Gracias por haberme invitado a participar en esta tan importante conferencia. Muchos de los aquí presentes nos hemos encontrado en años recientes en reuniones similares, que siempre han sido muy constructivas y en las que hemos intercambiado ideas a pesar de nuestras agendas tan ocupadas con actividades y viajes oficiales.
Esta es la última reunión en la que me dirijo a ustedes como Secretario General de la Organización de los Estados Americanos. En mayo del año próximo concluirá mi mandato como Secretario General justo cuando Canadá esté celebrando sus 25 años como miembro de la OEA, la única institución internacional que reúne a todos los países independientes de las Américas.
Por ello, permítanme iniciar mi intervención agradeciendo al International Economic Forum of the Americas y a mis amigos Gil y Nicholas Remillard por la oportunidad para aprender más acerca de la economía y política internacional y compartir experiencias que siempre son útiles en nuestros distintos ámbitos de trabajo.
Esta es por tanto una excelente oportunidad para hacer algunos comentarios sobre la situación actual que experimenta el continente americano y el papel de nuestra Organización en este contexto.
El tema principal de esta conferencia, reconsideración del crecimiento, coincide con los muchos retos que enfrenta Latinoamérica en la actualidad y con los peligros que plantea un prolongado período de lento crecimiento. El punto de partida es diferente. A pesar de la crisis, el período comprendido entre 2002 y 2012 fue particularmente positivo para la mayoría de los países de la región. Se observó un sano desempeño económico y un aumento en la participación en la economía mundial del 5 % a casi el 8 %. Cuando la recesión mundial nos afectó en 2008, la mayoría de los países, especialmente en el Sur, pudieron controlar la situación y reanudar su crecimiento luego de un año.
Este desarrollo económico, que fue posible gracias a un auge en las exportaciones a mercados nuevos y viejos (las exportaciones de Latinoamérica a China pasaron de 4000 millones a 71000 millones en la década), nos permitió crecer más que en las dos décadas anteriores juntas. Este crecimiento también hizo posible alcanzar algunos logros importantes. Cerca de 70 millones de personas pudieron salir de la pobreza: el índice de pobres pasó del 43 % de la población en 2002 al 28 % en 2012. El logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados por las Naciones Unidas en Latinoamérica no tuvo paralelo en el mundo desarrollado.
Sin embargo, esta situación ha cambiado y Latinoamérica ha experimentado nuevamente un escaso crecimiento en dos años consecutivos (aunque con ciertas excepciones pues Brasil está creciendo a una tasa de aproximadamente el 1% este año mientras que México ha experimentado un crecimiento que está por debajo de las expectativas planteadas al principio del año, al igual que casi todas las economías más grandes; todo lo cual hace que en general el índice de crecimiento para la región sea bajo).
Si hay algo que hemos aprendido en Latinoamérica es que nuestro desarrollo político y económico nunca ha sido lineal, sino que más bien ha estado lleno de altibajos, cimas y valles, y de acontecimientos históricos que nunca ha sido posible borrar de manera permanente.
Los prospectos económicos para Latinoamérica se complican por tres principales factores: una caída del comercio, una moderación en los precios de los bienes de consumo básico y una creciente incertidumbre en torno a las condiciones monetarias y financieras externas. Esto es resultado del pobre desempeño de la zona del euro, la desaceleración de la economía de China y los cambios en la política monetaria de Estados Unidos. Aunque un aumento en la demanda interna pudo compensar la baja en la demanda externa, no se aprovechó el período anterior para introducir los cambios que hubiesen dado lugar a un aumento significativo.
Las estimaciones más recientes anunciadas por el Fondo Monetario Internacional indican que la región crecerá menos del 2 % en 2014, lo cual es ligeramente mejor que el año anterior. Sin embargo, durante dos años consecutivos nuestras economías crecieron menos que en cualquier año de la última década. También son inferiores a las cifras proyectadas para la economía mundial en general y para las economías emergentes y en desarrollo.
Las razones son bien conocidas. Gran parte de los avances alcanzados por Latinoamérica se debieron a factores externos, incluso a un aumento en la demanda y en los precios de artículos que produce la región (carbón, acero, soya, cobre, oro y café). El valor de las exportaciones latinoamericanas a China —principalmente productos básicos— pasó de US$4 000 millones en 2000 a US$71 000 millones en 2012. China es el principal importador de bienes de dos mercados emergentes importantes (Brasil y Chile) y el segundo más grande en el caso de Costa Rica y Perú. Es también la tercera fuente más importante de bienes importados para Latinoamérica y el Caribe, alcanzando el 13 % del total de las importaciones de la región. Asimismo, Latinoamérica se ha convertido en el principal destino de las principales inversiones directas provenientes de China.
