Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
53 MESA REDONDA DE POLÍTICAS DE LA OEA: “MEDIACIÓN Y DIÁLOGO EN LAS AMÉRICAS EN EL SIGLO 21”

8 de noviembre de 2013 - Washington, DC


Buenas tardes, les doy la bienvenida a esta 53ª Mesa Redonda de Políticas de la OEA sobre el tema: “Mediación y Diálogo en las Américas en el siglo 21”.

Agradezco la presencia de todos ustedes esta tarde y, en particular, agradezco la participación de quienes nos acompañarán como comentaristas de los dos importantes instrumentos que presentamos hoy: las “Directrices de las Naciones Unidas para una mediación eficaz” y la “Guía Práctica de Diálogo Democrático” de la OEA y el Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD).

En particular quiero agradecer y destacar la participación en este encuentro del Embajador Luigi Einaudi, quien fue Secretario General Adjunto de nuestra Organización (elegido durante la Asamblea General de Junio 2000 en Windsor, Canadá). Como todos recuerdan, el embajador Einaudi ocupó el cargo de Secretario General Interino por un periodo de siete meses antes de mi toma de posesión como Secretario General de la OEA en 2005.

Los temas que trataremos hoy no son de ninguna manera ajenos al Embajador Einaudi, quien dejó un importante legado a nuestra Organización en estas materias, especialmente con su aporte a la solución pacífica de disputas territoriales en Centroamérica.

También nos acompañará este día el Embajador Francesc Vendrell, quien fue Representante Personal del Secretario General de la ONU en las negociaciones de paz en Guatemala y Representante Personal Adjunto para el Proceso de Paz en Centroamérica. El Embajador Vendrell se ha desempeñado a favor de la paz no sólo en este hemisferio sino en también en el resto del mundo y su experiencia en países que han atravesado y atraviesan situaciones tan complejas como Afganistán, seguramente estarán presentes en sus comentarios esta tarde.

Quiero agradecer igualmente la presencia de oficiales del Departamento de Asuntos Políticos de la ONU y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. La OEA constituye, como lo establece el artículo 1 de su Carta, un organismo regional dentro de Naciones Unidas así que me permito repetirles a ellos las palabras que pronuncié con ocasión de la visita del Secretario General Ban Ki-Moon a nuestra sede en febrero de este año: “Esta casa es su casa”.

Quizá no exista un tema que esté más arraigado a la OEA que el tema de esta reunión. El afianzamiento de la paz y la seguridad del Continente Americano están en la esencia misma de nuestra Organización y fue una de las motivaciones centrales de su creación, no sólo en su actual forma sino también en la de la Unión Panamericana que la precedió.

La Carta de la OEA señala, en su Capítulo V, los procedimientos pacíficos a los cuales los Estados miembros se comprometen a someter sus diferencias: la negociación directa, los buenos oficios, la mediación, la investigación y conciliación, el procedimiento judicial, el arbitraje y otros que acuerden las Partes. Estos mismos procedimientos fueron definidos con mayor detalle en el Tratado Interamericano de Soluciones Pacíficas (o Pacto de Bogotá), suscrito en 1948 de manera paralela a la creación de la OEA, con el propósito de promover la solución pacífica de las disputas que surjan entre los Estados partes.

Pero nuestra Organización no se ha conformado con estos documentos fundacionales y, a lo largo de los años, ha sido capaz de innovar y renovarse, creando nuevas mecanismos para enfrentar amenazas emergentes.

En el marco que proveyó el fin de la Guerra Fría y el reencuentro de muchos de nuestros países con la democracia que habían perdido durante las décadas anteriores, los Estados de las Américas vieron la necesidad de profundizar su propia definición de democracia y de definir las medidas que se podrían aplicar en caso de deterioro o ruptura del orden democrático en un Estado miembro. Fue así que la Asamblea General de la OEA adoptó en 1991 la Resolución 1080 sobre Democracia Representativa y, diez años después, la Carta Democrática Interamericana.

El año 2000 la Asamblea General creó el “Fondo de Paz’ para abordar las disputas territoriales. Un mecanismo mediante el cual se proporciona a los Estados miembros que lo soliciten el apoyo técnico y financiero para que puedan solucionar las controversias territoriales que existan entre ellos.

También se debe mencionar en este recuento de instrumentos que la OEA ha desarrollado para abordar la solución de los conflictos y la promoción de la paz entre sus miembros, la adopción, en 2003, de la “Declaración sobre Seguridad en las Américas”, cuyo décimo aniversario celebramos hace algunos días.

Esta Declaración marcó un punto de quiebre en la manera de conceptualizar la paz y la seguridad a nivel regional pues, al mismo tiempo que reiteraba la importancia de la Carta de la ONU, de la Carta de la OEA y de los tratados interamericanos dedicados a la solución de disputas para enfrentar amenazas tradicionales a la paz y seguridad, reconoció la naturaleza multidimensional de la seguridad hemisférica y la existencia de nuevas amenazas tales como la delincuencia organizada transnacional, el terrorismo, los desastres naturales, los problemas ambientales, las pandemias, la pobreza y la exclusión social. Al hacerlo, los Estados miembros también reconocieron su responsabilidad como promotores de un modelo de seguridad centrado en el ser humano y la importancia de contar con nuevos mecanismos de cooperación hemisférica, con enfoque de género, que permitieran dar respuestas no solo a las crisis, sino a las causas estructurales de los conflictos.

Se puede decir, así, que desde el final de la Guerra Fría la Secretaría General de la OEA ha sido un laboratorio de experiencias innovadoras en materia de construcción de paz y que sus labores han tenido que adaptarse para responder a los desafíos emergentes. En los años 90, las misiones civiles de la OEA jugaron un papel clave en la desmovilización y el desarme de grupos armados en Nicaragua y Suriname, en el monitoreo de los derechos humanos en Haití y en la construcción de capacidades para el diálogo en Guatemala.

