Es muy grato estar aquí compartiendo con ustedes este gran desafío de discutir las relaciones hemisféricas, las relaciones de los países de America Latina y El Caribe.
Hace unos pocos meses apenas, el mundo celebró el 25 aniversario del fin de la Guerra Fría. Con la caída del Muro del Berlín concluyó una era y se inició otra ya no marcada por el conflicto Este-Oeste aunque todavía jalonada de profundas incertidumbres.
A pesar de no saber qué nos deparaba el futuro, los pronósticos eran de gran optimismo. Muchos analistas de la realidad internacional, que habían puesto la confrontación bipolar en el centro de sus explicaciones, ya habían comenzado, desde antes de 1989, a percibir una naciente confrontación entre las grandes economías del mundo desarrollado. Comenzaban a predecir el futuro del sistema internacional como uno de competencia económica, en que el enfrentamiento bélico era reemplazado por la competencia pacífica por mayores espacios económicos. Una en que se combatía con las armas de la capacidad financiera y el predominio tecnológico.
Este es en realidad el concepto del fin de la historia, la historia entendida como la historia sucesiva de guerras y hegemonías que habían caracterizado no solo a las tres décadas anteriores, sino los cinco siglos transcurridos desde los grandes descubrimientos y la formación de los grandes imperios. Pero este pronóstico tan optimista hizo agua muy rápidamente. Apenas dos años después de la caída del Muro, la Guerra del Golfo nos recordó que los conflictos convencionales del período anterior no habían tenido como escenario la línea divisoria entre oriente y occidente, donde la disuasión había operado perfectamente sino, en escenarios mucho más remotos, entre países y con la participación de fuerzas irregulares. Todo generado por causas nacionales o regionales que permanecían intactas después del supuesto cambio de era estratégico.
Es verdad que muchos de esos conflictos de baja intensidad habían contado con el apoyo de las grandes potencias, pero el simplismo de pensar que ellos eran generados solamente por la confrontación ideológica, y por consiguiente desaparecerían con ella demostró ser un grave error. Al contrario, desaparecidas las zonas de influencia esos conflictos podían salirse de control con más facilidad que antes.
Las guerras locales aumentaron y la posibilidad de los países grandes, incluso de la única potencia global restante, de ejercer hegemonía de manera efectiva, disminuyó a pesar de los éxitos iniciales de la primera Guerra del Golfo y de los Balcanes. Aunque de vez en cuando, como diría nuestro recordado Carlos Rico, “la tentación hegemónica se hiciera presente” en la segunda Guerra del Golfo por ejemplo, la capacidad hegemónica e incluso una verdadera voluntad hegemónica son hoy menores que en al Guerra Fría.
Pero la Guerra Fría también nos legó algo que muchos de sus analistas tardíos habían desdeñado: el sistema internacional, desvencijado y todo, ha seguido existiendo. Y a falta de hegemonías claras se ha mantenido y hasta fortalecido en una de sus características centrales: la conformación de ese sistema por Estados nacionales con sus propios objetivos y defensores, antes que nada, de su interés nacional. En un mundo incierto, en realidad el mayor interés de todos debería ser la preservación del orden global, pero si ese mundo esta constituido por Estados nacionales lo que prima en realidad, más que en la retórica, es el interés nacional, y la suma de los intereses muchas veces contrapuestos de países y regiones no da como resultado necesariamente un orden mundial.
En otras palabras, el pronóstico de un mundo manejado por las grandes multinacionales y los propietarios del capital en que los Estados nacionales jugarían un papel cada vez más secundario ha estado lejos de cumplirse. No es que el peso económico de esas entidades no juegue un papel sustantivo en el interior de los Estados en que se radican; no es que no existan nuevos actores dotados de peso e influencia, como lo es por ejemplo la sociedad civil organizada, presente de manera creciente en la escena internacional. Pero la centralidad del Estado sigue siendo dominante, aunque mediatizada naturalmente por la globalización y la fuerza relativa que cada país tiene, y el predominio de interés nacional por sobre los intereses o los valores proclamados del sistema que es ostensible.