Sin embargo, los precios de las materias primas se desplomaron el último año dada la baja en la demanda de China. El crecimiento de China pasó de un sostenido 10 % anual en las últimas décadas a 7,5 % este año y tal vez descienda hasta el 5 % en la próxima década, según datos del Banco Mundial. Algunos economistas han predicho que China podría superar a Estados Unidos como principal socio comercial de Latinoamérica en 2015, pero esta posibilidad parece cada vez más lejana.
El principal reto que enfrentan los mercados latinoamericanos para desarrollar su potencial interno y externo es encontrar la forma de crear economías que le permitan a la región mantener por sí misma altos índices de crecimiento sin tener que depender de los altibajos en los precios de los bienes básicos en el mercado mundial ni de la abundancia de inversiones externas. Si queremos mantener estas tasas de crecimiento, será preciso hacer frente a estos retos en los próximos años. Las economías más pequeñas que dependen principalmente de las remesas de dinero, del turismo y de otros factores externos seguirán dependiendo de ellos. Las medianas y las más grandes ciertamente podrían mejorar sus posibilidades de desarrollo sostenido si llevan a cabo muchas de las reformas que han dejado pendientes.
Si bien podemos decir muchas cosas buenas del progreso económico de Latinoamérica, los ahorros internos y las inversiones siguen siendo nuestro talón de Aquiles. El importante crecimiento que experimentó la región en la década pasada no fue gracias a ningún aumento en el ahorro interno ni en las inversiones. Por el contrario, el consumo experimentó un aumento sostenido a lo largo de la década, a un ritmo ligeramente superior al del PIB. En la mayoría de los países de la región los ahorros y las inversiones son definitivamente insuficientes para sostener los actuales índices de crecimiento y mucho menos para aumentarlos.
Dada la reducción de los recursos externos para inversiones en las economías emergentes, nuestros países enfrentan un doble reto: aumentar la competitividad y la estabilidad para atraer capitales en un mercado más limitado y adoptar políticas que permitan aumentar los ingresos externos.
La diversificación de las exportaciones, las mejoras en la calidad de la educación, la inversión pública en la tan necesaria infraestructura, la mejora en la competitividad del sector productivo, la sostenibilidad de la deuda y el desarrollo de muchos recursos energéticos que sean suficientes para un desarrollo sostenible son todos elementos esenciales para las perspectivas de crecimiento de la región a largo plazo. Una mayor cooperación horizontal, el intercambio de prácticas óptimas y la adopción de iniciativas para alcanzar mejores políticas públicas y desarrollar las capacidades institucionales son clave para la consecución de los objetivos nacionales de desarrollo. Igual de importante es asegurar que las micro, pequeñas y medianas empresas (las mipymes), que representan más del 90 % de todas las empresas de la región y que dan trabajo a cerca del 70 % de la fuerza laboral, estén plenamente integradas a la productividad y desarrollo de nuestros países.
Queda pendiente el tema de la desigualdad, que recientemente definió el Fondo Monetario Internacional no sólo como una consecuencia sino como la causa del bajo índice crecimiento que no han podido superar los países de toda la región de las Américas, Norte y Sur incluidos. El crecimiento y la reducción de la pobreza extrema no han dado lugar a un aumento sustancial en los niveles igualdad e inclusión social en toda la región.
Es común escuchar que muchos países latinoamericanos han reducido sus niveles de desigualdad e incluso se dice que existe una nueva “clase media” en la región. Si bien es cierto que el número de personas que conforman la clase media baja es hoy equivalente a los de la clase pobre, el hecho es que muchos de los que están por arriba del umbral de pobreza enfrentan una situación muy precaria, con ingresos aún inferiores a US$10 por día por familia. Estos “luchadores”, como se les llama en un estudio reciente, siguen siendo muy vulnerables y podrían regresar a una condición de pobreza si las economías siguen deteriorándose.
Los años de auge que experimentaron nuestras economías en el pasado prepararon a muchos de nuestros países para ahorrar recursos para así poder hacer frente a estos retos. Mucha de esta preparación depende de la calidad de nuestras políticas públicas. Los países latinoamericanos han demostrado estar más preparados para manejar sus economías; la mayoría cuenta con sistemas bancarios sólidos y sanos, han podido desarrollar economías bastante abiertas y tienen buenos saldos fiscales y deudas manejables. La mayoría tiene Gobiernos estables que han sido electos democráticamente. El gran interrogante es saber si las instituciones y prácticas desarrolladas en los años de bonanza servirán para soportar las crecientes y contradictorias presiones del crecimiento económico y la competitividad, así como las exigencias de mejoras en la distribución de los ingresos, en los servicios públicos y en la rendición de cuentas.