Las dos misiones de paz que en este mismo momento implementa la Secretaría General de la OEA en el terreno, son el reflejo de este largo proceso de aprendizaje que tuvo lugar en Nicaragua, Haití, Suriname y Guatemala. Una de ellas, la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia, puesta en marcha en 2004, constituye un modelo de acompañamiento respetuoso del papel protagónico del Estado, conciente de la importancia de fortalecer capacidades nacionales y centrado en la promoción y protección de los derechos de las víctimas.

La Oficina de la Secretaría General de la OEA en la Zona de Adyacencia entre Belice y Guatemala, por su parte, tanto a través del monitoreo de implementación de las medidas de confianza entre los dos países como en su apoyo a proyectos de reasentamiento voluntario y cultura de paz, ofrece uno de los mejores ejemplos en el mundo de cómo, con recursos mínimos, una presencia imparcial puede hacer la diferencia y prevenir la escalada de tensiones.

Ahora bien, toda esta capacidad de renovarse e innovar, que ha caracterizado a nuestra Organización en este campo, no serviría de nada si no estuviese vinculada a una capacidad de aprender de las experiencias del pasado e integrar estas lecciones a nuestro actuar futuro.

Cuando inicié mi gestión a mediados de la década 2000, debimos enfrentar una serie de crisis político-institucionales, síntomas de las debilidades de los sistemas políticos de nuestros países. Estas situaciones pusieron a prueba la Carta Democrática Interamericana y nos permitieron aprender sobre sus fortalezas y debilidades. También nos obligaron a mejorar la capacidad técnica de la Organización para identificar tempranamente señales de inestabilidad política y quiebre democrático y a trabajar junto con los Estados, dentro de los órganos políticos de la Organización y de los mecanismos jurídicos y políticos existentes, para encontrar soluciones por la vía del diálogo.

La presentación hoy día, en la OEA, de las “Directrices de la ONU para una Mediación Eficaz” y de la “Guía Práctica de Diálogo Democrático OEA-PNUD” es una buena muestra de esa tradición de renovación y aprendizaje de las propias experiencias, que ha caracterizado a nuestra Organización en el terreno de la búsqueda de la paz y la solución de los conflictos.

Es también el testimonio del compromiso de nuestras organizaciones para seguir mejorando nuestras acciones de acompañamiento a los esfuerzos de paz llevados a cabo por los Estados miembros. Los principios propuestos en estos documentos (inclusividad, consentimiento, apropiación nacional, entre otros) y sobre los cuales dialogarán nuestros invitados, son también el fruto de un proceso de aprendizaje e incorporan las lecciones de varias décadas de procesos de paz y diálogo apoyados por nuestras organizaciones. La publicación de documentos como éstos sólo representa una pequeña parte de los esfuerzos que han sido realizados tanto por la ONU como por la OEA para mejorar capacidades institucionales el campo de la resolución de conflicto.

Nuestro desafío, hoy, es poner en práctica estos lineamientos al mismo tiempo que continuamos creando nuevos modelos que permitan respondan a los desafíos emergentes.
Quisiera mencionar sólo dos de estos desafíos, sobre los cuales invito a esta mesa redonda a reflexionar.

El primero dice relación con el incremento y la intensificación de la conflictividad social y en muchos casos su relación con la explotación de los recursos naturales. Las audiencias llevadas a cabo por la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos la semana pasada nos ofrecieron una muestra del problema, pues un importante número de las peticiones presentadas estuvieron relacionadas con temas como la protesta social, la minería, la consulta previa y los derechos de los pueblos indígenas y afro-descendientes. El mero hecho de que estas demandas lleguen al Sistema Interamericano de Derechos Humanos es síntoma de una cierta incapacidad de los Estados miembros para atenderlas por la vía del diálogo o por los medios jurídicos internos.

El segundo reto que quiero destacar es la situación vinculada a la actividad de las Maras y otras agrupaciones equivalentes, que constituyen un fenómeno nuevo y complejo que combina la actividad delictual y el ejercicio de la violencia con situaciones de fuerte control territorial, identidad y lealtad grupales que superan las normales en grupos criminales y poderosas raíces en la comunidad. Todavía faltan elementos para terminar de entender este fenómeno, pero el proceso de pacificación social asociado a la llamada “tregua entre las Maras” en El Salvador es un laboratorio que se va desarrollando mientras estamos hablando. La participación de la Secretaría General de la OEA como garante en ese proceso, a pesar de las controversias que ha generado, es una prueba de nuestro compromiso y, aun más, de nuestra responsabilidad como organismo regional dedicado a afianzar la paz y la seguridad. Y es un tema sobre el que sin duda vale la pena reflexionar en una reunión como esta.

No tengo dudas que, sobre estos y muchos otros temas, esta mesa redonda y los lineamientos propuestos en las dos publicaciones que se presentan el día de hoy, producirán luces y orientaciones.
No puedo concluir estas palabras sin agradecer la colaboración de la ONU, por intermedio de su Departamento de Asuntos Políticos, en la co-organización de este evento, así como el apoyo que Naciones Unidas presta desde hace varios años para fortalecer la capacidad institucional de nuestro personal en el campo de la resolución de conflictos. Agradezco también al PNUD, su co-autoría de la “Guía Práctica de Diálogo Democrático” y al Gobierno de Canadá por el apoyo financiero para su publicación.

Finalmente reitero mi agradecimiento a los distinguidos ponentes que nos acompañan el día de hoy, Embajador Einaudi, Embajador Vendrell y representantes de la ONU, por su generosa presencia. A todos les deseo un diálogo fructífero.

Muchas Gracias.