En realidad cuando hablamos de actores nos referimos a los grandes países o a los bloques económicos y políticos que hoy predominan en la escena global. Todo Estado nacional tiene sus intereses, aunque muchos no lo hayan definido con claridad. No todos, sin embargo, tienen la posibilidad de expresarlos ni mucho menos hacerlos valer por su propia cuenta en el escenario mundial. La política internacional está condicionada por quienes tienen los recursos, por poderes regionales o globales nuevos y viejos, que apuntan a proteger sus propios intereses por sobre los del sistema en su conjunto, así como a buscar alianzas que les permitan hacerlo al menor costo posible. Los países intermedios, como la mayor parte de los de esta región, los que requieren del sistema internacional para sobrevivencia y desarrollo pero no tienen la fuerza para influir en él por sí solos, deben buscar hacerlo por medio de las alianzas o de los recursos que les proporciona el multilateralismo.
A raíz de estas realidades, inesperadas para muchos 25 años atrás, muchos autores han sostenido -lo recordaba el Canciller Meade esta mañana- contra los pronósticos alegres de la post Guerra Fría, que la geopolítica está de vuelta en las políticas y cálculos de los Estados nacionales. La situación en Europa central, por lo demás recientemente desarrollada, es clave para sostener esas afirmaciones. El avance de la OTAN en Europa, la respuesta de Rusia con la anexión de Crimea y el subsecuente conflicto en Ucrania reviven, ni más ni menos, que la pugna por el centro de Europa que está en toda la historia de la geopolítica y en los orígenes de la Primera Guerra Mundial. Pero efectivamente, hay otros grandes temas que hoy ocupan la política global y tiene también un contenido geopolítico. En ella se confrontan intereses nacionales contrapuestos, sean de los países que ocupan los territorios, sean de potencias externas que ven en ellos una posibilidad de acrecentar sus recursos.
La tensión se centra en el Medio Oriente, donde la violencia en Irak y Siria parece interminable con la aparición de un actor aún más violento. Y el conflicto se mantiene en Gaza, en Palestina, avanza en Yemen, subsiste en Libia y el Cuerno de África. Afganistán, Somalia, Mali, Sudán del Sur y República Centroafricana mantienen la imagen de conflicto que llevan desde prácticamente por toda una década. En casi todos estos países, además, la acción del terrorismo es cotidiana y fenómenos como ISIS en Irak y Siria, el Talibán en Pakistán y Afganistán, Al Qaeda en la Península Árabe y Boko Haram en Nigeria le confieren a este terrorismo una dimensión territorial que antes no tenía.
En la última reunión del Foro Económico Mundial, que es el símbolo mayor de la globalización económica, los temas geopolíticos ocuparon el centro del escenario a pesar de la preocupación aún vigente sobre la recuperación de la economía mundial.
Sin embargo, la alarma coyuntural no debe apartarnos de la realidad principal y es que vivimos desde hace varias décadas en un mundo muy distinto a 25 años atrás.
Principalmente marcado por el impresionante avance tecnológico que ha cambiado las formas productivas y la vida cotidiana de millones de seres humanos, haciendo de la globalización un proceso irreversible que nos abarca a todos.
Hemos hablado al comenzar esta conferencia del Muro de Berlín. El nacimiento de la primera red interconectada, que hoy llamamos Internet, se produce en noviembre de 1989, en el mes siguiente a la caída del Muro de Berlín. El mundo nuevo que nace es mucho más global en todos sus aspectos aunque también más desafiante, porque a la globalización económica y a las comunicaciones se une el surgimiento de amenazas y problemas que no percibíamos. Vivimos la globalización que se pronosticaba hace 25 años, pero sus efectos no son percibidos o son percibidos negativamente en muchos lugares de la tierra.
