, ex Presidente del Consejo de Ministros y ex ministro de Relaciones Exteriores, que nos invita hoy, era un joven dirigente juvenil, como el Alcalde Piero Fasino y tantos otros rostros que están aquí. No podía iniciar estas palabras, sin recordarlos y agradecer a nuestros amigos italianos, con todo mi corazón y a nombre de muchos chilenos y chilenas, por su amistad y por la influencia ampliamente positiva que tuvieron en nuestras vidas.
Pero esta enorme ola de solidaridad no era solamente afectiva. También había aquí y en el resto de Europa, una solidaridad política, una identidad de propósitos y la voluntad de aprender de nuestras distintas realidades, experiencias y también de nuestros errores. Aprendimos mucho también de la democracia italiana; eran tiempos difíciles, no tanto por la confrontación política, sino por la amenaza permanente del terrorismo. Y, sin embargo, siempre nos admiró la actitud democrática de su gente, la serena firmeza con la cual se condenaba el terrorismo, mientras que a la vez se rechazaba cualquier intento de mano dura que afectara la libertad política y social. Italia fue para nosotros una lección necesaria de firmeza democrática.
El golpe de Estado en Chile provocó en el mundo, y muy especialmente en Europa, una serie de preguntas y opiniones acerca de porqué se había producido y cuáles eran las lecciones que podían sacarse del fin de la experiencia de la “vía democrática al socialismo”. El hecho de que ese camino podía ser interrumpido y revertido era en si un retroceso, que era necesario explicar. Hans Jurgen Wisniewski, el parlamentario alemán que encabezaba la protesta por el golpe, señalaba que, precisamente por provenir de un país latinoamericano que, a diferencia de otros en la misma región, tenía una tradición democrática, el golpe chileno revestía especial gravedad y usaba el término retroceso. Willy Brandt era más crítico del gobierno de Allende, pero al mismo tiempo se preguntaba si el mensaje que se estaba dando al mundo era uno terriblemente negativo: que no era posible llevar a cabo transformaciones económicas y sociales profundas en el marco de y con los medios que proporciona la democracia representativa.
Aunque el debate se produjo en muchos países y tuvo muchas voces, no cabe duda que el que se produjo en Italia tuvo una importancia capital, pero ello no fue solamente porque rápidamente se sacaron de lo ocurrido en Chile lecciones útiles para la política italiana, sino también porque esas reflexiones influyeron poderosamente en nuestro pensamiento. La Concertación de Partidos por la Democracia, que nos condujo a la victoria en el plebiscito del 5 de Octubre de 1988, puso fin a la dictadura de Pinochet y gobernó exitosamente a Chile por veinte años, fue la expresión de la confluencia histórica de fuerzas socialistas y cristianas, que habían estado enfrentadas en 1973 y que fueron capaces de forjar ahora una alianza y una mayoría que aún perdura. La renovación del socialismo chileno, la unidad completa de las muchas fuerzas de esa orientación que existían dispersas en Chile y su pleno acuerdo con la Democracia chilena, fue producto de una profunda reflexión crítica y autocrítica de años; y estuvo poderosamente influida por las claves del debate italiano, que Enrico Berlinguer primero, y los comunistas y socialistas italianos después, promovieron a partir de 1973.
El debate se inició muy temprano en Italia. En 3 ediciones sucesivas de Rinascita, el 28 de Septiembre, 5 y 12 de Octubre de 1974, es decir apenas un mes después de las elecciones en Chile, Enrico Berlinguer analizo lo ocurrido en Chile, comenzando por la intervención externa de los Estados Unidos (que pocos años después sería completamente documentada por el Informe Church); continuando, en su segunda entrega, sobre la violencia ejercida por las fuerzas reaccionarias y, finalmente, respondiendo de manera afirmativa a la pregunta acerca de la compatibilidad entre via democrática y socialismo. Es posible un proceso de transformación profunda de la sociedad, dentro de la democracia; pero, dado el supuesto de que será enfrentado, incluso con métodos violentos, desde dentro y fuera del país, es necesario contar con una alianza de fuerzas políticas y sociales notablemente superior, para tener éxito.
“…La vía democrática hacia el socialismo requiere una transformación progresiva - que en Italia se puede lograr dentro de la Constitución antifascista - de toda la estructura económica y social, de los valores y de las ideas que guían la nación, del sistema de poder y del bloque de fuerzas sociales en las que se expresa. Lo que es seguro es que la transformación general por la vía democrática que deseamos lograr en Italia, necesita, en todas sus fases, de la fuerza y el consenso”.
Más adelante sería aún más explícito: para la tarea transformadora, un 51% no es suficiente.
Berlinguer explicaba así, por primera vez, la derrota de las fuerzas de izquierda de Chile, no solamente a partir de la intervención externa y la violencia reaccionaria, sino también a partir del hecho de que la alianza que gobernaba no contaba con la fuerza suficiente para oponerse a esa amenaza evidente. Y era así: las fuerzas de centro, especialmente la Democracia Cristiana, que inicialmente había permitido la elección de Allende, votando por el en el Congreso chileno, se había separado muy pronto de esa postura, pasando a una oposición radical, aliada políticamente con la derecha en las últimas elecciones democráticas y se abstenía aun de condenar el golpe militar.