La comunicación, el auge de la nueva comunicación, permite a los seres humanos conocer más los problemas y limitaciones que tienen. Es verdad que la pobreza ha disminuido, pero hoy se ve mucho más en la televisión y en los medios de comunicación que lo que se veía hace apenas dos décadas atrás. Esta es la realidad que sirve de contexto a la política internacional. El marco en que debemos ubicar los desafíos de nuestro hemisferio y especialmente de los países de América Latina y El Caribe en los próximos años. Hago esta distinción inicial porque, más allá de la existencia de numerosos temas vitales que abarcan a la totalidad del hemisferio, en el ámbito estratégico existen planos distintos. Mientras Estados Unidos ha estado involucrado de manera predominante en la mayor parte de los focos de conflicto mundial que hemos mencionado, y Canadá como integrante de la OTAN ha jugado también un papel en varios de ellos, los países de América Latina y El Caribe han estado al margen y, afortunadamente, esos conflictos no han llegado a sus fronteras. Eso da a nuestra región una ventaja especial que todos queremos preservar. Aunque la miremos desde una perspectiva en el norte y desde otra en el sur, nos une el interés común de evitar que el hemisferio occidental sea alcanzado por las guerras y conflictos que afectan a otras regiones del mundo.
En realidad la región del mundo que ha estado más ausente de los grandes conflictos que hoy caracterizan la realidad internacional, es la de América Latina y El Caribe. Las razones de ello son variadas. La más obvia y casi no la digo por obvia, es la enorme distancia que nos separa de los escenarios de crisis. Hace algunos años escribí que lo mejor para América Latina era que de los “hot spots”, los puntos calientes, que son calificados en Washington como prioridades de política, el que nos quedaba más cerca nos quedaba a más de diez mil kilómetros de distancia. Hay muchas otras razones, pero quiero agregar solamente dos.
Primero, que hace muchos años que no existen conflictos grandes entre Estados latinoamericanos. Nuestras fronteras siguen siendo más o menos las mismas desde hace un siglo. Más allá de problemas menores, hemos mantenido la paz entre nosotros y cuando hay un problema el escenario es la Corte Internacional de Justicia y no un enfrentamiento armado. Somos de lejos el continente que ha tenido menos conflictos armados y de lejos, también, el continente que más ha usado la Corte Internacional de Justicia. La Guerra del Atlántico Sur fue la única excepción en los últimos años, pero tuvo como protagonista a una potencia europea contra uno de nuestros países en torno a un resabio colonial.
Una segunda razón es que, más allá de las críticas que a muchos les merecen sus debilidades, los Estados nacionales de América Latina estaban todos ya configurados hace más de un siglo y no han existido grandes cambios en esa realidad. Puede ser paradójico que cuando muchos hablan de la debilidad de nuestros Estados yo haga esta mención. Pero la verdad, es que por muchos problemas que ellos tengan, todos representan jurídica y políticamente a naciones que existían al concluir la Primera Guerra Mundial y han estado exentas de los vacíos y turbaciones que caracterizan el surgimiento de nuevas naciones en el siglo XX.
La Organización de las Naciones Unidas fue fundada por 57 estados, de los cuales 19 eran países de América Latina y El Caribe, es decir un tercio exacto. Hoy día existen 192 estados en el mundo, lo cual quiere decir que alrededor de 150 han sido creados después de la fundación de Naciones Unidas. América Latina, con el más reciente agregado de las naciones angloparlantes de El Caribe, ha sido por lo tanto una actora en el desarrollo del multilateralismo.
América Latina y el Caribe tienen además importantes fortalezas que les permiten aspirar a un papel mayor en la escena mundial, aunque también tienen debilidades que vamos a establecer más adelante. Nuestras riquezas naturales son una de esas fortalezas. Somos un continente superavitario en alimentos y en energía y tenemos las mayores reservas de agua potable del mundo. En la pasada década se ha incrementado nuestra estabilidad política y hemos tenido un mejor crecimiento económico en términos generales. Muy pocos países de nuestra región son caracterizados aún como pobres, aunque la distribución del ingreso implique que queden aún muchos pobres en estos países de desarrollo mediano.
Pero en la era de la globalización necesitamos abrirnos más al mundo. Tenemos aún una inserción internacional insuficiente, lo cual, unido a las debilidades de nuestra propia integración, nos hace perder competitividad. Por cierto, una mayor inserción en la realidad global como la que requerimos trae consigo riesgos que hasta ahora hemos evitado. El desafío es alcanzar presencia y responsabilidad mucho mayor en la escena internacional como región, evitando a la vez vernos arrastrados a conflictos similares a los que se viven en otras regiones del mundo. Esto significa definir claramente nuestros intereses y por ende nuestras prioridades nacionales en la política exterior:
¿cuáles son los desafíos de política exterior que se presentan ante nosotros? y ¿en qué marco institucional nos movemos para cada una de estas prioridades? son preguntas que aún se deben responder.
En cuanto a las prioridades me gustaría agruparlos en torno a algunos grandes temas.
Primero nuestra política regional debe consolidar la región como:
a) Un continente de paz. Ello supone, primero, concluir los conflictos que aún subsisten. Hablo por cierto, en primer lugar, de la guerra interna que ha afectado a Colombia. Toda América mira con esperanza el avance de ese proceso de paz.
Asimismo, el reciente anuncio de renovación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos abre paso a un proceso de normalización, que todos los países del hemisferio hemos auspiciado por décadas y eliminaría, de culminar exitosamente, un foco de tensión innecesaria que heredamos de la Guerra Fría. Como ustedes bien saben, en la Organización de Estados Americanos toda sanción en contra de Cuba fue levantada ya hace seis años.
b) Fortalecer y otorgar plena vigencia a los instrumentos con que ya contamos, especialmente el tratado de Tlatelolco, los acuerdos sobre limitación de armamentos y hacer realidad el compromiso de la CELAC de 2014 de convertir a América Latina y El Caribe en una zona de paz.
c) Actuar de consuno en los escenarios multilaterales para promover y aportar a los intentos de pacificación de Naciones Unidas y nuestras organizaciones. Ello supone reforzar también nuestra participación en misiones de paz.
d) Supone también, por cierto, enfrentar unidos el mayor el mayor desafío que tenemos para nuestra paz interna, que es reducir sustantivamente la violencia interna en nuestros países que, aunque no tengan conflictos armados, ocupan los primeros lugares en muertes violentas en el mundo. No seremos creíbles como región de paz si en un país de América Central mueren al día, por violencia, el doble de seres humanos que en Irak o en Siria.
Segundo objetivo y nuestra segunda prioridad:
Nuestra política regional debe apuntar a fortalecer los procesos de integración y a vincularnos entre sí. Desde este punto de vista la realidad de nuestro continente es una de regiones, no una totalidad. Existen diversos esquemas de integración y, aunque a veces nos parezcan abigarrados, debemos fortalecer su acción y buscar coordinaciones entre ellos. El CARICOM, el CICA, el MERCOSUR, la Comunidad Andina, la Alianza del Pacífico, Mesoamérica, la UNASUR, son proyectos a veces superpuestos de propuestas distintas pero nunca debemos tratarlos como contradictorios mientras promuevan el mejor entendimiento entre nuestras naciones y sirvan para aumentar el comercio entre ellas. Si entendemos que nuestros intereses nacionales o regionales se definen en escenarios múltiples, debemos aceptar esa realidad y asegurarnos de que ella no genere competencia ni conflictividad.
Tercera prioridad:
Nuestra región debe seguir abriéndose al mundo y mantener también plenamente vigente su condición hemisférica. A pretexto de la integración no debemos rechazar ni desperdiciar la oportunidad de vincularnos con otros actores, antiguos y nuevos, en la realidad económica mundial. Europa, el Asia Pacífico y América del Norte son el 85% del total del comercio mundial. La política -que muchos países siguen- de buscar con ellos acuerdos comerciales y de inversión no solo es conveniente, es indispensable para que puedan crecer en un contexto global de comercio, libre flujo de inversiones y formación de cadenas de valor que aumenten nuestra competitividad. La mirada hacia otras regiones, hacia Asia Pacífico, hacia Europa, que ha sido mencionada tantas veces en los últimos meses es la gran novedad; pero no debe llevarnos a pensar por razones ideológicas que ello sirve para restar la importancia a la relación hemisférica entre América Latina, el Caribe, Estados Unidos y Canadá.