Por cierto, Berlinguer no quería entrar en propuestas para Chile, sino para Italia, donde la Democracia Cristiana era aún más fuerte que en Chile (y había, dicho sea de paso, condenado el golpe chileno). Su propuesta fue categórica y abrió paso a una nueva fase de la política italiana:
“La gravedad de los problemas del país, las amenazas siempre presentes de aventuras reaccionarias y la necesidad de abrir finalmente a la nación a una vía segura de desarrollo económico, de renovación social y de progreso democrático, hacen cada vez más urgente que lleguemos a lo que puede ser definido como el nuevo gran "compromiso histórico" entre las fuerzas que recogen y representan la gran mayoría del pueblo italiano”.
Por lo demás, en primer momento, la propuesta de Berlinguer, aplicada a Chile, podía no ser muy atractiva a algunas de las fuerzas del socialismo chileno, a pesar de nuestros llamados a la constitución de un “frente Antifascista”. Ello, no solo por la distancia y antagonismo que existía con la mayor parte de la Democracia Cristiana; sino también porque importantes sectores del socialismo chileno, influidos en la década reciente por la revolución cubana, se negaban a aceptar la premisa de que la transformación social era posible en democracia e incluso se había proclamado, en un Congreso Socialista relativamente reciente la “inevitabilidad de la vía armada”.
Pero en la medida en que la discusión sobre democracia y socialismo se extendía en Europa, en que se hacían más fuertes las opciones eurocomunistas y social demócratas (Portugal, España, Grecia) y también en que se hacia mas evidente la profundidad de nuestra derrota y el largo camino que era necesario recorrer para retornar a la democracia. la influencia de estas corrientes se haría también realidad en la izquierda chilena. La aparición de la que sería la más prestigiosa revista del exilio chileno, "Chile-América", que se publicaba desde Italia, también con participación demócrata-cristianos chilenos, dio cabida a las nuevas posturas, como también las reuniones de socialistas y otros partidos en Ariccia, con apoyo del Partido Socialista Italiano.
La idea de que la derrota de 1973 había sido también una derrota política, producto de las divisiones de las fuerzas democráticas, estuvo en la base de la propuesta que las fuerzas del socialismo renovado llevaron a la práctica, convencidos de que, sin “mucho más del 51%” , la dictadura no sería derrotada. Ello le dio un carácter democrático a las protestas de los años ochenta, al primer intento de Alianza Democrática y luego a la propuesta de una Concertación de Partidos por el No en el plebiscito de 1988. Mientras muchos en la izquierda rechazaban el plebiscito por pensar, con buenas razones, que sería un fraude, esa Concertación llamó a la inscripción de los ciudadanos, organizó sus fuerzas, volvió a movilizar a la solidaridad internacional y obtuvo una victoria contundente. Y no puedo dejar de recordar con emoción como, la noche de la victoria, una amiga llamó desde Italia para decirnos: “estamos en Plaza Navona, como antes, celebrando el triunfo de la democracia en Chile”. Quince años después del golpe, la solidaridad de nuestros amigos italianos seguía viva.
Tras esa victoria, la misma voluntad unitaria y de amplia mayoría permitió a la Concertación decidir seguir juntos, ganar las primeras elecciones democráticas y dar gobierno al país por veinte años, en los cuales el país cambió y se desarrolló como nunca en ningún periodo similar de su historia. Las cifras de crecimiento económico, de reducción de la pobreza, de aumento sustantivo de los servicios públicos, la cobertura total de la educación primaria y secundaria y el crecimiento al triple de la matrícula universitaria, el aumento en el desarrollo de la infraestructura, están ahí para demostrar ese progreso. Cuando triunfamos en 1988, se proclamaba por muchos en Chile la necesidad de una democracia “protegida”, se negaban las violaciones de los derechos humanos, se argumentaba que la pobreza se combatía solamente desde el mercado, se negaba la necesidad de ampliar escuelas y hospitales, no se hablaba de derechos de la mujer.
Hoy todo eso ha quedado en el pasado. Como dijo alguna vez Oscar Wilde, lo único peor que no cumplir nuestros sueños es cumplirlos todos. Pero creo que hayamos cumplido todo lo que soñamos hace muchos años, durante nuestro exilio en este hermoso país. Lo que ocurre es que la llamada transición a la democracia concluyo con éxito en Chile y dejo, sin embargo, muchas tareas democráticas aun por cumplirse. Hoy la inquietud de los chilenos se orienta a nuevos e importantes objetivos. No ha cambiado el recuerdo de los días aciagos del 73'; al contrario, cuarenta años después el repudio a la dictadura es sustantivamente mayor que el de años anteriores Pero los tiempos y las exigencias de la sociedad han cambiado, porque nosotros los hicimos cambiar. Es el sino del progresismo no estar nunca satisfecho con lo logrado, sino que buscar el mejoramiento permanente de su democracia y su sociedad. Seguimos entonces queriendo cambiar nuestra sociedad con más democracia; los jóvenes que exigen más libertad, mejor educación, más posibilidades de trabajo, reducción efectiva de la desigualdad, mejores formas de organización política, son parte del movimiento democrático y toman el lugar que forjamos con nuestro esfuerzo y con vuestra solidaridad.
No ha cambiado, tampoco, esta cercanía emocional y política que unió a chilenos e italianos a partir del 11 de Septiembre de 1973. Por ella, una vez mas les agradezco esta invitación y espero que podamos seguir recorriendo juntos los caminos de la democracia y la libertad, para bien de nuestros pueblos.
Muchas Gracias