Este hemisferio llega ya a los 1000 millones de habitantes y la tercera parte de ellos viven en América del Norte. El 75% del Producto Geográfico Bruto del hemisferio americano se genera en América del norte. Estamos vinculados entre nosotros por un comercio mucho más equilibrado del que existe con otras regiones; con fuentes de energía y recursos naturales inmensos, con crecientes lazos humanos y culturales, producto de una acelerada migración sobre todo del sur hacia el norte. Sería absurdo pretender una mayor inserción global sin seguir desarrollando una relación madura con la principal potencia de nuestro hemisferio, que es bastante más del 20% de la economía mundial. Al contrario, más que alentar el ingenuo sueño de sustituir la relación hemisférica, debemos fortalecerla en base a los lazos de comercio, inversión, migración, seguridad; de los valores de democracia, libertad y defensa de los derechos humanos que compartimos; y con base en la institucionalidad que nos hemos dado desde hace décadas en la Organización de Estados Americanos, el Banco Interamericano del Desarrollo, la Cumbre de las Américas y las demás instituciones del sistema interamericano.
Cuarta prioridad:
Nuestra región debe proteger sus recursos naturales y compartirlos de manera racional para beneficio de todos nuestros pueblos. No somos el continente del mundo más afectado por el deterioro ambiental, pero sí somos el que se deteriora más rápidamente con los efectos conocidos en materia de cambio climático, deforestación, deterioro de la infraestructura de nuestras ciudades, etc.
Al mismo tiempo la enorme riqueza y diversidad de nuestra naturaleza y la explotación racional que se requiere de nuestros recursos, nos impone desafíos enormes. Las definiciones políticas, objetivos, metas y límites que se fijen para los grandes temas del desarrollo sustentable son prioritarios para nuestra política exterior.
Quinta y última:
Un tema que no es propiamente de la política exterior pero es indispensable para la política exterior: el de fortalecer nuestros Estados nacionales como condición indispensable de nuestro desarrollo y de nuestra mayor protección internacional. Nuestros Estados son todavía pequeños comparativamente con la mayor parte de los países del mundo. Su participación en el Producto Geográfico Bruto de nuestros países no les permite cumplir adecuadamente con las muchas demandas que sus habitantes le formulan.
Compartimos, al menos hoy día, tres grandes áreas de problemas, con las cuales yo quisiera concluir. Primero, el ya mencionado: la violencia, la delincuencia y la criminalidad. Segundo, la desigualdad: como lo dijo alguna vez el Presidente Fernando Henrique Cardoso, “no somos, ni como mucho, la región más pobre del mundo pero, somos la más injusta del mundo”; resolver ese problema significa fortalecer la nacionalidad. Nuestros ciudadanos en el mundo de hoy no están disponibles para una afirmación de nacionalidad que no contemple la satisfacción de sus necesidades fundamentales. Y tercero, tenemos graves problemas de división interna, de polarización interna: un proyecto nacional, una propuesta nacional, unos objetivos nacionales significan consensos mínimos en el interior de las sociedades que buscan proyectarse al mundo.
Proyectarnos al mundo, divididos, fracturados, como ocurre hoy en muchas naciones de nuestra América, no es la mejor condición para pesar, efectivamente, en los acontecimientos internacionales. Como queremos y como es indispensable lograr.
Yo espero sinceramente que esta conferencia vaya mucho más allá de las pocas cosas que he podido decir acá y que sirva para que nuestros países orienten su política internacional de la manera que lo requieren para el momento actual.
Muchas gracias.